ARTROSIS DE TARSO

Artrosis de Tarso falleció de un ataque de risa provocado uno de sus propios chistes, al igual que el filósofo Crisipo de Solos, que viendo a un burro comer higos exclamó “¡Que le den vino para acompañar!” y se hizo tanta gracia a sí mismo que agonizó a la vista de mercaderes y compradores en el mercadillo de la Olimpiada del 143 aC. De la historia siempre se pueden extraer enseñanzas, en el presente caso tres y a saber: que ya había merchandising en la antigua Grecia, que gilipollas los hubo siempre y que no vale la pena leer a Crisipo, el que se reía solo, porque seguramente era algo retrasado y un desaborío sin gracia, presunción rayana en la certeza si damos por bueno que ese fue su mejor chiste. Artrosis de Tarso cojeaba desde pequeño, quizá por la poliomielitis, enfermedad de evidentes raíces griegas, y tenía como todos los que renquean bastante mal carácter, lo cual lleva a algunos historiadores a dudar de la anécdota. Los malhumorados, los avinagrados y los iracundos no suelen prodigarse en chascarrillos teniéndolos por asuntos poco serios. La principal fuente que se conserva sobre el de Tarso se la debemos al oscuro historiador romano Marco Tullio Trenco, que narra la vida del de Tarso y, la verdad, resulta de lo más anodina e incluso decepcionante, siendo su muerte lo único destacable y aún así apenas, por repetida. Pase lo que pase, hagas lo que hagas, siempre un griego lo hizo o lo inventó antes, desgracia que, ya vemos, les ocurre incluso a los propios griegos. Ni siquiera el chiste se conserva completo, al contrario del que causó la muerte de Crisipo, recogiendo Marco Trenco sólo su arranque: “Entran en un bar un romano, un griego y un persa y…” Y por ello damos gracias a los dioses y a las aguas de Lete, que borran la memoria y proporcionan el ansiado olvido, porque de lo contrario estaríamos muertos o quién sabe si algo peor, aunque ello suponga, como amarga contrapartida, el eterno retorno de la burda chanza porque el pueblo que olvida sus chistes está condenado a repetirlos.