EL GOLPE PERFECTO

Hay días que salgo del despacho y al pasar frente al café de la esquina, que a sí mismo se llama, pura presunción, Cheese & Deli Bar, le hago un gesto a la camarera y ella entiende. Entonces espero un instante en el semáforo y cruzo con paso flexible y decidido pero no apresurado, entro en el estanco y antes de abrir la puerta la estanquera coge mi tabaco: Ducados rubio en paquete blando. Saco un billete y suenan en la caja un pííí, un tilín y el cajón que se cierra en perfecta sucesión, salgo de nuevo a la acera con un gracias y cruzo de vuelta, timing perfecto, en el mismo verde del semáforo, otra vez con mi paso perfectamente medido, evidencia de un varonil atractivo. Cuidando no pisar sólo las rayas blancas del paso de cebra, signo de neurosis y por tanto debilidad, voy quitando el plastiquito al tabaco y al entrar en la zona de fumadores sale la camarera con mi café. Esos días, que los hay, y más cuando como hoy brilla el sol de una primavera que viene en su tiempo, me siento de lo más profesional y cinematográfico, moviéndome en un mundo ideal en el que la perfección es posible, en el que, como en un atraco perfecto, todos los demás seres y objetos del universo son o bien cómplices de un plan que se va cumpliendo inexorable en todos sus detalles o meros comparsas que, inadvertidos, rellenan el escenario donde me muevo con la elegancia de un Bond. Enfrente está la sucursal de la caja de ahorros y, para rematar el asunto, sorbo lentamente el café, siempre malo, y miro poniendo cara de sospechoso de guante blanco a los que entran y salen mientras pienso que hoy habría salido bien.