MINGOS PEDREIRA

De Mingos Pedreira, “Pedrito”, supe por primera vez por la borrachera de un diputado del PSOE. A la amanecida se fue de la lengua y me confesó con el orgullo del pícaro que su renombre escribiendo exposiciones de motivos, esos preámbulos largos, cursis e inútiles con los que de ordinario se adornan las leyes, era en realidad un carisma prestado. Yo no sabía que se pudiera tener renombre escribiendo exposiciones de motivos pero, al parecer, eso le aseguraba estar en las listas, elección tras elección, en un puesto seguro. Yo, antes más y ahora un poco menos, era un inocente y no me coscaba de cómo va el mundo. Ese trapicheo, puesto en claro, viene a significar que “Pedrito” es negro, pero un negro como Maquet el de Dumas y no como Kunta Kinte el de Raíces.

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EL POSO DE LA VIRTUD

La salud está hecha, dicen, mitad y mitad de renuncias y obligaciones. De verduras y ejercicios y copas no trasegadas y cigarrillos sin fumar. La salud es, al parecer, el poso de la penitencia o la virtud, eso ya según el carácter de cada uno, si tira más a neurótico y dado a la restricción o tiende a desatado y prono al arrepentimiento. Los incontinentes impenitentes, los que no sabemos ponerle puertas al campo de los deseos y vemos como las cabras el monte cubierto de orégano, moriremos pronto y a nuestro entierro, nuestros entierros, que no estoy solo, no irán los temperantes porque ese nuestro fatal destino lo tendremos merecido. La salud, como la felicidad, no tiene plumas ni pelos, pero tampoco mucha gracia, la verdad, y llegado el caso vale para bien poco. Evaristo Martínez, vecino de Santa Baia de Limodre, en la carretera a Laraxe, tenía una casita con el jardín repleto de enanos de cerámica pintados de colorines, tantos que ni se andaba bien. Esto de los enanos era cosa de su mujer, que hacia colección y de comer tocino de puerco y pasteles y guisotes y los sábados callos y todos los días vino y unas gotas de aguardiente con el café. Nada de ensaladas, de legumbres poca cosa y de fruta sólo las manzanas tímidas que dejaba caer un arbolito acosado por los gnomos al fondo de la finca. La esposa de Evaristo, el Señor lo tenga en su gloria, era un poco bruta que dirían los de antes o natural que le decimos hoy y sostenía que su guía de vida en estos asuntos era el adagio «Mea claro, caga duro y al médico que le den por el culo», frase que atribuía a los romanos, así en general sin entrar en precisiones innecesarias. Evaristo, la verdad, las tenía todas para morir sin salud, como los intemperantes, pero lo mató el pedrisco el día de la comunión de una sobrina nieta, como en ocasiones les ocurre a las delicadas flores de los cerezos. La primavera es caprichosa y tornadiza y sus malhumores peligrosos, cosa que seguramente ya dejaron dicho los romanos. Ahora no recuerdo si fue en Rubielos de Mora o en Mora de Rubielos, cosa que para casi todo el mundo parecerá un detalle sin importancia pero a los de allí les jode que los confundan los unos con los otros, por lo que pido disculpas. En esos pueblos a veces pasan cosas raras y a Evaristo lo descalabró estando sano como una rosa un pedrisco de mayo como pelotas de tenis cuando salía de la ermita de San Roque. Evaristo, intemperante consorte, había hecho sus necesidades esa mañana preciso como un reloj y con los colores y consistencias que recomendaban los romanos, así que nos consta que estaba en perfecto estado de revista. La salud, ese espantajo relleno de verduras, pollo a la plancha sin sal y la nostalgia de pequeños placeres, cuando adviene una desgracia no te salva, antes bien, te deja en evidencia. Mira tú, morir tan sano y comulgado, no sabe uno dónde la tiene, dicen los vecinos. Morir sano resulta siempre un poco vergonzoso, una falta de educación como eso de irse a la francesa, y el detalle de hacerlo en la gracia de Dios, en este tiempo descreído en el que moramos, le da al asunto un punto macabro. Y si acaso no fían de mi palabra y por un casual pasan por allí le preguntan ustedes a Evaristo que descansa, sano pero muerto, en una urna de colores, rodeado de una corte de enanos, en el jardín de una casita en Limodre, al pie de la carretera que sube a Laraxe.

EL BERBIRIQUÍ

Berbiquí, será manía, es una palabra que me gusta. Berbiquí se usa poco por escrito, al menos en las cosas que yo leo, y es una pena. Iba a escribir que berbiquí es una onomatopeya pero el asunto es mas complejo, va más allá. Berbiquí es una palabra sinestésica; es fina, retorcida y puntiaguda, como el chisme al que nombra. Convierte la impresión visual en sonidos, ber-bi-quí, dos en los labios, en la entrada, el tercero en el fondo de la boca, avanzado el taladro. Berbiquí es una palabra misteriosa y preciosa y perfecta para designar lo que denota. Seguramente así eran las palabras con las que Dios, al pronunciarlas, creó las cosas en los tiempos veterotestamentarios, cuando el mundo era jovencísimo y las cosas, los berbiquís, nuevos del trinque. Luego, ya sabemos, algo pasó; advino la arquitectura, la burbuja inmobiliaria de Babel y el consecuente castigo, cierres y despidos y diáspora. Berbiquí tiene una historia que no me gusta, porque la hacen venir del holandés vía el francés. Las palabras buenas, las palabras estupendas, y berbiquí lo es, vienen directamente de Dios, son anteriores a todo, anteriores a Babel. Eso es lo que yo quiero creer aunque no siempre es posible. Después de la confusión de las lenguas cada uno hizo lo que, más o menos, le dio la gana, corrompiendo el mundo con palabras feas que nombran cosas igualmente feas, porque en el fondo casi todos somos así y la cabra tira al monte. Hay, no obstante, individuos aislados que, la mayoría de las veces como idiots savants, otras, las menos, como genios incomprendidos, mejoran la obra de Dios. Isolino Mendoza, carpintero, viene a veces a casa a hacer chapuzas y me cuenta que su hijo no para quieto un instante, que es imperativo, también dice berbiriquí. El berbiriquí, si lo repites con cuidado, con la atención que estas cosas merecen, tiene una vuelta más, una espiral más en la broca, y la tercera sílaba apoya a la mitad, en el paladar, entre la boca y la garganta. Dios, que se encarnó en el hijo de un carpintero, como el de Isolino, viendo que algunas cosas buenas merecen la pena, en ocasiones toca con su gracia a gente sencilla enviándonos un mensaje. Un mensaje simple de esos que sólo vemos si queremos ver, que el misterio y la belleza existen en las cosas pequeñas, que aparentan tener poca importancia. Por ejemplo en una vueltita más en esa maravilla que es la palabra berbiriquí.

CUNQUEIRO Y LOS CANIBALES

Cuando uno espera un hijo o compra un coche todo se le va en ver mujeres embarazadas, parejas con carrito y cientos de automóviles circulando del mismo modelo y color. Los ojos son así, hipersensibles al caso propio y particular. Por eso releo a Cunqueiro hablando de las sirenas y advierto que las mete de refilón en el saco de los caníbales, asunto sobre el que deberíamos estar cavilando. En el redil de las cosas maravillosas que existen aunque no las veamos, sólo porque somos tan racionales que de antemano hemos decidido que no han de existir, junto con los extraterrestres, el paraíso comunista y la resurrección de las almas. Cita además a Pascal y sus Pensees, quien, al parecer, llama caníbales a los obsesos de la verosimilitud en una pirueta de ida y vuelta de lo imaginario a lo real que necesita explicación. “Los caníbales se ríen de un niño rey“, dice Pascal, porque son incapaces de entender la majestad como una manifestación cultural, sólo aprecian realidades evidentes.
Qué bonito advertir un triunfo sobre la realidad acudiendo a la incapacidad para acceder al nivel de lo imaginario de unos entes inexistentes, solo imaginados. Quizá no queda claro, pero rellénense los huecos con imaginación.
Cunqueiro cuenta mentiras como salen las cerezas del cesto, enlazadas unas con otras, brillantes y dulces, así que cabe dudar hasta de las citas, o especialmente de ellas. Así que me fui a los Pensees, a los epígrafes que cita: 316, 319 y 320. Y en todos los pdf que encuentro, en castellano, ¡el 316 no existe!. Pasa del 313 al 319. Eso me produjo al tiempo alegría y tristeza. ¡Qué bien miente! ¡Que pena que no sea cierto!
Si uno bucea los pensées en francés sí aparece – “Cannibales se rient d’un enfant roi.” – y le vuelve a uno el ánimo de seguir buscando sirenas.