LA CEREMONIA

Mi amigo Luis Ventoso, al que llamábamos Marzo por putear, fue de invitado a una boda en Santa María de Ois, en Aranga. Un compromiso de esos en los que conoces al padre de la chiquilla por trabajo y a nadie más. Sólo la ceremonia y me largo rapidito era su plan. Llegó a Ois y buscó la iglesia y descubrió que ya había numeroso grupo de asistentes esperando a los protagonistas, charlando animados, arreglados de domingo. Ya no había dónde aparcar y tuvo que dejar el coche casi a un kilómetro. Se acercó con calma, paseando, al grupo de asistentes y bajo unos robles estuvo hablando de nada casi media hora con un tipo que le pidió fuego y pegó la hebra. La gente, aquella tarde soleada, contaba chistes, anécdotas, alababa el tiempo primaveral. Con despreocupación festiva. De pronto todos se pusieron algo serios y tiesos, como si algo malo fuera a pasar, y se santiguaron. Por la cuestecilla, despacio y con cuidado de no tropezar con los retrovisores de los aparcados en las cunetas, se acercaba un coche fúnebre cargado de coronas. Tu familia y amigos no te olvidan, Autolavados Sánchez, Peña Automovilista Espenuca. Mensajes escuetos como tuits despedían a un tal Fulgencio con respeto. Preguntó a su único amigo en aquel acto, el compadre fumador, si aquella era la iglesia de Ois. Esta es Santiago de Ois, Santa María de Ois está a tres minutos. Marzo compuso cara de velorio, se persignó torpe y ostentosamente, dio el pésame a los que le quedaban más cercanos, le ruego que presente mis respetos a la familia, un tipo estupendo, se van los mejores, y salió a paso vivo corrido y temeroso de llegar tarde al enlace. Por supuesto llegó a tiempo. Las novias te hacen esperar a la puerta de las iglesias más que los muertos, que suelen ser puntuales, precisos. Empresariales. La pena es lo que tiene, horarios germanos. A las puertas de Santa María de Ois se encontró a un numeroso grupo de asistentes arreglados de domingo, esperando por los protagonistas, charlando animados. Se acercó con calma, paseando y en un campo recién segado estuvo hablando de nada casi media hora con un tipo al que pidió fuego y con el que pegó la hebra. El ambiente y los asistentes eran indistinguibles. Juraría incluso que a algunos acababa de darles el pésame. Llegó el novio con traje oscuro y una azucena en el ojal de la solapa, el mismo atuendo que el chófer de la funeraria, y se repartieron abrazos y se hicieron chistes y contaron anécdotas. Al cabo llegó un Mercedes color azul diplomático idéntico al del último viaje de Fulgencio, ex empleado de los Autolavados Sánchez y aficionado al deporte del motor, si obviamos el detalle de que este no era el modelo familiar. De él bajó la novia, armada con un ramo de flores que bien podrían venir directas de la iglesia de Santiago, acompañada de su amigo ejerciendo de padrino. Hay sitios, en Ois, por ejemplo, en los que se celebra la vida del mismo modo en que se celebra la muerte, sin grandes alharacas ni teatrillos. Hay sitios en los que una y otra están hechas de la misma materia, indistinguibles desde una cierta distancia si no pones atención.