LOS MISMOS CUEROS

Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Pascual, reo de asesinato y condenado a morir, se apunta a la teoría del buen salvaje, nacemos buenos y la sociedad, siempre fracasada, nos desvía de nuestra angelical naturaleza, hace demonios de los seres miríficos que somos al nacer. La verdad es que con esos mimbres a disposición no se consuela quien no quiere. Pascual escribe desde la cárcel, como Boecio, pero en un tono distinto, como regodeándose un poco, lo que deja intuir un cierto cachondeo. A Mario le comieron las orejas los puercos y no se sabe que hicieran castigo en ellos. Tampoco con el tipo que lo pateó hasta dejarlo gagá. Algo más gagá, quiere decirse, que tonto era ya de nacimiento, posiblemente por hijo de la lujuria, producto de los cuernos que su madre le puso al violento portugués que oficiaba de pater familias. Duarte Diníz, de nombre Esteban, era gordo, gastaba bigote y les pegaba a todos. A su esposa, a su hijo y a su hija. Al bastardo que parió su mujer no le zurró porque por esos días se murió de rabia. Se ve que no tuvo tiempo. Lo que tuvo fue un entierro pobre y aburrido. Los entierros aburridos suelen ser más tristes de lo normal pero este quizá hasta fue un alivio. Mario a los cerdos no les hizo nada, que se sepa, pero al tipo que lo pateó sí, a ese, sin venir a cuento le mordió una pierna. La yegua de Pascual, cuando llevaba a Lola de viaje de novios, coceó a una vieja a la entrada de Mérida y tuvo que darle un real para que se callase. La cosa no quedó así porque la vieja no quedó del todo callada y fue a buscar a la Guardia Civil y hubo que darle seis pesetas más. Se ve que las yeguas, como los cerdos de Mario y un poco como el mismo Mario, las hacen sin pensar. Los animales, en general, parece que no las piensan. Que hacen las cosas un poco de repente, como cambia el viento o llegan las desgracias, que vienen de improviso y de no se sabe dónde. La yegua, llegando a Torremejía tiró a la Lola, que ya estaba preñada de antes, y la criatura se malogró. Pascual le dio veinte puñaladas, se ve que estaba de ella hasta los cojones. Los animales son la bestia que llevamos dentro y merecen, por eso mismo, el castigo que se les ponga. Jehan Bailly de Savigny pilló a una de sus cerdas, acompañada de sus siete lechones, devorándose a su hijo de cinco años, Jehan Martin, y no se tomó, como Pascual, la justicia por su mano. Llevó a la cerda a juicio en el cual intervinieron dos fiscales acusando, un abogado en nombre de la cerda y sus mamones y Jehan que además de pedir castigo para toda la familia de puercos se defendía de haber descuidado la obligación de vigilar a su hijo. Oídos los testigos, más de diez, la cerda fue condenada a muerte pero los lechones resultaron absueltos. Llevaban los morros manchados de sangre pero nadie pudo probar más allá de la duda razonable que hubieran mordido al pequeño Jehan Martin. A la cerda le dio matarile un verdugo llegado de Chalon-Sur-Saône de acuerdo con las instrucciones precisas del tribunal. Igualmente se ordenó que los lechones quedaran en custodia de Jehan Bailly, quien debería mantenerlos sin causarles mal ninguno y llevarlos de nuevo a juicio si aparecían nuevas pruebas. El tipo se negó a dar tales garantías, se ve que algo de la sangre de Pascual le bullía, así que se vendieron para pagar los gastos del juicio. Suponemos que ver cómo le daban matarile a la cerda supuso un alivio para Jehan, aunque suene mal decirlo. Un poco como Pascual dándole navajazos a la yegua en la cuadra. En el 1457 en Francia ya eran más modernos que nosotros en el siglo XX y también, hay que decirlo, más mansos, más resobados por la civilización. A Pascual le cayeron 28 años por darle matarile al novio de su hermana, que le dejó preñada a la Lola, pero lo dejaron salir a los tres. Luego mató a su madre y le entró la duda de si irse a La Coruña o a Madrid, que es la misma que les entra a todos los gallegos en algún momento de su vida. Ya lo decía Lombroso, que hay delinquenti nati fra gli animali, y antes que él advirtió el belga Jocodus Damhouder: bestia laedens ex interna malitia. Una mierda seres miríficos.

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