EL CULO ANÓNIMO

Los culos siempre tienen dueña, ama, señora, portadora. Los culos no van por ahí, solos, paseándose. Los culos, caballero, necesitan quien los menee, los airee y pasee. Si puede ser con garbo, salero y donosura, con ritmo y compás, con tempo y balanceo, pues mucho mejor. Los culos no se desplazan, agachan, bambolean y aprietan solos. Necesitan una dama, una señorita, una guarra o una puta. Una chiquilla o una mujer. Una zorra subida en tacones de vértigo o una novicia en zapatillas. Es necesario recordar, de una vez y para que sirva de perpetua memoria, que culo no es un ser vivo, aunque nos lo parezca a todos. No, aunque en muchas ocasiones parezca ser él quien saca a pasear a la mujer que lo viste, que se adorna con él. No, aunque a veces, muchas, lo miremos más que a su dueña. Por esta razón un culo no puede ser, por definición, anónimo. Todo culo tiene un nombre, que es el de quien lo pasea. Y en España, además, dos apellidos. “El culo de Dolores Castro Gómez”, un suponer. A esto se añade que cada culo tiene asociado un DNI, y un NIF, y un número de la Seguridad Social. Un culo en un país civilizado y aún ordenancista como éste nuestro está empadronado, censado, registrado y anotado. Tiene historial médico, cuenta en un banco o caja y una línea de móvil a su nombre, aunque si llamas no conteste él. Quiérese decir con esto, y en definitiva, que conceptualmente no hay tal cosa como un culo anónimo. Pero una cosa es la teoría y otra, lejana y brumosa como una isla, la práctica.

Lo que sí suele ocurrir es que tropezamos con un culo del cual no somos capaces de quedarnos con su nombre, precisamente por prestarle más atención que a su dueña. Hay veces en la vida en que lo secundario o accesorio se nos presenta como principal. Como cuando atendemos más al solecismo que a la idea, o nos volvemos dentistas de caballos regalados. Quizá la definición de perversión, preciosa palabra que intentan sustituir por el tecnicismo de parafilia, sea eso, el prestar más atención a lo accesorio que a lo principal. Lo cierto es que hay por calles y salones muchas señoras, señoritas y niñas que tienen culos que brillan muy por encima de los otros carismas con que Dios o la madre naturaleza, según las preferencias espirituales de cada uno, las bendijo. Mujeres que son secundarias respecto de su culo, transparentes para el ejército de parafílicos, pervertidos y obsesos que deambula por calles y parques. Y ellas, ay, quedan eclipsadas y su función parece quedar reducida a acompañar a un culo, a su culo, como una señorita de compañía. Suelen ser esos unos culos preciosos y respingones pero de inimaginable crueldad porque, como un tumor estético, fagocitan el organismo anfitrión.

Esos culos, bellos, tersos, tensos, son, precisamente, tristemente, anónimos.

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