UN BESO LARGO

En ocasiones los instintos protestan. Camino y siento revuelto el aire a mi espalda. Pasan a mi lado sombras como posibles causas de un deseo que preexiste. Son rostros borrosos que no son caras sino paisaje. En esas ocasiones quiero sentir yo el aire en la cara y convertir de verdad este paisanaje en paisaje con la ayuda de la aceleración y el estruendo. Subir al coche, llenar el depósito, ver el mundo por los espejos y sentirlo sólo en el ruido del viento que nos despeina. Contar kilómetros, litros, colillas en los ceniceros, insectos en los cristales y amaneceres sobrecogedores.

Llegar y oír el mar tumbado en la arena blanca como en un folio en blanco, notar el sol que pasa, templa y va camino de mandar y abrasar. Sentirte una fotocopia de tu yo de hace diez, quince años. Algo desvaído, algo gastado, copia de un original perdido y que quizá nunca fue tan nítido como recuerdas.

Lo malo de los deseos es que les damos forma de ideas y si una vez funcionan las convertimos en creencias y pronto en ritos. Pueden calmar ansias pero no producen avances. Disparan recuerdos que se deforman. Puto pensamiento mágico, puñetero hombre de las cavernas que vive en nosotros, que nos arrastra a invocar con gestos vacíos pretéritos perfectos en los que no fuimos tales.

Pero me queda el consuelo de la goma de una braga, de unas conchas en la arena, de un río desembocando agua helada y clara, de un sol de panadero que tuesta tickets de la ORA, de un sorbo largo, fresco de cerveza y un beso largo, fresco de una morena.

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