CORAZÓN DE CIMITARRA

Mil quilómetros más allá, a la ri-be-ra del Darro, existe una ciudad. Es Granada, claro, que sestea sin mirar a lo alto, donde los guiris hacemos cola esperando para entrar a esa Alhambra que ya pasmó los cristianos que no lavaban las camisas y más tarde a los románticos decimonónicos, esos hípsters del pasado. Los moros van a la Meca una vez en la vida y los descreídos, como las chicas malas, vamos a todas partes menos allí, que no nos dejan pasar, y es por eso que nos dejamos caer por Granada a ver qué tal. Es mi opinión que, como a San Andres de Teixido, vale la pena acercarse en vida y echarle un ojo. Yendo no vas a perder nada y, aunque no hay admonición ni ultimátum, te ahorras volver de muerto y sudar la mortaja en la cuesta, esa que le dicen de Los Tristes. El guía local, un tal Luis, hizo lo que pudo mezclando con ritmo, y dejando en casa el gracejo que se les supone a los del sur, historia y anécdota en la justa proporción que correspondía. Esto es algo que sólo da la experiencia y se ve también en los que hacen cócteles, que te ven la jeta y te lo cargan más o menos, acertando con el estado de ánimo sin usar vasitos medidores ni ayudas de aprendiz. Luis, piel olivácea, nariz semita, gesticulación napolitana, confundía sistemáticamente izquierda y derecha. Aquí a mi derecha decía extendiendo el brazo izquierdo. En un esfuerzo de empatía infrecuente en mí hice por ponerme mentalmente en el lugar de Luis, más que nada por si él, que nos miraba, se refería a nuestra derecha, pero no. Luis extendía siempre el brazo que no era. Luis no confundía interior con exterior, quizá porque eso –dentro/fuera– lo explicaban Epi y Blas en Barrio Sésamo. Tampoco cóncavo con convexo, esto que quede claro. No encontramos momento adecuado para repasar las tablas de multiplicar y sobre el particular no me pronuncio.
La Alhambra, pasmo de propios y extraños, es un estilo de arquitectura que se me escapa. A nada que me pregunte a cualquiera le suelto que en mi modesta opinión la arquitectura es volumen y perspectiva por un lado y encuentros y detalles por el otro. Encuentros de materiales, aclaro. Cómo se soluciona la junta entre la madera y la piedra, o el contacto de dos piedras. Los constructores del asunto éste exceden en lo segundo y obvian olímpicamente lo primero, parece que de modo consciente aunque a uno le entran dudas. La construcción musulmana es la apoteósis del callejón, de lo angosto y hosco, del pasadizo tortuoso y el muro sin vanos. Urbanismo de cuchitril y esquina mal iluminada. En algún sitio ha de venir, que lo busquen bien que ha de aparecer, que la perspectiva es contraria a los preceptos del Islam, como representar a cualquier cosa que tenga alma. Que el paisaje es cosa de Alá que hace las dunas y el cielo y el sol y meterse a enmendarle la plana con edificios que no parecen piedras toscas es reprensible quién sabe con qué horrible castigo.
Dentro, amigo, la cosa cambia. Luis, extendiendo el brazo que no es, señala los patios y los limoneros y explica como los nazaríes vivían en el lugar común del deleite de los sentidos. Llegando a los jardines retuve el aliento esperando la caída en el marco incomparable de belleza sin igual, que afortunadamente no se produjo. Todo, al parecer, eran olores, colores y sabores mientras el suave rumor de las fuentes y el trino de los pájaros ahogaba los estertores de los sultanes apuñalados por la espalda. Este detalle al estilo ni le quita ni le pone, pero lo situa en contexto. Si mueres joven a manos de tu hijo o de un hermano dejas un bonito cadáver, ventaja de la que disfrutaron los sultanes, como Abel y tantos otros después.
Las salas completamente cubiertas de arabescos impresionan. No es de extrañar que Irving flipara con el asunto. Imagínenselo no con estos restos de policromía desvaída, imagínenselo pintado con colores vivos del suelo al techo, repetía Luis agitando el brazo napolitanamente. A este señuelo no acudí porque la imágen que aventuro podría formarme es la propia de un viaje lisérgico. El horror vacui, ese impulso infantil de llenar todo el espacio disponible, ese «ahí en la esquina me cabe un gato si lo hago pequeño” tan propio de Brueghel, del Bosco y de los libros de Buscando a Wally, se eleva aquí a la máxima potencia. En mi juventud, qué lejana ya, iba a pubs y en los de clientela más destroyer las puertas de los baños estaban llenas, hasta el último milímetro, de dibujos y pintadas que se superponían. Quitando que aquellos garabatos no alababan a Alá y que adolecían de simetría alguna, posiblemente fruto del alcohol, quizá por eso los musulmanes lo prohiben, la impresión es semejante.
Granada, alma de temple bizarro, corazón de cimitarra, flor la más bella del Darro y orgullo de la Alpujarra, está llena de guiris que, como nosotros, arrastran sus ansias de recorrer sus calles, callejones y cuestas. De ver las callejas del Albayzin, que escriben ahora, de fisgar los cármenes, contar los cipreses, hacer como que nos conmueve lo de las cuevas del Sacromonte y comer con fundamento las especialidades locales. Paseando por la ribera del Darro chinos a contramano tropiezan con franceses vestidos de Bear Gryll e italianos arreglados como para salir en la tele en «Cita a ciegas». Por Granada, ya se dijo, pasa el Darro hasta que deja de pasar, hasta que desaparece y ya no lo ves más, que lo meten por un túnel o algo. Alcantarillar el río, con lo bonito que es, seguramente es pecado si no delito. En el hotel, uno de esos de todo lujo en los 70, encontramos a Ramón, nombre ficticio que le pongo aquí para preservar su intimidad ya que en realidad se llama Elías. Hubo una época hotelera en la que el lujo era una corrala. Habitaciones dando a pasillos que son largos balcones a un patio interior triangular. Todo mármol y dorados y ascensores a la vista con paredes de cristal. Uno veía Dallas y salían hoteles así en los cuales Sue Ellen y JR tenían citas y amoríos. Quizá no era en Dallas y era en Dinastía, pero la idea debería de haber quedado clara. Ramón, alias de Elías, se ha hecho un nombre en las cosas del derecho; catedrático, abogado, árbitro internacional en pleitos entre Estados y todo a base de que un propio, un tipo al que conozco, le diera las clases, escribiera las ponencias de los congresos, los artículos y los libros. La gente importante suele estar tan ocupada que no le queda tiempo para hacer las cosas que lo hacen imprtante, esto ya deberíamos de saberlo a cuenta de Sánchez y Turnitin. Sale Elías del ascensor chulito pero subrepticio, como todos los bajitos, con el jersey sobre los hombros, y se dirige rápido a una habitación. Algo turbio, para lo cual seguro que tiene una explicación perfectamente plausible, está ocurriendo y mientras allá arriba, en la Alhambra, siguen pasmando guiris anónimos mirando los graffitis ziríes y nazaríes según se entra a la derecha, que en realidad es la izquierda. Es mi consejo que, como las chicas malas, vengan a Granada y se formen su propia opinión.