UNA ISLA

Amanece en el mar de la Sonda, hierve el té y, con poco trapo y proa al viento, reflexionamos sobre cosas que nos la traen al pairo. Saludamos por última vez desde la cubierta a esa Isla del Tesoro, encopetada de nieblas, territorio de mil aventuras, que se hundirá en la mar. A mi lado se despereza una morena, reina de un paraíso en decadencia, y sus gestos que traen aroma de flores se reflejan en la cubierta recién baldeada. La teca vieja tiene pisar suave y olor a sal y oporto y ginebra de caneca, y cruje como maúllan los gatos tristes. Pronto, en bares sucios de puertos lejanos, contaremos aventuras borrosas y exageradas, relataremos cómo un día el farero dejó de encender su luz y nunca jamás nadie volvió a encontrar aquella isla perdida en la mar. Partimos espiados por las sirenas, ángeles mendicantes a la puerta del paraíso; sabemos a dónde ir porque en la mar no hay encrucijadas.