LA RUMBA DE GARCILASO

En este nuestro blog, EyB, se abusa sobremanera del registro culto obviando y en ocasiones despreciando el popular con acusaciones de vulgar. No seré yo quien hable contra la torre de marfil en la que ocultar el alma sensible y alejarla de la vulgaridad y el ruido, del reggatón, por ejemplo. Pero de ahí al total olvido cuando no desprecio de todo lo que no sea jazz o rock anglosajón de los 70 media un mundo. Uno ha intentado remediarlo con poco éxito poniendo links a grandes temas que lo son por sus letras, sus músicas y lo que llamo armónicos culturales, léase las connotaciones, referencias y resonancias con otras artes, otras culturas y otros medios de exprsión. Todo, tristemente, ha sido en vano. Opto ahora, por ello, por una vía inversa a la utilizada por Mrs. Mary Poppins: “A Spoonful of sugar helps the medicine go down.” Es decir, en este caso revestir de áridas referencias culturales, incluso culturetas, las letras aparentemente fáciles y las melodías pegadizas de los mejores clásicos populares.

Es buen lugar para empezar el hacerlo por el único producto cultural de mérito surgido en la comunidad autónoma catalana desde que Serrat le puso música a Machado. Pareciera que obvio aquí a los Hermanos Cubero; nada más lejos de mi intención; su aparición ha sido posterior al tema de este estudio y quizá serán objeto/sujetos de otro posterior. Curiosamente, o no tanto, ese tema de mérito es una rumba y cantada en castellano por unos charnegos. Esto dice poco de la sardana, esa especie de muiñeira funeral. Yo, a veces, cuando estoy triste pongo sardanas y no se me pasa; siento incluso que se me agrava. No así con la rumba que le levanta a uno el ánimo y la paletilla.

La rumba “Tu Calorro” de los hermanos Muñoz, conocidos como Estopa, pese a su apariencia de periferia y extrarradio es un producto especialmente refinado, un destilado de lo mejor de la poesía clásica española adecuadamente actualizada a los tiempos modernos, a los tiempos que corren.

Actualizar el pasado, respetar las raíces reciclando, creciendo lo nuevo sobre lo viejo es la esencia de la cultura. A eso dedica mi convecino Fdez. Mallo su ultimo libro, “Teoría general de la basura”, a la tesis de que la basura de una generación es la cultura de la siguiente. Esto, que parece transgresor y que él cuenta muy bien, ya es viejuno y lo decía Isidore Isou, ese rumano postdadaista tan pirado y coñazo. Antes de crear, decía Isidore, Dios no era Dios. No obstante la propia creación, ese acto glorioso propio de dioses, alcanza su máximo y comienza decaer. Pero vida se encoge y retorna al cieno, se hace mierda vaya. Pero esa basura en la que toda creación se convierte más pronto que tarde es el abono desde el cual una nueva creación ha de despuntar, alcanzar su máximo y volver a decaer, en un interminable ciclo. Como el Rey León.

Expuesto lo anterior, que considero suficiente introducción erudita y coñazo como para haber despertado el interés del público al que me dirijo, podemos entrar en materia. Es por ello llegado el momento de afirmar que la rumba “Tu Calorro” es el mejor Garcilaso en el siglo XX. Garcilaso, guerrero y poeta, nos trajo de Nápoles las modernidades de la época, que ya eran viejunas cuando escribía Ovidio, y las hizo canon en las letras españolas. Garcilaso nos enseñó el locus amoenus, caracterizado por tres elementos: árboles, prado y agua. Dicen los que saben que si falta alguno de ellos el tópico no existe. Y vemos que la nuestra rumbita cumple perfectamente el canon: “Fui a la orilla del río”, “Vi que crecían amapolas”, “Los árboles tienen sueño”. El “locus amoenus”, el escenario ribereño, es el lugar propicio para el encuentro, el descubrimiento y el amor, tanto cortés como carnal. No debería ser necesario insistir y transcribir, pero en aras de la claridad, procedemos: “Y vi que estabas muy sola / Vi que te habías dormido / Vi que crecían amapolas / En lo alto de tu pecho / Tu pecho hecho en la gloria / Yo me fui pa’ ti derecho / Y así entraste en mi memoria / Tú me vestiste los ojos / Yo te quitaba la ropa”. Y es que el locus amoenus es ese sitio alejado de la ciudad, fuera de la civilización, en el que explorar pasiones eróticas y juegos sexuales, no siempre explícitos pero siempre presentes.

Quisiera recordarles que, como herencia de la literatura griega, la poesía amorosa, pastoril y bucólica abusó constantemente de la metáfora del amor como persecución y caza; el varón cazador y la hembra presa. Eso, en ocasiones, acerca la anécdota de las composiciones poéticas a la violación.  A la consumación violenta del deseo. La flecha del amor que une y mata. Aquí, no obstante, y de ahí gran parte de la modernidad del texto, el autor sin renegar de la tradición se aparta claramente de la interpretación más brutal: “Yo te quitaba la ropa / Todas las palomas que cojo / Vuelan a la pata coja”. Léase que aquí la presa, la paloma, vuela a la pata coja; y que todas lo hacen. Es decir, que “se dejan” cazar, que simulan debilidad siguiendo el juego para los meros efectos erotizantes. Se añade a ello que, si de ordinario es el varón quien abandona y la hembra la abandonada, en este caso, en una evidente inversión de roles, es el varón el abandonado. “Después me quedo dormido / Y en una cama más dura que una roca / Soñando que aún no te has ido / Soñando que aún me tocas”. Corresponde esta inversión al hecho evidente de que en el Siglo XXI el control de lo amoroso y sexual ha cambiado de orilla. Evidente la metáfora del sueño como tregua de la pasión y los sueños como aspiraciones, no quedan sin mencionar en nuestra rumbita todas las demás metáforas más tópicas de la lírica griega clásica, recibidas luego por la literatura romana y rescatadas en renacimiento, del amor/fuego, –fuego que agosta el corazón del hombre–, la del amor/locura, –la shakesperiana Romeo y Julieta–, y la que asimila la insensibilidad o el rechazo con la oscuridad/negrura.

Destaca especialmente, por popular y bien tirado, el doble sentido en el uso del término calorro –soy el calorro que te arropa– ya que sus dos significados son el de piel de oveja que sirve de abrigo y el de gitano joven y alegre. El calorro representa de un lado el cariño y el cuidado del enamorado y del otro el deseo carnal y la consumación apasionada del amante pastoril. Es imprescindible el uso de ese término, dado el origen de extrarradio de los compositores e intérpretes y del público objetivo al que va dirigida la rumba, también periférico y periurbano. Si uno presta atención es el único que, además de servirle de título, hace de espejuelo brillante que nos distrae del evidente clasicismo formal y de contenido de la letra. Es decir, sólo el uso de la palabra calorro chirría y nos distrae de lo que es una evidente composición renacentista. Pero háganla sonar a todo volumen y vayan resiguiendo la letra con el dedo y pregúntense luego si Garcilaso, Cervantes o Lope no la aprobarían y aún bailarían su música.

Entiendo que con todo lo anterior quedaría justificado, sirviendo este caso como un simple ejemplo, que es necesario abrirse a lo más popular prestándole la debida atención y evitando el inicial rechazo cultureta.