SAN CRISPÍN

Hoy, tristemente, no es el día de San Crispín, cosa que no tiene en realidad la menor importancia. Crispín era romano y se hizo cristiano, seguramente por joder, como los jóvenes ahora que se hacen ecologistas, veganos y transexuales. Hay muchos que encuentran el sentido en ir en contra del sentido de la marcha, del sentido común y del sentido del humor. Se hacen contracorrentistas, integristas e intransigentes de cosas que no tienen la menor importancia y caen de pronto en una suerte de autismo adquirido que les aparta de la belleza de la metáfora, la inteligencia del ingenio y el cinismo de la empatía. Acaban en el páramo adusto de la literalidad y se pierden para la humanidad. Yo intuyo que el tal Crispín era así. El hermano de Crispín, Crispiniano, iba del mismo palo y consecuentemente se escaparon juntos lo que es de pobres de espíritu. Ser muy muy amigo de tu hermano es triste, aunque no sepa muy bien explicar por qué. Crispín y Crispiniano le recuerdan a unos compañeros del colegio de la hija mayor que se llamaban Everton, Cleverton y, el más pequeño, Wellington. Las razones que pueden llevar a alguien a llamar a sus hijos así, como declinando un adjetivo o conjugando un verbo, no las estudia la ciencia y es pena. Crispín y Crispiniano fabricaban zapatos por las noches, dice la wikipedia, y se pregunta uno si serán los duendes del cuento de los hermanos Grimm, otros tristes que iban en comandita y escribían al alimón. A los duendes el zapatero y su mujer les hicieron unos trajes y nunca más volvieron. A Crispín y su hermano les dio matarile el emperador romano porque se pusieron a predicar en Soissons, que cae cerca de Azincourt, donde los ingleses les dieron matarile a los franceses el día que se celebra a San Crispín, o sea, el 25 de octubre. Hoy no es 25 de octubre, día de San Crispín, cripto zapatero nocturno, cristiano confeso, patricio romano triste y santos de nuestra iglesia por haber sufrido martirio cocido en un caldero. Quiso la suerte que ese día se librara aquella batalla. Casualidad. No fue suerte sino genio que Guillermo Shakespeare, un tipo de de Stratford upon Avon, con tal disculpa haya escrito una arenga que hoy aún resuena. Ni estuvo allí ni se sabe que haya estado en ninguna batalla lo cual no le impidió escribir uno de los monólogos más emocionantes de la literatura. We the happy few, we the band of brothers. Hay cosas que resuenan tanto que pese a no saber más que los rudimentos del idioma llegan y emocionan y se graban en la memoria. Es una tristeza que Crispín y su hermano Crispiniano hayan tenido que padecer el pasearse por el mundo con esos nombres, sufrir largas jornadas nocturnas haciendo zapatos y las molestias del martirio y la muerte. Es una pena que haya tenido que morir tantos seres humanos y todos esos franceses en la batalla de Azincourt. Pero, egoístamente, con esa falta de empatía propia de la distancia geográfica y temporal, doy por bueno todo ese sufrimiento cuando oigo recitar el monólogo de Enrique V. Dios los tenga en su gloria, yo ya tengo la mía.