EL BUS 69

La adolescencia es una época de incertidumbres en muchas cosas, pero en otras no. Quiérese decir que a los catorce años si llega el bus 69 se te pone dura. O si el 69 se retrasa y llega antes el 35 con un anuncio de bragas en los laterales. O de yogures. O de chocolate. O casi cualquier otro. La adolescencia, como se ve, no se permite la duda en ciertos asuntos y corta por lo sano. Ha pasado el tiempo y los anuncios de ahora me parecen tan sutiles usando el sexo que posiblemente sólo se pongan burros los adolescentes. Antes eran mas evidentes, no estaban pensados para almas delicadas, sino para gente recia. O eso o la habituación al estímulo, que también puede estar pasándome. O la edad.

Yo tengo la queja de que, en las cosas del sexo, los problemas de la vista me limitaron. Yo no veía el número del bus y malamente los anuncios, así que andaba salido sin causa que lo justificara. Era mi yo interior por sí mismo el causante de aquellos altibajos. En tiempos pasados nadie te hablaba del cambio hormonal y otras sutilezas. La adolescencia la pasabas solo, de erección en erección, de melancolía en melancolía, de frustración en frustración. Yo voy pensando ahora que para otros la causa de andar salidos, melancólicos o frustrados estaba a la vista, sobre todo en los quioscos, pero para mi no. Lo mío era vivir en una pecera sucia y andar como el rabo de un cazo por cosas lejanas y borrosas.

Una vez solucionado el tema de las gafas durante los primeros quince días el mundo me resultó más agradable. Después, y no termino de recordar por qué, todo volvió a su ser. Quizá resultó que la idea que tenía de ese mundo, pese a verlo desenfocado, era la correcta. Hoy pienso que si, que había mucha gente borrosa y que cada vez hay más. Gente de contornos indefinidos, de baja resolución. Gente en blanco y negro.

He de decir que con las gafas triunfé de inmediato en las cosas del amor, ya que podía verles la cara a mis interlocutoras y ajustaba las tonterías que les decía a las caras que ponían. Antes del feedback que me dio el ver a las partenaires en esto del amor tocaba de oído y así me iba, que no tocaba. Pero no todo fue felicidad. Nadie te advierte de la dificultad de morrear con gafas. Dificultad que cuando aún no sabes morrear se convierte en un verdadero problema. Lo mismo que aprender a conducir en un camión. De todos modos, vencer obstáculos forja el carácter, como ducharse en agua fría, y siendo grande la motivación, y en ocasiones hasta molesta, los riesgos fueron asumidos, los obstáculos fueron sorteados y algún que otro objetivo alcanzado.

Uno no se encuentra a si mismo a los catorce. Todo son quejas. Sin gafas me sentía perdido. Con ellas me veía impedido. Metálico y protésico. Pero dieron sentido a mi vida: veía venir el 69 desde lejos y mis ardores tuvieron causa y combustible. Desde que las puse pasé los inviernos sin camiseta y me duraban las erecciones más que ahora la batería del móvil.

2 thoughts on “EL BUS 69

  1. A estas alturas de la película, cada vez que veo BILBAO69 o BORDEAUX69 es que se me ilumina el rostro, y tengo una gran y fuerte erección (claro está que esto sucede en mi cerebro, ya tengo una edad, pero ojo noto todavía un bonito cosquilleo en el órgano de micción que me retrotrae a épocas de mayor vigor…) también suelo pensar en el jodido responsable de las señales de tráfico que ese día estaba bruto, o su noche fué gloriosa y quería compartir…
    JODER CON EL 69…;-)) qué alegría más grande…

  2. Eso es que ves bien, por lo menos de lejos. Tengo que graduar las mías y prestar más atención a las señales. 🙂

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