UN BESO EN ORIHUELA

Para ir a Orihuela basta ir a Albacete y seguir las señales. Las señales que dicen Murcia. Yo de Albacete, del Nueva York de La Mancha, sé Algunas cosas, más o menos las cosas que sabe todo el mundo: que para allá están siempre in itinere una vieja y un viejo y que al llegar caga y vete. Me consta que Albacete está en llano y Chinchilla es todo cuestas y para bailar las manchegas necesitas, moza, una guitarra y unas postizas, sea eso lo que sea. También dicen, cosa que no he comprobado, que desde Chinchilla se ve Almansa y La Roda y Albacete y La Mancha toda. Por las cercanías paro a poner gasolina y el termómetro marca cuarenta y dos grados aunque un poco más allá refresca algo y baja a cuarenta y uno, lo que se hace más soportable. Todo es un poco exagerado en Albacete y creo yo que la razón es que para ser un pueblo es demasiado grande. En Albacete pasé el frío de mi vida y aparcaba el coche sin freno de mano. Si llegabas y el sitio era escaso arrimabas parachoques y empujabas un poco, lo justo para meterlo. De esto saqué yo la enseñanza de que con algo de educación y maneras suaves te dejan entrar en cualquier sitio. Y eso porque el coche, aún sin freno de mano, sabíamos que no se iba a ir a ningún lado. Diríamos que la gravedad, en Albacete, está en un punto de equilibrio, las cosas sólo caen hacia abajo y no garrean. Allí, se rumorea, no hay que nivelar las ruletas ni las mesas de billar, donde las pongas vale. Esto me suena a chiste de casino pero quién sabe. Cuentan también que en el de Albacete, en el Casino Primitivo que es el bueno, Calle de Tesifonte Gallego número 3, estaba Toribio Moreno leyendo el YA cuando lo abordó Eliseo Romero diciéndole, Tori, ven, que te voy a presentar a un amigo. Tori bajó el periódico y mirando a Eliseo pero no al amigo le dijo: Eliseo, te lo agradezco mucho pero ya conozco a demasiada gente; preséntaselo a alguien que tenga menos conocidos o mejor memoria porque me voy a olvidar de él enseguida y estoy seguro que no se lo merece. Seguramente esto no sucedió y no sea más que otra leyenda urbana, una leyenda de pueblo, pero desde siempre, desde que me lo contaron Toribio ha sido mi héroe secreto. Es que tengo el móvil lleno de nombres y números de gente que no sé quién es; gente que yo ya he olvidado pero el teléfono no. Ojalá tener la clarividencia de Toribio y la mitad de su arrojo para rechazar según qué cosas. A veces, pienso mientras en lo alto se reúnen nubes de tormenta, no ser esclavo de mi exquisita educación. En Orihuela han puesto en las aceras versos del poeta: Aquí estoy para vivir mientras el alma me suene y así. Lo veo peligroso. Lo mismo te despistas y un buga tuneado te silencia el alma a lo tonto y del tirón. Lo digo porque delante del Teatro Circo casi me pasa. El Teatro Circo es redondo, como un circo, lo que vienen siendo dos teatros romanos opuestos y adyacentes. El Teatro Circo de Orihuela, me malicio, seguramente dio un sinnúmero de noches de éxito a Manolita Chen y su Teatro Chino, compañía de galas orientales con cincuenta artistas internacionales, quince atracciones, circo y variedades, además de veinte bellísimas bailarinas. Tiene toda la pinta, por el estilo de la edificación, que allí vibraba enardecido el respetable con aquel espectáculo setentero: paraíso sicalíptico a precios populares. Hoy en la plaza juegan niños mientras abuelas y mamás vigilan con esa visión periférica que tienen las mujeres, esa que me falta y hace que casi se me lleve por delante un Opel tuneado, con luces azules bajo la carrocería y sonido de pedo apretado, mientras leía acalorado y curioso los versos del poeta. Cuando se dice el poeta, si está uno en Orihuela capital, su huerta o su monte, se habla, claro, del poeta cabrero Miguel Hernández. Aclaro esto a los sólos efectos de poner en contexto el asunto y porque, aunque quizá no sea necesario, sabido es que lo que abunda aburre pero no daña. En Orihuela hasta el Casino, casino orcelitano, es un algo homenaje a Miguel Hernández, lo cual tiene un sentido pero no todo. Para mi que nada más lejos del poeta que un Casino de pueblo, un casino con butacones que aún huelen a puro y anís, con salones en los que aún resuenan murmuraciones y chismes de comerciantes burgueses. Orihuela, a simple vista se ve, es villa que ha tenido un pasado. Conventos, iglesias, casonas y palacetes de una piedra siena como los montes que la rodean salpican sus calles estrechas, calles como las que se gastaban antes, para ir y venir y no para aposentarse con coches o terrazas. Paseo algo errabundo mirando el río y echando de menos, traicionando a Toribio, alguien que me cuente, con mirada pícara, mucho cachondeo y quizá hasta bajando algo la voz, las mejores anécdotas del Casino Orcelitano. Aunque luego su nombre, anotado en el teléfono, no me dijera nada. El río, el Segura, pasa manso mirándose en los cristales que lo miran. Errando acierto a caer hambriento en Casa Pepe donde, como los beréberes ofrecen te, nada más llegar asaltan al viajero con ese gel hiroalcohólico que todos odiamos, ese que tiene el tacto de gomina para el pelo y deja las manos casi tan pringosas. Uno, antaño, tenía cabellera y usaba gomina y, hogaño, a la puerta de Casa Pepe con las manos asquerosas pero desinfectadas, con las manos sin saber qué hacer con ellas porque lo que uno toca lo empuerca, casi agradece al Divino Hacedor que le haya dado una vejez escasa de pelos ahí arriba. Hace dos meses no sabíamos lo que era lo hidroalcohólico, si acaso echarle agua al vino, y ahora todos entendemos más de eso que de mujeres. Cosas. Usan, en cambio, aceite muy verde y picante, como el portugués, lo cual que se agradece. Y es que el aceite bueno y una pizca de sal levantan el pan malo que se gastan. El pan y el café malos son una constante por España adelante, como el número de Avogrado, 6022140857, que llamas y comunica. Las verduras, no obstante, están como uno las espera en un sitio en el que presumen de ellas. A las diez o así anochece en Orihuela pero el calor no se va y el cielo, de un azul raro, sin una nube, parece artificial, el vinilo retroiluminado de una tienda de telefonía. Con esa luz difusa que no tiene origen claro pasea uno por donde el Palacio Episcopal que está enfrente de la Catedral la cual tiene un bonito claustro abierto en el que una pareja con las mascarillas al cuello se morrea con ansia contenida. Mirarlos, de reojo porque son leyes de la física y de la antropología que observar altera lo observado, es como ver burbujas trepando por la copa del champán. La nueva normalidad en algunas cosas es lo mismo que la normalidad vieja porque de otro modo el mundo no sería y Nos maliciamos que siempre será ese en el que la sangre que no se desborda y la juventud que no se atreve, ni es sangre, ni juventud, ni relucen, ni florecen. Con ese cielo azul de noche americana el beso, ese beso tan normal, parece de Hernández rodado por Truffaut, cinematográfico, huertano e intemporal. Será que la moza iluminada de azul lleva alpargatas. Quizá.