Un tipo dijo una vez, mirando fijamente a la cámara y tartamudeando, “Me gusta decir lo que pienso, porque, si no, ¿para qué pienso?” Una frase así parece inapelable y el colmo de lo civilizado y lo humano. ¡Coño! Hasta a mí me sedujo la simplicidad y la potencia del mensaje. Pensar nos hace humanos y hablar convierte la manada en sociedad, pensaba yo. Y así anduve un tiempo, imitando al tartaja, intentando decir lo que pensaba, porque, de no hacerlo, qué sentido tenía que yo pensara. El súmmum del pensamiento, su gloria, es trasladarlo al cerebro de otro mediante la palabra; libertad de expresión y que fluyan las ideas, pensaba y, consecuente con ello, decía a quien me quisiera oír.
Lo cierto es que las cosas aún las fáciles, nunca son sencillas. Hoy pienso que el verdadero sentido de pensar es callar. Esto, que resulta antiintuitivo, es el fundamento de la civilización, la educación, la paz y el progreso de la humanidad. En fin, que lo que nos hace humanos es callar la puta boca.