CARTA A BOB

Ayer me llamó Senén y pensé que, como siempre, sería algo con su exmujer, que se le fue con un feriante portugués, o con la cuota de la leche y la Consellería. Esta vez no iban por ahí los tiros, era sólo para contarme una historia y pedir consejo. Muertos sus padres ya hace tiempo y hace sólo tres meses su tía Carmen, único pariente que le quedaba, no tiene a quien contarle sus cosas y pensó en mi.

El viernes en la tele vio la cara de Bob Dylan y la reconoció. Recordó haberla visto en casa de Carmen, en esos marcos de plata en los que se ponen las fotos de boda y comunión. Así que el lunes a la noche cogió su Seat León y se bajó al pueblo con la llave grande del caserón de la abuela, el que le quedó a Carmen en herencia y donde pasó sus últimos años. Como muchos de la zona estuvo emigrada en EEUU de los ’60 a los ’90, y cuando volvió jubilada hizo la vida de las señoras de pueblo, ir a misa, a la peluquería y cuidar un huerto. Nunca se casó y no tuvo hijos. Lo que sabía era que sirvió en la casa de una familia y fue feliz.

Senén se encontró la casa de su tía con los cajones llenos de fotos, cartas y recuerdos, con el desván lleno de cajas y cajas con ropas, libros y discos. Montones de abrigos y pantalones de campana, botas camperas de piel de serpiente, bufandas tejidas a mano, sombreros de cowboy con adornos de serpiente y conchas de plata. Muchas fotos de Bob Dylan con sus hijos, con su mujer y con ella. Sonrisas y abrazos en fiestas de cumpleaños, picnics y Navidades. Dedicadas la mayoría. Postales de viaje ordenadas en atados enviadas desde sitios lejanos, largas cartas en inglés y felicitaciones de Navidad.

Miró en Google y reconoció en las fotos a Jesse, Anna, Samuel y Jakob y en ellos los pantalones, cazadoras y gorros que Carmen enviaba en cajas a su hermana o traía en sus vacaciones y que acabó vistiendo él para ir al colegio. Ropa usada de los chicos de la casa en la que trabajaba que, prácticamente nueva, traía para su único sobrino. Senén me contó cómo aquello le hacía sentir el tipo más ridículo del instituto. Era ropa usada y, desde luego, con aquellas pintas no iba a la moda. Aquellas prendas lo distinguían como un hortera. Siempre odió un poco a su madre y a su tía por aquello.

Mirando un álbum que tenía en su dormitorio de anciana y leyendo ocho o diez cartas de lo mas cariñosas con ayuda del Google Translate se hizo una idea. Carmen entró a trabajar en aquella casa en la convalecencia de un accidente de moto, luego vino un matrimonio, y otro y los hijos, uno de ellos adoptado, a los que prácticamente crió ella. Luego se convirtió al cristianismo y allí estaban, para probarlo, fotos de Carmen y Bob con el hijo mayor en Compostela, en el Corpiño y el San Andrés de Teixido. Lo último era una felicitación de Navidad de 2015.

Senén está inseguro y duda sobre qué debe hacer. Cuando murió Carmen se tuvo por único pariente vivo y no avisó a nadie de su muerte. En el pueblo quienes han de enterarse se enteran de inmediato de una cosa así. Quiere mi consejo sobre si resulta procedente localizar a Bob y escribirle una carta dándole la noticia, cosa que creo que debe hacer. Por otra parte tampoco quiere que se enteren los periodistas y le acosen y manoseen la historia de Carmen, que quiso a Bob como un hijo, así que, como entenderán, me he permitido cambiar los nombres.

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