EL MÉTODO

El prado regadío Samosteiro, de unos dos ferrados y seis cuartillos de otro, en el lugar del mismo nombre, linda al norte con camino, al sur con corredoira que lo separa de otro de herederos de Soledad Sánchez, al este con más de ésta misma propiedad y al oeste con Inglaterra, la mar en medio. Era de Jesús Sánchez, el hijo pequeño de Manuel Sánchez, o Barbeiro de Froxán, al cual le correspondió en las particiones que les hizo en la casa paterna, éste de cuerpo presente, Don Anselmo Gómez Mallo, perito agrimensor. Suso Sánchez, o Pequeno do Barbeiro, lo puso en garantía de una mano en la timba de Casa Freire una noche de agosto del 26. Eran tiempos locos, los años 20, incluso aquí en el fin del mundo. Llegado el día e impagada la deuda Xurxo do Carrizo, tratante de ganado y prestamista por lo menudo, se hizo con la propiedad para enfado y disgusto de la viuda y los hermanos. El prado no valía bien el monto de lo adeudado pero es vergüenza en todas partes que se lleven lo que fue de la familia desde quién sabe cuando, desde el tiempo de los moros o quizá más. También es demérito tener un hijo perdido, dado a la bebida y al juego, vicios que si son ocasionales son defectos de carácter o voluntad pero manifestados en exceso son pecados que de ordinario se acompañan de lujuria y fornicación. El disgusto que sienten madres y padres por el hijo jugador se alivia mucho si gana y viene a casa hecho un pincel, con sus zapatos nuevos y terno de sastre, pero eso, ya sabemos, en raras ocasiones sucede y es estado tan tornadizo como voluble es la suerte. Suso do Barbeiro tenía un método científico comprado a un marinero que iba mucho a América y hacía puerto en La Habana, La Florida, Nueva Orleans y alguna vez incluso en Nueva York. Este método, sencillo, eficaz y rápido era, punto por punto y sin omisiones, el que usaban los tahúres en los casinos de América, tierra de grandes invenciones. Por qué en la taberna de Freire no funcionó se debió más, pensó Suso, a una falta de estilo y clase de los participantes de la timba que a demerito del método, pensado para lugares elegantes con gentes educadas y no para chigres llenos de gente zafia. Un poco por vergüenza, un poco pensando volver hecho un pincel, zapato brillante, terno de sastre y leontina de oro, Suso empeñó otra finca y marchó a la Argentina con una maleta de cartón y las cuartillas en las que fiaba su fortuna. Murió dos años después, una noche de agosto, de unas puñaladas que le dieron en Villa Soldati por robarle el reloj y la pitillera de oro y cinco mil pesos que acababa de ganar en una partida de malevos feroces. Estaba corrido que el gallego Barbeiro hacía trampas, porque siempre se las arreglaba para salir ganando.

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