UNA NOVELA RUSA

Boris Timofeitch Ismailiov esperó un año desde la muerte de su esposa, Liubna Filomenitch Viskeitilova, para retirar el luto y seis meses más para declarar su amor a Irina Fanáilova Kersnóvskaya, a la que amaba desde que, niños ambos, se conocieron en la dacha del conde Aleksandr Jristofórovich Benkendorff, general del Regimiento de los Dragones Imperiales de Borisoglebsk. De aquel lejano tiempo recordaba los dorados campos de mies, las excursiones de caza con Igor Kolontai Klimov y Mijail Simeon Avvakhum, la alegre sonrisa, el luminoso rostro de Irina Fanáilova y aquellas hermosas tardes, bajo los álamos, a la ribera del río Betsk, en las que el tiempo parecía no pasar y la vida discurría como un viaje en globo aerostático, mecida por amables fuerzas invisibles, levemente errática, lejana en sus detalles. Irina Fanáilova respondió rechazando con serenidad pero firmeza su petición —¡Contigo no, bicho!— y Boris Timofeitch Ismailiov, desesperado, se suicidó disparándose en la cabeza porque esta, señores, es una novela rusa.

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