Doña Rosa es hacendosa y embota mermelada, confita tomates, teje fundas de ganchillo y seca flores en verano colgándolas en un armario umbroso. Doña Rosa es modesta, recatada, pudorosa, discreta y decente todo lo cual, tal como ella lo ve, aboca a, y aún impone, la impoluta limpieza de su persona y de su hogar, asunto que se extiende a los olores, incluyendo no sólo la correcta ventilación de las estancias sino una apropiada diseminación de perfumes. Doña Rosa tiene, quién lo diría, querencia por el perfume a rosas, asunto que soluciona por medio de la sistemática aspersión de ambientadores con aroma artificial. En el salón, por si vienen fumadores, y en el baño de invitados, por si algún extraño tuviera necesidad de usarlo, hay, además, unas velas aromáticas de color salmón con forma de una vulva muy abierta, cisura descocada, prestas a desprender aroma también de rosas. Que no está limpio si no huele a limpio es un axioma, aunque qué olor es ese es asunto que varía de casa en casa, de lugar en lugar. Gente basta y poco refinada, con alma de ganadero, opta de ordinario por olores intensos, como zotal o lejía, signo claro de que se ha intervenido activa e intensamente en la limpieza y desinfección. Almas más delicadas, como la de doña Rosa, de ordinario optan por lo bucólico, con preferencias por los aromas de inspiración campestre una vez eliminada del paisaje la cabaña ganadera, tipo lavanda, naranja y canela o frutos rojos del bosque. El baño de invitados de Doña Rosa, además de la vela genital, tiene en las paredes grabados de flores, toallas gemelas, gruesas y esponjosas, con aplicaciones de ganchillo y bordadas con las palabras His y Her en azul bebé y rosa claro. Si por un casual acabara usted sentado en la porcelana sanitaria de ese baño, aspirando el aroma floral que lo colma, podría, si alargara el brazo, tomar en su mano uno cualquiera de los varios libros que se disponen ordenadamente en un pequeño estante, todos ellos sobre las rosas, sus innúmeras variedades y su cultivo. Cualquiera puede encontrarse en un baño ajeno en una molesta situación de impasse y en esos supuestos se agradece la distracción de la lectura y más si es didáctica. Si así ocurriera podrá comprobar que quien estuvo antes, y en todos los ejemplares, metódicamente, dobló el pico de algunas páginas sugiriendo a los indecisos, obstruidos y atascados un punto en el que tomar o retomar la lectura, curiosamente en todos ellos en el capítulo del abonado. “¿Qué es el abono orgánico? ¿En qué formato es adecuado para abonar los rosales? Los abonos orgánicos se obtienen de productos de desecho vegetales o animales. Los típicos abonos orgánicos que se han utilizado desde siempre en los jardines son el compost y el estiércol. Todos los abonos orgánicos excepto el estiércol fresco (Vid. pag. 153) son adecuados para el abono de los rosales.” Confieso aquí que ese alguien fui yo, que soy muy dado a establecer conexiones entre cosas a menudo aparentemente dispares y no soy capaz de resistirme a las circulares, tan perfectas. No resistí por ello a la que nos lleva del estiércol al perfume de limpieza, pasando por Doña Rosa, su retrete y sus rosales, para establecer la cual faltaba únicamente doblar el pico de unas páginas amparado en la impunidad del encierro solitario.
El olor a NADA es el mejor, en comparación a abigarrados olores que quieren enmascarar otros.
Donde esté un buen NO OLOR, que se quiten las fragancias.
Por lo menos algunas que llegan en botes, velas y esenciadores…
Mi hermano estuvo interno en un colegio de curas donde comían alubias y farinetas cada día. Y cuando a los chicos les apretaban los gases, los soltaban, vestidos y todo, pero con una vela encendida al lado de la salida. Se formaban unas llamaradas enormes, durante un instante, aunque tan corto que los pantalones no se les chamuscaban, pero al arder los pedos, ya no olían.
Eso no era enmascarar, sino suprimir.
A la pobre Diane de Poitiers le pusieron fama de bruja porque no usaba esas bolsas perfumadas que las damas de su época usaban. Que ella no las necesitaba, porque se bañaba o duchaba a diario, después de montar a caballo, y olía a limpio…
Yo creo que cada cosa debe oler a sí misma. Que el error es eliminarlo o enmascararlo. Un taller debe oler a gasolina y aceite, un libro a tinta, un cocina a comida en marcha y así. Hay una manía contra los olores.
Entre el olor a cuadra y quemar los pedos hay un práctico intermedio: encender una cerilla en el baño. Después de, no antes. Estas cosas no se les explican a los jóvenes y acaban en urgencias con el culo depilado. Falta mucha información.