EN UN ÁNGULO PRECISO

Es mayo y llueve y caminamos con la tristeza de los desencantados por aceras vacías, levemente apresurados. Un paraguas define un espacio que nos aísla aún más y dirige las miradas al suelo, en un ángulo preciso. Nos desplazamos así en el interior de tristes burbujas bajo el agua. No atendemos a nadie y nadie nos atiende, sólo las cámaras que pueblan las esquinas muestran el desapegado interés de un mayordomo de serie inglesa o la difusa curiosidad de un entomólogo.

Caminan muchachas bien arregladas, simulando una alegría que no tienen, tratando de sobreponerse a la adversidad de este tiempo que les impide lucir al cien por cien de sus posibilidades. Caminan ancianos con pantalones beige de tergal y deportivas de mercadillo, párpados caídos y esos ojos eternamente húmedos que uno no sabe si responden a una enfermedad o una tristeza que desborda. Caminan errantes cobradores de la ORA con ridículos chalecos reflectantes y la maquinita de recaudar colgada al cuello, conscientes de la estupidez e inutilidad de su función, gorrillas funcionarios, simulando actividad e interés. Gente gris deambulando por aceras grises bajo un cielo gris, hartas de promesas, traicionadas incluso por el sol.

Nos resignamos como el preso a la innecesaria vejación de su ridículo uniforme a rayas. Sólo el mar lleva mal el viento y la lluvia y no se somete y exhibe su mal humor con olas que rompen en la playa y se deshacen, inútiles, en las rocas.

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