TEÓLOGA EN PRÁCTICAS

Rosana es teóloga. Y a mí, vete a saber porqué, eso me pone. Rosana, creo yo, no es para nada nombre de teóloga. Me parece más un nombre de panadera o dependienta de bisutería. Se lo digo a ella con cariño, me gustas mucho Rosana, sólo que el nombre no te pega. Nadie es perfecto, me contesta ella con una mirada tierna de cordera, sólo Dios. Yo como que me derrito porque, no sé si lo he dicho ya, Rosana está buenísima y que sea teóloga le añade mucho morbo.
Rosana tiene un culito que yo digo de teóloga en prácticas. Redondo y respingón. Un culo que camina desafiante y bamboleante desde el efímero goce de la carne hacia el razonamiento sutil e inspirado sobre la divinidad, la razón y la fe.
Pero ella es todavía un ara profana y politeísta, porque Rosana se halla confusa. Vacilando del culo al caño, del coro al coño, que si sí, que si no y todo eso. La fe, como el deseo, es cosa caprichosa y efímera, como ese rayo de luz que se cuela entre las nubes de los catecismos. Ese sol, que tanto vale para una rave de playa nudista o para la espiritual y definitiva renuncia a los demonios de la carne, tiene a Rosana indecisa y a mí en un sinvivir. Y por esos caminos transito, ausente y creyente detrás de una teóloga rubia, curvácea y neumática que es un regalo de Dios.

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