INFECCIOSA FELICIDAD

Vale que todo era gris. Vale que las esquinas eran romas, las calles mojadas, los caminos llenos de baches y las nubes siempre venían, nunca se iban. Vale que el tiempo no pasaba, las horas en blanco y negro eran eternas, los relojes de cuerda paraban y los días eran, uno tras otro, el mismo día. Vale que la gente gris queriendo no ser gris se revelaba no sólo más gris sino superficial, chabacana e ignorante. Vale que intentaran abrirte su alma y resultase siempre maloliente, como sus pies. Pero a esas cosas uno se acostumbra, se amolda y en ellas se curte. No se las deja pasar de una superficie que se revela imprescindible para la supervivencia, como las latas para las conservas. Dentro, al vacío, iba yo tirando. Incómodo, apretado, leyendo con luz artificial.
Luego vino la felicidad, que es infecciosa. Ahora no puedo vivir sin ella y camino estremecido, febril, abstinente y en constante sobresalto por temor a perderla.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.