OH! EL AMOR

Aprendemos del modo ordinario que existe un sentimiento inefable llamado amor y su contenido por el único método posible, el más irracional: la improvisación. Verdaderamente de ningún otro modo es posible acercarse al personaje que hemos de representar.

Todos conocemos los gestos, los parlamentos, los silencios, las entradas y salidas de escena de los variados caracteres posibles. Ardorosos, trágicos, inseguros o celosos. Pero el personaje que elegimos nunca es el que estamos llamados a representar. De los muchos que la literatura y la tradición oral nos presentan nunca elegimos el que se compadece con nuestra calidad de actores.

Quienes poseen menos carácter pronto encuentran, con la ayuda de la literatura, el cine o el consejo de amigos bienintencionados, su modelo. POr ello se aprenden antes las entradas, las salidas y los parlamentos que les corresponden; y lo que es aún más importante, los tiempos de sufrir y de gozar.

Quien es de natural más indómito nunca se amolda del todo. Por ello defraudan una y otra vez a sus enamorados faltando a sus citas en escena, olvidando el texto, improvisando parlamentos improcedentes o callando en los momentos en que el foco los ilumina a la espera de declaraciones de enorme importancia. Yerran constantemente.

Si es difícil no sólo encontrar sino también asumir el personaje que nos corresponde, por el contrario resulta sencillo advertir cuál es el que conviene a los demás. Sólo aprendemos dificultosamente por los abucheos del público o los enfados de quienes nos dan la réplica.

Así lo que llamamos primer amor no es más que el primer afecto en el cual representamos nuestra escena con un mínimo de lucidez y acierto, con un cierto aplomo. La primera vez que componemos un personaje creíble para los demás y para nosotros mismos.

Hay quien jamás asume personaje alguno, ya sea por incapacidad, indolencia, desidia o incluso por sentido del ridículo o una lucidez que le condena a la soledad.

Estos están destinados en este teatrillo que es el amor a las funciones de crítico, acomodador, iluminador o taquillero, según abunden en rebeldía, en la ansiedad del celestinaje, en insano voyeurismo o absoluto desinterés.

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