VIVIR COMO PÉREZ 004

Empezamos justificando el plan de la obra. Y lo decimos alto y claro. Esto, señores, es un puzzle. Un puzzle artesanal, complicado en ocasiones, sencillo en otras. Habrá muchas cosas. Montones de cosas. Pasote de cosas. Plumas viejas, latas de membrillo con litografías de bebés, sombreros panamericanos, tazas de te de la china. Mantones de Manila, minerales africanos, fósiles de trilobites, cascos de cerveza, condecoraciones de ultramar. De todo eso vamos a tener a porrillo. Se van a hartar ustedes de hojear libros viejos, folletos viejos, fotografías viejas, carnets de baile viejos, cartas de amor viejas y correspondencia comercial vieja. Las partituras, que las habrá, son todas, por definición, viejas. Las imprimen así de propósito. A los músicos les encanta que parezcan impresas en época de Mozart.

Los contornos de todas esas cosas, en la realidad y en la memoria, se desdibujan. Los límites entre un libro viejo y un carnet de baile viejo están menos definidos cada año que pasa. Una foto recortada de una revista editada en Buenos Aires y la que le tomaron al tío bisabuelo Genaro en el puerto de La Habana el día que llegó se van volviendo más difusos con los años hasta que, finalmente, desaparecen.

Los problemas de colores y contornos, son los problemas de los puzzles. La memoria, cómo las cosas encajan, en la realidad y en el recuerdo, son la causa del juego. Y el juego es ver cómo la memoria, con la ayuda de las cosas, pero no las nuestras, sino las cosas de otros que se escriben en la novela, nos traen el recuerdo de nuestra propia vida y la de los próximos, la de los conocidos y la de los novelados. Jugamos así con lo que se borra en la realidad, en la memoria y en la realidad y la memoria narrada.

Los puzzles podemos clasificaros en fáciles o difíciles atendiendo con dos parámetros: el dibujinchi que le pongas y la mala leche del puzzlero o fabricante de puzzles. Usease que no es lo mismo una fotografía de una máquina de vapor con colores variados y formas reconocibles que un cuadro impresionista, borrón de colores e inexistentes formas. Y no es lo mismo que el puzzle tenga cien piezas que cien mil. A esto se le puede, y lo hacemos, retrucar que los bordes siempre son fáciles. Y lo mismo con determinadas otras zonas. Esas, señores, son la droga regalada a la puerta del colegio. Se trata de enganchar a alguien al absurdo, olvidado y banal arte de la composición de puzzles.

Hoy, ni foto ni cuadro impresionista, expresionista, renacentista. Hoy, si acaso, una lámina de Mondrian. ¿Qué coño era Mondian? ¿Neoplasticista, primer abstracto?. Qué más da. Esto se parecerá más a un cubo de Rubik  –signo de los tiempos– que a un verdadero puzzle. En este las dificultades, tanteos, errores, no han sido previstos, uno por uno, artesanalmente, por el fabricante. Han sido previstos según una fórmula, rigurosa e infalible, por un matemático juguetón.

Porque los puzzles son entretenimiento para niños, como mucho adolescentes. Porque eso de la formas giradas, los colores parecidos y tal son habilidades que a una determina edad, siempre temprana, están plenamente desarrolladas y empiezan a aburrir. Porque la vida, señores, llega un punto en que por vivida, aburre.

Digan lo que digan.

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