LA BRAGA GRIS

La braga gris está delante de mí, escueta, en una foto de esas del ciberespacio. Uno dice braga gris y ya se da cuenta de que quien lo oiga o lea no se va a hacer una idea exacta de qué estamos hablando. Una braga gris puede evocar un mundo gris, triste. Qué sé yo. Una realidad cutre, de fútbol de tercera división, domingo con lluvia en bar de pueblo o lunes frío en polígono industrial. Nada muy sugerente. Por eso, para deshacer ese posible malentendido, es necesaria una descripción detallada de la braga gris y de, importante detalle, aquella porción de realidad, de carne gloriosa, que ella delimita y apenas encierra.

La braga gris es de algodón, de ese algodón finito y suave del que confeccionan ahora las bragas. Es el mismo, calentito y elástico, con el que hacen algunos muñecos de peluche. Cómo pueden fabricar algodón elástico sin que deje de ser algodón, se pregunta uno a veces, maravillado del cariño con el que se pega al cuerpo que cubre. Con qué eficacia se ajusta sin dejar de tener ese tacto y apariencia suaves.

La braga gris es de un gris clarito de braga de estar en casa, de vestirse para estar cómoda y gustarse quien se la pone. No es una braga para salir a un escenario o intentar impresionar. Quizápor eso impresiona y gusta. Tiene un color uniforme que adquiere, misteriosamente, sombras y tonos que van desde el casi blanco al gris marengo. Ese misterio aparente se debe a la luz y, sobre todo, a su ajuste a las curvas del cuerpo que abraza. Al pegarse con esa eficacia, sin dejar ni medio milímetro de holgura, la braga gris se apropia de los volúmenes. Cada mínima curva y rugosidad, aún quedando oculto a la vista, se revela por su volumen. Y la braga opaca se vuelve transparente para el ojo lujurioso. Y es que la braga gris desnuda la carne como la escultura clásica desnuda los cuerpos, eliminando el color y dejando que sea la forma la que hable por medio de la sombra. Que recite.

Esa braga es de esas bragas que se alzan sólo hasta las caderas, ni un milímetro más, y que allí, a cada lado, tienen de ancho apenas medio centímetro. No podemos decir que es un cordón, porque no lo es, pero casi, casi. Puede decirse que la braga gris, tal y como sale en la imagen ciberespacial, es un mínimo triángulo de tela estirada que se adhiere al cuerpo. Si puede Vd. imaginarse un triángulo isósceles invertido según la convención clásica de su representación, hágalo ahora. Imagine la figura de modo tal que el ángulo formado por los dos catetos apunte hacia abajo y la hipotenusa quede convertida en horizonte o playa contra el que rompen las olas suavísimas de una barriguita de muñeca. El ángulo de los dos catetos aparenta estar truncado pues se curva, aleja y desaparece de nuestra vista entre los comienzos de dos piernas blanquísimas, recogiendo y sosteniendo un Monte de Venus de curvas perfectas.

En esta foto la braga gris es elemento de transición entre un fondo apenas iluminado, oscuro casi negro, y la carne de un cuerpo menudo de curvas suaves, volúmenes proporcionados y piel clara y casi transparente. Así la braga ocupa los tonos medios de la fotografía venida del ciberespacio. No es la oscuridad, no es la claridad. La braga se interpone entre un cuerpo desnudo y libidinoso que brilla sobre el telón oscuro de la realidad, haciendo posible la transición entre la carne y el mundo.

Ese cuerpo, por encima de la cintura, es decir por sobre la hipotenusa ya nombrada, es liso, llano, mar en calma o cielo despejado, con apenas una curva de suave ola. Tan bella y delicada que piensa uno que era innecesaria fisiológicamente y ha sido allí puesta únicamente para el deleite de la vista. De ahí hacia abajo, por el contrario, curvas y volúmenes se precipitan. Sin llegar a ser bruscos se multiplican, dividen e intersectan. Destaca, bellísima, la que se forma en el lugar en donde el ángulo de los catetos desaparece, abrazando el Monte de Venus de una ingle a la otra. El espectador seguramente imaginará que ese ángulo muere exactamente en dónde debe encontrarse el ojo del culo. Cualquiera se fijará, además, en los valles, más suave uno más abrupto el otro, que desde las ingles recogen la caída natural del cuerpo en esa zona y la conducen, también, a la escapatoria de Venus, donde parece que todo confluye.

Cuando miramos a la braga gris nos asalta la sensación de estar viendo a una bella joven desnuda, algo incierto puesto que la braga tapa y no desvela. Esta sensación desconcertante y por momentos abrumadora se debe a que el vestido, para ser vestido, ha de guardar una  cierta proporción entre la superficie cubierta y la descubierta, entre el color de la piel y el de la vestimenta, entre el volumen del cuerpo cubierto y del ropaje que cubre. Cuando hay una evidente desproporción el vestido deja de serlo y se convierte en otra cosa. Los complicadísimos vestidos de algún Carnaval, no son vestido sino artefactos construidos para ser brevemente habitados por hombres o mujeres.  Y al contrario, si la llamada vestimenta es tan breve como por ejemplo la braga gris no se le puede llamar tal ya que no cumple ninguna de las funciones del vestido. Se convierte por su breve tamaño y su adherencia al cuerpo en un adorno. Un complemento como lo es un sombrero o un bolso. El ojo no la ve como elemento utilitario que aprovecha para embellecer, sino como puro adorno sobrio. Por ello, lo que finalmente vemos es una bella joven desnuda adornándose con una braga. Gris.

Y finalmente, de un modo misterioso y extraño, la braga gris nos trae, sabe Dios de qué recoveco oscuro o iluminado del cerebro, el recuerdo de un culo que no vemos. Un culo pequeño, redondo, no muy respingón, un poco de efebo clásico. Un culo simétrico, manejable, de consistencia atlética y volúmenes delicadamente rotundos. Un culo sin contemplaciones, moderno, activo. Un culo que en ese volumen que adivinamos reducido condensa la mayoría de las curvas de la naturaleza. Lo que no vemos y no acertamos a adivinar es qué hace la braga gris con ese culo, porque si se han inventado cien maneras de resolver el peliagudo tema del Monte, hay más de mil para cubrir con tela un culo. Ante una inmensidad de tal calibre cualquier observador sensato ha de rendirse.

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