MIRA MI DEDITO

Puedes ser tonto o hacértelo. El segundo caso a la gravedad añade el dolo. Baltasar se lo hace. Ordenó grabar todas las conversaciones de unos detenidos con sus abogados con el argumento de que podían colaborar con la destrucción de pruebas y la ocultación del botín. El nivel medio, de todos modos, no es el de Baltasar con su resoluciones. Es la media entre las estupideces de los fiscales que las alentaron y las defienden, las de otros magistrados por delante de los cuales pasó esta aberración y les encantó ver cómo Baltasar tenía huevos para tomar esas decisiones y el aplauso generalizado de la masa entre estúpida e interesada que las justifica por las buenas intenciones que exterioriza. Un sistema, el que sea, tiene mecanismos para lidiar con malvados y corruptos. Jueces, fiscales, policías pueden serlo. O ladrones y prevaricadores. Son personas normales; egoístas, débiles, mentirosos, lujuriosos, avariciosos. Aprobar una oposición, ser inteligentes, tener una gran memoria o ser muy trabajadores no los convierte en buenos, honrados, justos o incorruptibles. Pero si se les pilla haciéndolo hay mecanismos para depurarlos. Expulsión, cárcel. Apartamiento de los centros de decisión que ocupan sólo expulsándolos de ellos o también internándolos en prisión. Pero contra la estupidez, la tontería y el maniqueísmo un sistema, cualquier sistema, no tiene defensa. No podemos meter a los idiotas, a los tontos en la cárcel. Los estúpidos, si se extienden, no van a ser depurados. No hay mecanismos. No existe la convicción colectiva de que son estúpidos y menos la de que siéndolo merezcan algún tipo de reprobación. En general, los estúpidos por el mero hecho de serlo son respetados y se ha instaurado la creencia general de que la respuesta apropiada a sus estupideces es proporcionarles mucho amor y mucha comprensión. Mucha protección. Baltasar se hace el tonto, porque es lo bastante listo como para percibir que eso es lo que reporta mayores beneficios. Te hace invulnerable. Refractario a las críticas, a las opiniones contrarias. Ser Forrest Gump, un idiota preñado de buenas intenciones, tomando decisiones de estúpido descerebrado, tiene la inmediata recompensa de todas las fuerzas del universo: esto es, el éxito. Forrest es la metáfora de nuestra época en la cual el mensaje del nuevo testamento de que tus intenciones te salvarán cristaliza en esta cosa laica en la que tus buenas intenciones te reportarán felicidad afectiva y material. Pues siendo así todos se hacen los tontos. Baltasar, fiscales, otros jueces, periodistas, comentaristas y público. El mensaje es que encerrar a los malos sea como sea, usando los mecanismos que sean necesarios, es esencialmente bueno. Queremos creer que sólo cosas buenas saldrán de una buena intención tan requerebuena. Pero es tan estúpido pensar eso como que meter maravillosos ingredientes en una cazuela dará como resultado un plato excelente. Percebes con mantequilla, vodka y cacao, todo de primera, es mierda. Añadámosle la falacia de que los malos son malos porque si no no serían perseguidos por gente buena. Es decir, que Baltasar los señala con el dedo y todos en lugar de mirar el dedo -a eso tan tonto se resume la presunción de inocencia, a mirarle el dedo a quien señala- miran a los señalados. Y ahora la tenemos montada. Están señalados por un individuo cargado, como un Rey Mago en Navidad, de buenas intenciones. Todos miran al tipo al que el dedo apunta y si hay algún lúcido que mire el dedo lo despisto con este cargamento que traigo yo. No dudes de mi que todo lo hago en nombre del bien. Cerrado el círculo. Ahora, grabamos las conversaciones. Aquí laten dos cosas. Eliminar el derecho de defensa del tipo señalado con el dedo está mal. Por ahí van los tiros del procedimiento contra Baltasar. Eso, que es vulnerar un derecho fundamental del acusado, no se hace. Montamos el sistema para que los acusados puedan defenderse, pero no todo el mundo sabe hacerlo por sí mismo y aparecen los abogados. Explicarle sin limitaciones y sin ser espiado al tipo que va a hablar por ti todo lo que sabes o piensas es, a estos efectos, poco más que sentarte a repasar mentalmente lo que pasó. Ordenar tus ideas para el juicio. Grabarlo es meterse en la cabeza del detenido. Mal. Todos debemos de poder defendernos como mejor nos convenga sin que quien nos acusa sepa qué pensamos, qué sentimos o qué sabemos. Lo que ocurre es que las resoluciones no están tanto dirigidas al controlar al preso como al abogado. Se graban porque podrían -hipótesis de los autos dictados- colaborar a destruir pruebas u ocultar el botín. Impresionante. ¿Veis cómo no es tonto, que se lo hace? Él se ha dado cuenta de que el Abogado es la parte del cerebro del acusado que no está encarcelado. El abogado, al que hago depositario de lo que tengo en la cabeza, es yo fuera de la prisión. El abogado es la parte del delincuente que Baltasar no pudo encarcelar. Ese tipejo, habiendo hecho lo que hizo, anda en parte suelto. Y va a esconder las pruebas y el botín. Intolerable. Baltasar se ha dado cuenta de cómo funciona el sistema y no le gusta. Claro que el abogado sabe. Por supuesto que es, de algún extraño modo, el presunto delincuente en libertad intentando sacar a la calle al resto de sí. Pero sólo de alguna manera abstracta, extraña y metafórica. El tonto ante una metáfora, que es una mentira que expresa una verdad, ve la mentira sin extraer la verdad. El tonto cargado de buenas intenciones actúa contra la mentira porque es lo correcto. Tenemos ya que el abogado también es el delincuente. Luego vayamos a por él, porque los delincuentes merecen la cárcel. Las resoluciones que espero que lo inhabiliten no van tanto contra los detenidos sino contra sus cómplices, los que tienen los secretos, los datos necesarios, los abogados. Casta de cómplices mercenarios que constantemente conspiran para impedir que las buenas intenciones que muestro cuando señalo con el dedo a alguien se materialicen en el justo castigo que merece. Y esta, señores, es la opinión que la abrumadora mayoría de la la judicatura y la fiscalía tienen de los abogados. Baltasar habla en nombre de casi todos. Baltasar, con alforjas mucho mayores cargadas con muchísimos kilos más de esas buenas intenciones, se atrevió porque se sintió invulnerable. Que otros muchos nos ven como casta despreciable y molesta es una evidencia. Que ese es un grave problema de estupidez, innata o sobrevenida, que afecta gravemente al sistema, también. Que no hay mecanismos de depuración y que aunque el caso de Baltasar que es extremo se castigue el cáncer sigue dentro, por supuesto. Que miles de otras vejaciones y desprecios a los,abogados se producen cada día fundados en esta premisa, sin duda. Que la estupidez del público es mucho mayor, pero no interfiere en el funcionamiento del sistema, también. Como guía. No miréis el dedo, sino al individuo que señala. Haced que se desprenda de todos esos sacos de mercancía averiada que son sus buenas intenciones y que os entregue la carpetita en la que lleva los hechos. Si es posible, que no siempre lo es, entended el alcance de una metáfora: un abogado no es un delincuente aunque hable por él. Y si no la entendéis, haced como que sí. Nos jugamos mucho.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.