DESAFINADO PERO SENSUAL

Hace muchos años coincidió el cumpleaños de un amigo, que no sé si lo sigue siendo, con el fin de curso, tercero de BUP, momentazo a celebrar. Él se bebió, de diez de la mañana a siete de la tarde, dieciséis Marie Brizard. A las doce y media, fumando una faria, le hablaba a todo el que quisiera escucharlo de sus plantaciones petrolíferas en Panamá, escupiendo un poquito con cada pe. Un poco porque el alcohol le hacía prender y otro poco por tocar los cojones al personal. A las cuatro, desde una cabina, llamó a la chavala que le gustaba para cantarle, desafinado pero muy sensual, “Bésame Muchy, como si fuera esta nochi la última vez”. Era un tipo bullicioso y nervioso, e incluso cuando estaba quieto, lo que ocurría muy raras ocasiones, bailoteaba. Comentábamos que siempre parecía tener ganas de mear pero si fuera hoy lo llamaríamos Chiquito. De cuatro a siete estuvimos en la entreplanta del Dársena, que viene a caer justo sobre la barra. Roberto, el camarero, no subía las birras, les sacaba la chapa en el mostrador y las lanzaba a lo alto sin mirar, para que nosotros las pilláramos al vuelo. No llegaba aquello a lo del Bar Coyote pero todos, ellas y nosotros, hacíamos el gamberro al máximo de nuestras posibilidades, con el mérito de no tener muchas referencias. Nos inventábamos lo malote sobre la marcha y así nos iba. A las siete y media lo dejamos en urgencias y huimos. Nos odió porque en el hospital le perdieron, o le robaron, la cazadora Graham Hill, moda a la que estábamos todos apuntados. Además de su dolor por la pérdida de ese querido símbolo de estatus en casa le cayó bronca doble. Hoy las recuerdo y me parecen horribles, de un plastiquillo que se agujereaba con las brasas del Ducados. Las veo en tiendas vintage a unos precios un poco locos y me hacen sentir viejo. Y ridículo. El pasado es el tiempo del disfraz, basta abrir un álbum cualquiera y ver cómo ibas vestido.

Ese verano le perdí la pista hasta hace un año más o menos, que me lo tropecé por casualidad. Trabaja de encuestador de la EPA, sólo bebe ginebra y cuenta unas anécdotas espectaculares de las casas que visita. La del tipo que le contesta siempre que esta en paro y delante de él reclama las deudas de sus chapuzas con un fax interminable es de leyenda. Se escribe, me explicó, un texto educado con letra enorme en tres folios que se pegan con fixo. Marcas el número en el fax y en cuanto empieza a salir la primera hoja, la pegas a la última formando un cilindro y te bajas al bar a tomar una caña. Está casado con la Muchy, ahí hay amor del bueno, tienen dos niños y lleva las fotos en la cartera. Es un tipo con gracejo natural, de esos que, si no ha bebido demasiado, siempre caen de pie. Sigue igual, hablando a ráfagas, dando pasitos adelante y atrás apoyado en la barra, haciendo sonar constantemente los hielos en el vaso y sonriendo colorado. Tuve la sensación de que no había pasado el tiempo, que iba a llamar a Muchy para cantarle, desafinado pero sensual, que llegaría tarde y acabaríamos despidiéndonos en urgencias.

 

EL BUS 69

La adolescencia es una época de incertidumbres en muchas cosas, pero en otras no. Quiérese decir que a los catorce años si llega el bus 69 se te pone dura. O si el 69 se retrasa y llega antes el 35 con un anuncio de bragas en los laterales. O de yogures. O de chocolate. O casi cualquier otro. La adolescencia, como se ve, no se permite la duda en ciertos asuntos y corta por lo sano. Ha pasado el tiempo y los anuncios de ahora me parecen tan sutiles usando el sexo que posiblemente sólo se pongan burros los adolescentes. Antes eran mas evidentes, no estaban pensados para almas delicadas, sino para gente recia. O eso o la habituación al estímulo, que también puede estar pasándome. O la edad.

Yo tengo la queja de que, en las cosas del sexo, los problemas de la vista me limitaron. Yo no veía el número del bus y malamente los anuncios, así que andaba salido sin causa que lo justificara. Era mi yo interior por sí mismo el causante de aquellos altibajos. En tiempos pasados nadie te hablaba del cambio hormonal y otras sutilezas. La adolescencia la pasabas solo, de erección en erección, de melancolía en melancolía, de frustración en frustración. Yo voy pensando ahora que para otros la causa de andar salidos, melancólicos o frustrados estaba a la vista, sobre todo en los quioscos, pero para mi no. Lo mío era vivir en una pecera sucia y andar como el rabo de un cazo por cosas lejanas y borrosas.

Una vez solucionado el tema de las gafas durante los primeros quince días el mundo me resultó más agradable. Después, y no termino de recordar por qué, todo volvió a su ser. Quizá resultó que la idea que tenía de ese mundo, pese a verlo desenfocado, era la correcta. Hoy pienso que si, que había mucha gente borrosa y que cada vez hay más. Gente de contornos indefinidos, de baja resolución. Gente en blanco y negro.

He de decir que con las gafas triunfé de inmediato en las cosas del amor, ya que podía verles la cara a mis interlocutoras y ajustaba las tonterías que les decía a las caras que ponían. Antes del feedback que me dio el ver a las partenaires en esto del amor tocaba de oído y así me iba, que no tocaba. Pero no todo fue felicidad. Nadie te advierte de la dificultad de morrear con gafas. Dificultad que cuando aún no sabes morrear se convierte en un verdadero problema. Lo mismo que aprender a conducir en un camión. De todos modos, vencer obstáculos forja el carácter, como ducharse en agua fría, y siendo grande la motivación, y en ocasiones hasta molesta, los riesgos fueron asumidos, los obstáculos fueron sorteados y algún que otro objetivo alcanzado.

Uno no se encuentra a si mismo a los catorce. Todo son quejas. Sin gafas me sentía perdido. Con ellas me veía impedido. Metálico y protésico. Pero dieron sentido a mi vida: veía venir el 69 desde lejos y mis ardores tuvieron causa y combustible. Desde que las puse pasé los inviernos sin camiseta y me duraban las erecciones más que ahora la batería del móvil.

LO RECUERDO

Yo tenía un monopatín naranja en la época en la que no había skaters, una bicicleta blanca a la que quité los guardabarros y despellejadas las rodillas. La música era un disco negro y grande y brillante y lo rascaba una aguja mientras lo miraba girar. El mundo era de colores desvaídos y la tele en blanco y negro. Sin embargo lo recuerdo todo gris. Sólo el cielo, del que caían gruesas gotas durante meses, estaba más triste que yo.

MALEVAJE

Malevaje es, junto con Gabinete Caligari, lo único masculino de la Movida. Todo lo demás podría estar bien, incluso muy bien, pero es resbaloso, distante y amanerado. Es un estilo sin contenido, modales sin educación, drogas por diversión y la evidente limitación significado del verbo pensar a qué ponerse. Malevaje brilla en medio de todo eso como el oro en la mierda o la poesía en un bar. Malevaje son zambullirse de cabeza, beber de pié en la barra, hablar lo justo, decir bonito y follar sin condón.

SENTIMENTALMENTE HERÓICO

Un signo de la decadencia de Occidente ha sido el refinamiento y la posterior desaparición de los Petacos. Aquellas máquinas electromecánicas se fueron convirtiendo en electrónicas y perdieron todo su encanto. Es la diferencia entre conducir un kart o entretenerte con el videojuego de un kart. No hay color. Los ruidos eran reales y no grabados, se encendían bombillas y uno podía sentir los muelles y palancas y relés bajo el tablero moverse convulsos como la maquinaria de un reloj. De un reloj loco. Poco a poco se fueron convirtiendo en enormes mandos de un videojuego anodino con sonidos de nave espacial en los que la puntuación parecía un reloj Casio.
Alrededor de aquellos chismes pasábamos las horas con unos cubatas que, evidentemente, amenazaban nuestro desarrollo, mermaron nuestras capacidades y nos convirtieron en la generación que pudo ser pero no fue la más preparada de la historia. Como tenían ceniceros en las esquinas hasta fumábamos y ya se ve el desperdicio en que aquellas promesas de juventud se han convertido. Alternábamos con las chicas pavoneándonos nosotros y exhibiéndose ellas y a veces hasta las invitábamos. Aquellas máquinas eran uno de los centros de la elipse de perdición en la que nos sumergíamos en cuánto podíamos. El otro era la máquina tocadiscos. Read More

P’A OLVIDARME DE TU AMOR

Podría escribir las estrofas más tristes tras el crepúsculo, de tres en tres, entre el centeno. Escribir por ejemplo que las vidas son los ríos, fontes y regatos pequenos que van a dar a la mar, que estaba salada. Que en la luna gime el viento y alza en blando movimiento tu falda corta y azul. Que no me gusta que a los toros no te pongas bragas y que vivir así es morir de amor. Que te seguiré vayas donde vayas, y si es a la playa ponte el bikini de piel que yo cargo tu maleta de rayas. Que te seguiré llevando ramitos de violetas y nardos apoyaos en la cadera, aunque me acusen de acoso. Que, digan lo que digan, tienes veneno en la piel pero no es de plástico fino, es real y mejor que la vida misma. Que mueves la tibia y el peroné con tu andar animal y yo tengo celos de tu vida social. Que comerte sería un placer, Venus salida del bar, como hicimos conversando con esa bayonesa y el café. Que la culpa fue del chachachá y que donde las dan las toman. Que yo volver, volver, volver y tú, para, templa y manda, el pasmo ya no anda. Que cambio el rosario de mi madre por el recuerdo de cuatro rosas del color de tu ropa interior. Que las tripas me hicieron gua y para mí ya no hay consuelo y por eso me encurdelo pa’ olvidarme de tu amor.

EN CÁRCELES Y COLEGIOS

Quizá sólo yo recuerdo que Aníbal no era de aquí, que vino de lejos, en un tren, del que bajó con un pantalón vaquero Wrangler, una parka verde militar y unas deportivas Adidas azul eléctrico con sus tres rayas naranja. En una bolsa de propaganda de Lufthansa llevaba paquetes de tabaco, una muda, un jersey tejido a mano y un libro de bolsillo forrado. Pronto hizo migas con todos pese a que era muy de la Derbi Diablo y nosotros muy de la Puch Minicross y que era buen jugador de billar, pero irregular, y desde el principio se rumoreó que se dejaba ganar a veces para limpiarnos otras. Era repetidor como tantos otros pero pasaba desapercibido porque era nuevo, así que se camuflaba bien y no arrastraba los estigmas, ni de burro ni de vago, que pesaban sobre nosotros. Esa ventaja era un inconveniente para otras cosas como ligar porque cuanto más malote parecías más atractivo resultabas. A las chicas les gustaban golfos y peligrosos, todo lo golfos y peligrosos que podíamos llegar a ser a esas edades y en esos lugares, que venía a limitarse a correr y derrapar con la moto y fumar a escondidas. No obstante era un handicap que tenía que vencer cada tarde y cada fin de semana para estar a la altura, así que bebía más que nadie, corría más que cualquiera y fumaba mucho. Con Aníbal aprendí, sentados en un puente sobre las vías, a escupir con fundamento, a silbar con dos dedos, a provocar el vómito en las borracheras y los rudimentos de la anatomía y sexualidad femenina. Con Aníbal compartí cigarrillos comprados por unidades, alcohol robado en supermercados, condones distraídos de la mesilla de sus padres y transfusiones de gasolina de moto a moto. No éramos especialmente amigos pero nos entendíamos y de algún modo extraño nos buscábamos para estos asuntos importantes. Un septiembre no volvió y cuando pregunté por él resultó que había muerto de meningitis ese verano. Las amistades que haces en cárceles y colegios son especialmente extrañas y a veces pienso que sólo yo lo recuerdo.

LLEVAR UNA GUITARRA

Yo veo fotos de niños en africa, o en asia, o en america, y llevan un kalashnikov en la mano. Si entrecierro los ojos y vuelvo a mirar esas fotos podrian perfectamente llevar una guitarra. Y si los cierro del todo, soy yo quien tiene treinta años menos y lleva la guitarra como quien lleva un arma.

EL TIEMPO DEL DISFRAZ

La infancia es la patria de un hombre, dicen que alguien dijo. Y con esas frases nos vamos conformando, en los dos sentidos de la palabra. Nos construimos y resignamos. Y el resto de la vida consiste, más o menos, en traicionar a la patria, lo que viene siendo una vileza. Hay quien lo hace dándole la importancia que no tiene y quien lo intenta negándola, como si pudiera huir de ella.

Para condenarnos por felones están esas fotos en kodachrome que inesperadamente reaparecen de cuando en cuando. Son la prueba que acaba con la presunta inocencia de la infancia. Éramos tontos y torpes, desmañados e ignorantes. Al mirarlas uno percibe en el ambiente, no ya en las figuras, una pobreza de espíritu que disimulamos con risas nerviosas. La imposibilidad actual de nuestro pasado se nos hace evidente.

Hace unos días me mandaron un mail con las fotografías de una excursión a Benidorm en tercero de BUP. Todas están borrosas y tienen un aire fantasmal, los escenarios me son completamente ajenos, a alguna cara le pongo nombre dudoso y las demás sólo me resultan vagamente conocidas. Pero allí, en medio de esa gente con sonrisas serísimas, estoy yo. Las repaso y pienso en un montaje. Parecen las vacaciones en el Mar Negro de los alumnos de ingeniería de una universidad soviética en los 60.

Tenemos todos una seriedad que se explica tanto por el precio de los carretes de 12 instantáneas y su revelado como por la trascendencia del rito iniciático del viaje. Así se entraba en la adultez: nos llevaban en pequeñas manadas a hoteles de medio pelo a cogerle el gusto a la libertad vigilada, el alcohol de garrafón y la fotopose de gañan. En definitiva, al mundo tal y como era.

Lo peor del pasado es siempre la ropa. Uno se ve disfrazado porque, en realidad, el pasado es el tiempo del disfraz. Hasta el punto que te reconoces más en las de carnaval que en las de fiesta. La ropa en el pasado era horrible y nos sentaba fatal. Y nos duele vernos tan equivocados, tan contentos y, lo que es peor, sonriendo satisfechos. Por suerte las tonterías que pensábamos, las convicciones que nos movían, las pasiones que nos cegaban, igual de ridículas o más, no salen en las fotos.

Para estas cosas están las madres, para intentar que uno no se arrepienta de su pasado, pero no les hacemos caso. Estuve mucho tiempo enfadado porque no pude comprar unos vaqueros acampanados, botas camperas de tacón cubano y chamarra de cuero tipo McCloud, aquel Ránger de Texas que cabalgaba por Manhattan. Nunca fui de seguir modas, pero en aquella ocasión me dio fuerte, y tropecé con un no grande e inamovible; un no completo y definitivo. Aún hoy, con la perspectiva que da el mucho tiempo, que todo lo relativiza, tampoco me perdonaría tener fotografías así vestido.

En esas fotos vergonzantes salimos en terrazas mirando a la cámara con la seriedad y el vestuario de el Vaquilla en el photocall de la première de Deprisa, Deprisa. Abundan unas cazadoras blancas y negras con raya horizontal de color chillón que podía haberse puesto Nacho Dogan y pantalones blancos de los Chichos para ellos y faldas largas de Mocedades para ellas. Cosas del pasado que es muy cabrón y de nuestra falta absoluta de sentido estético. Me da vértigo imaginar de qué hablábamos vistiendo así.

Soy muy traidor a mi pasado, quizá porque me esfuerzo en ser fiel a quien soy en cada momento, aunque no tenga ni idea de qué coño puede querer significar esto, más allá de una elaborada justificación de la vergüenza que me hacen sentir estas cosas.