ESAS FELICES COINCIDENCIAS

Si en un libro se habla de libros el lector compulsivo se excita y alerta. De otros lectores siempre se consiguen noticias de nuevos libros que leer, que releer o que evitar. Para otros esta experiencia de segunda mano es desagradable. No aciertan a entrever, al abrir esos volúmenes que tratan sobre otros volúmenes [que generalmente tratan de otros volúmenes] más que un cierto aburrimiento. Soy de los primeros. Aquellos que sólo leen libros y desprecian los libros que hablan de libros se pierden la parte de vicio que tiene la lectura.

Me ha entrado la duda de si colecciono libros o no. Los junto, los apilo, [podría decirse que] los ordeno, los mantengo unos de pie y otros tumbados [unos merecen más descanso, otros la tensión de la formación]. Algunos, especiales, de vez en cuando los saco de su sitio y, como esos vinateros del cava, los revuelvo un poco, los ojeo, los manoseo y devuelvo a su sitio. Desconozco la causa por la cual se hace eso. Pudiera existir una causa interesante pero no me siento capaz ahora de imaginarla. Lo cierto es que ellos y yo, aproximadamente, hacemos lo mismo, sólo que en su caso esos meneítos son como los cariños del porquero a su cerdo: interesados y el preludio de un adiós. Yo nunca me desharé de ellos [ellos no lo harían].

Llegan por distintas vías, la inmensa mayoría comprados, y pasan por distintas fases. Ordenarlos o no y con qué criterio es la última. Antes hay que encontrarlos, para lo cual han de existir [no es una obviedad absurda, aunque lo parezca] y eso se produce cada vez en menos ocasiones. Los libros que deberían de existir son más y mucho más interesantes que los que hay. Sólo el azar rige la producción de esas felices coincidencias, el encontronazo entre un lector y el libro que le interesa, conmueve, alegra o exalta. En realidad el oficio del librero es exactamente ése. Un buen librero no tiene muchos libros, ni los ha leído, ni sabe bien de que van. No le interesan demasiado, no más allá que se le los compren. Un buen librero lo que ha de tener es interés en sus clientes, quiere tener muchos y ha de saber qué les interesa. Y como tiene acceso a los catálogos de novedades y los ojea, pide aquellos que intuitivamente cree que gustarán a su parroquia. Un buen librero es un intuitivo casamentero de libros y lectores.

Por eso hay que huir de los libreros que saben de literatura: intentarán imponer su criterio al tuyo y venderte aquello que ellos creen de calidad, bueno, o simplemente correcto. Aquello que la crítica alaba y lo que se vende más, reconociéndole méritos a la opinión general.

Los libros, para los compulsivos, son más que literatura, ensayo o filosofía. Los compulsivos perciben las corrientes ocultas que fluyen debajo de las letras, las palabras, los párrafos y capítulos. Por debajo incluso de los propios libros. Las que se entrecruzan de género a género, de época a época y país a país. Unas veces consciente, otras inconscientemente reconocen la copia, la intertextualidad, el idéntico argumento, las palabras repetidas, la posición exacta de los personajes. El mismo interés, los mismos viajes o repetida tristeza. Para los compulsivos, esas semejanzas, esos aromas repetidos, no son importantes. Son la salsa, el picante. Esa es la verdad de la literatura, que es la de las mentiras, porque lo literario no es más que la verdad extraída de mentiras. Y qué importancia tiene que un mentiroso copie a otro mentiroso si la historia es buena. Y qué sabrán de mentiras y mentirosos los teóricos. Esas cosas hay que sentirlas, no pensarlas.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.