PEPINOS Y MORAS

Yo hasta hace nada, como quien dice hasta ayer por la tarde, tenía una opinión bastante negativa de los moros, por la cosa de las moras. Me parecía tercermundista esa forma de hablar de ellas, de tratarlas y de prohibirles tonterías. Una cosa antigua, ordinaria y, la verdad, de pichacortas. Es que los hay que se acojonan al ver una tía bien plantada, y no te digo una mujer. Se les afloja y reaccionan mal. Pero, como uno anda siempre atento, deseando aprender, intentando unir puntos, esto ha cambiado, radicalmente. Vaya, vaya. Primero la insistencia de que ni se les vea, ni se les oiga. Esa manía de meterlas debajo de mantas negras que las tapan completamente, hasta en el verano más caluroso. Que no se note más que el bulto. Es que ni se las ve sonreír, ni bostezar. Y si me puras no se ve ni dónde tienen las manos. Eso yo lo veía como una aberración injustificada. Luego estaba el asunto de que hay que zurrarles, pero adecuadamente, o sea, justo lo necesario. Se advierte aquí la existencia de un problema. De un grave problema que no tiene adecuada solución por medio del diálogo. Y que hay que acudir, como en otros mamíferos se hace también a veces necesario, a un condicionamiento negativo con estímulos de superior intensidad. Insisto en que antes esto lo veía como un signo de posesión masculina. Nunca había pensado en la posibilidad de un grave problema social. Y en estas andaba yo, cuando el otro día tropiezo con la noticia de que un estudioso musulmán había parido la que de primeras me pareció la idea más estúpida del año. Andan en Arabia Saudí con la cosa de que si pueden conducir las mujeres o si no pueden conducir las mujeres. Es cosa de pensárselo, porque aquí les bajaron los seguros y ahora poner el coche a nombre de la parienta sale más barato. Allí, pensaba yo, deben de estar meditándolo todavía. Pero el famoso estudioso, sabio entre los sabios, brillante luz que guía a los creyentes y deslumbra a los infieles, llegó y parió la mencionada tontería. Resumida para que la entendamos viene a ser que afirma el faro de sabiduría que si les dejan conducir va a aumentar la prostitución alarmantemente. Darles el carnet de conducir, afirma el sabio, es como darles el permiso de putas. Como en Holanda, pero cambiando la bici por el coche. Yo tenía un día tonto y, la verdad, me quedé pensando, pensando. ¿Y si las feministas que insisten en acabar con la prostitución se enteran de la noticia?. Lo mismo le acaban sacando el carnet a la parienta y a ver cómo arreglamos los lunes que es ella la que recoge a las niñas en el instituto. Y voy a tener que llevarla todos los fines de semana a ver a los padres. Pero eso no lo harían sin estudios serios, rigurosos, de la causa-efecto. ¿O si? Luego me vino la luz y pensé que qué van a hacer los alcaldes de los pueblos las tardes entre semana y los domingos. Pero lo que terminó de cambiar mi percepción del asunto es la afirmación de otro sabio, de otro preclaro estudioso mahometano, de que es imprescindible que a las mujeres musulmanas los plátanos, los pepinos y otras frutas alargadas y sinuosas han de serles entregadas cortadas en porciones. Pequeñas. La visión del plátano, del pepino, del calabacín incluso, con esas formas sugerentes, es inadecuado para las mujeres, pues dispara sus deseos mas ocultos. Las arrastra irremediablemente al pecado. La salchicha se me vino a la cabeza de inmediato. ¿Porqué no la salchicha? Respuesta. No comen cerdo. La salchicha es un peligro cristiano. Y puestas así las cosas yo me voy a Arabia Saudita. Tengo en otra ventana de mi navegador la web de Ryanair. Las moras tienen que ser la bomba. Unas mujeres con una libido tan disparada, tan disparatada, tan a flor de piel, tan exagerada, son cosa de ver de cerca. De lo más cerca que se pueda. Desde dentro. Nosotros pensamos que las mujeres en occidente están liberadas, pero lo que están es dormidas. Yo me lo imagino como ir al pueblo y comerte un tomate de esos de verdad. De los que saben. Las moras, así de disparadas, que ni pueden conducir que se ponen locas y se meten putas, como las rumanas que vienen en buses, ocupan ahora mis sueños. Esas moras de a cuatro en un coche, con el maletero lleno de pepinos, tapadas de arriba abajo. ¿Dónde están esas manos?. Un hombre ha de seguir sus sueños. Yo me voy a vender frutas y verduras por los pueblos de Arabia en una furgoneta. Seguro que algo muy parecido soñaban los recios caballeros castellanos que reconquistaron la península. Cristiandad. Quinientos años de esfuerzo. Ja. Iban a por ellas. Así que adiós. Ahí os quedáis.

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