ES UNA ALEGRIA QUE HAYA FUEGO

Es una alegría que haya fuego en vez de tiendas y cafeterías abiertas. Algunas modernidades, como la lavadora o el agua caliente hacen la vida más llevadera. La calefacción central, eliminando el fuego en casa, acabando con las chimeneas, ha arrasado con el arcaico encanto del hogar. Hogar que, no por nada, es el domicilio del fuego y la morada de quienes lo cuidan y a su alrededor se juntan. El fuego es santidad y rusticidad y antigüedad. Eliminar el fuego de las casas, que ahora gozosamente ha vuelto a las calles, acabó, quizá inadvertidamente, con la poesía de la vida casera y de rebote con la poesía en general. La televisión aunque lo intentemos no es el fuego, no es el olor de la leña, ni el humo ni el calor en las rodillas que va subiendo lentamente hasta ruborizar el rostro. En una lumbre arden cartas tristes, poemas malos, facturas impagadas, manifiestos de toda laya y con ello se purifica nuestro espacio y el alma misma. En el fuego hierve el agua con una alegría que no le da el butano y menos la vitrocerámica y borbotean gozosos los guisos como géiseres nutricios. El fuego, de volver a las casas, nos enseñaría cosas ya olvidadas. Nos enseñaría, por ejemplo, que no se puede uno descuidar de alimentarlo, atento y solícito, so pena de dormir tiritando, de que las conversaciones languidezcan y se nos pueblen los dedos de sabañones. Volveríamos a aprender la importancia de la atención y que cualquier negligencia tiene inmediato castigo. El fuego, de volver, nos distraería de banalidades como las cafeterías y restaurantes y, en general, de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, siempre brillantes y siempre triviales. Qué alegría que vuelva el fuego y cierren los bares.

SE DESVANECE

He cruzado el otro día, otra vez, la España vacía, o vaciada, que me malicio se ha convertido en un eufemismo de Castilla usado por los que no son capaces de decir España sin añadirle el condimento de un mote. España, hay que joderse, es grande de cojones; y larga como un día sin pan o un viaje en bus sin mear. De enorme que la siente uno diríase eterna y por lo desarbolada inabarcable. Adelanto a buen ritmo camiones que quién sabe a dónde van, zumbando por el asfalto como si fueran automáticos aunque llevan, todos ellos, a un tipo solitario, como yo hoy, al volante. Camiones de Estrella de Galicia, Zara, Gerineldo Castro, el transportista de Pidal, se multiplican idénticos y se diría que gozan del don de la ubicuidad, carisma que en la España vaciada pasa desapercibido. Me adelanta un Twingo con cuatro jovenzuelos grandotes haciéndome la maniobra de los pilotos en el circuito; se me acerca mucho y en una levísima cuesta abajo acelera a fondo saliéndose del rebufo y me rebasa. Bendita juventud. La radio acompaña mucho y la radio que más acompaña es la radio de las desconexiones territoriales y locales, que es la más conectada con el paisaje y el paisanaje. El Palacio de las Zapatillas. Somos especialistas en zapatillas desde hace más de noventa años. Más de doscientos modelos de zapatillas a su disposición. Estamos en la Calle del tinte, 3. Reformas Hermanos Conejero. Reformas en general. Cocinas, baños, terrazas, salones, pasillos, habitaciones. Confíenos su reforma, no se arrepentirá. Trabajos garantizados. Calle Valdóniga, frente al buzón de Correos. Pasan los pueblos al lado de la carretera, Rabanal del Camino, Murias de Rechivaldo, Gallegos de Hornija, Pozal de Gallinas, todos con nombre y apellido, como si fueran alguien, que quizá lo hayan sido. Mientras, me voy acercando a Madrid como se acercan las naves estelares a los planetas en las películas, a coger impulso. Antes de llegar, notando apenas la atmósfera del extrarradio, cojo la M-50, rodeo el ombligo de las Españas y salgo despedido, con impulso, en dirección sur. Hace mal día y el cielo de Madrid, de Madrid al cielo, dicen, es gris y plomizo y quizá llueve. Me acuerdo de Camba: «Y, en efecto, Berlín es hermoso. Von Berlín zu Himmel; es decir, de Berlín, al cielo; a este cielo de Prusia, que ni es azul, pese a ser de Prusia, ni es cielo». Todos podemos tener un mal día. Habla en la radio Leonor, la bellísima Princesa, mientras en el noreste unos bárbaros disienten a pedradas de no se sabe muy bien qué. De sí mismos, quizá. Ambas cosas me emocionan si bien en direcciones diametralmente opuestas. Les deseo a ella y ellos, de corazón, que la vida les conceda lo que se merecen. A veces se siente uno Kowalsky en Vanishing Point, conduciendo con un propósito claro que se desvanece según pasan las horas y acaba siendo un simple seguir huyendo. La radio, ya digo, acompaña, como le acompañaba a él, porque el asunto cansa. Kowalsky le daba a las anfetas y llevaba un coche blanco. Los coches blancos son muy de huir, los rojos, como el mío, de apresurarse a un destino. Esto es así y nadie sabe muy bien decirme por qué. Yo, huérfano de anfetas, confío en los cafés de las gasolineras, una droga que se parece más a la ayahuasca, léase ineficaz y vomitiva. El peor momento es ese en el que, entre lusco e fusco, sale a comer insectos Abrenoite, el murciélago de Wenceslao, y hacen clic los automáticos que encienden los neones de los puticlús de los que habla Sífilis. Ese instante en el que le sube la fiebre a los niños y bostezan los mayores. En la teoría de los biorritmos ha de tener un nombre que desconozco, un nombre que describa la inflexión entre alerta y atorrijado. Gasolina, pis, café. Rumbo a Daimiel, pueblo adoptivo del Marqués y ya cerca del destino. Conduciendo de noche se agudiza más, si cabe, la sensación de escaparte de algo y le entra a uno la desazón de llegar. De que esas horas de falsa huída se desvanecen al tempo que lo hace la luz. Todo se acaba.

FUMAR EN EL PATIO

Voltaire dejó dicho que no hay sectas o facciones en la geometría. Qué nadie va por ahí diciendo ¡Mira, un Euclidiano! Creía que cuando una verdad es evidente resulta imposible dividir a gente en partidos, que nadie tiene los santos cojones de afirmar que es de día a media noche.
Voltaire, ya se ve, tan listo él, tan ilustrado, tan Diccionario Filosófico, tan era un puto pardillo. Un cándido de manual, podría decirse.

El mundo se parece más a otra cosa. A una cantidad ingente de estupidez, mentiras interesadas y autoengaño. El mundo es difícilmente comprensible por las limitaciones de los supuestos geómetras, que ni entienden ni quieren entender y cuando lo hacen quizá, a pesar de todo, afirmen que es mediodía a gritos en plena noche.

Se critica la sentencia. Que si saben que sabían, que si dijeron que no pero sí o que sí pero en realidad no. Orwell cuenta una anécdota interesante. Sir Walter Raleigh, ese hijoputa, el pirata del tabaco, estaba preso en la Torre de Londres y aprovechando el tiempo libre se decidió a escribir una Historia de la Humanidad. Iba el tipo ya por el tomo dos, embalado contando la verdad de los hechos a sus compatriotas y el mundo cuando un día, en el patio, justo debajo de su ventana, dos presos pelearon y uno acabó muerto. Había visto el desarrollo de los acontecimientos y se interesó en averiguar el porqué y los detalles que le faltaban. Preguntó a carceleros, a los otros prisioneros, a los que estaban en el patio y al superviviente para completar lo que ya sabía de primera mano y, aún así, se vio incapaz de  averiguar por qué aquellos dos se habían peleado. Sir Walter Raleigh, asesino y corsario, advirtió la inutilidad de sus esfuerzos, tiró al fuego el primer tomo y lo que llevaba del segundo y se dedicó a consumir el tiempo de su condena fumando en el patio, como todos los presos.

Creemos que sabemos qué fué lo que pasó porque somos volterianos, uséase, unos pardillos. No seamos volterianos. Esa pretensión absurda se la dejamos a los jueces que no pueden, va en el sueldo, no escribir la historia triste de la humanidad. Yo quiero ser raleighiano, que no raeliano, y creer en la imposibilidad de saber qué pasó más allá de una leve aproximación. Porque todos mienten, unos habiendo entendido qué pasó y otros sin haber entendido nada. Hubo una pelea y uno murió y al otro lo castigaron por ello. A otra cosa mariposa.

 

COMO ES EL CASO

Eladio Nogueira murió cagando el 28 de febrero de 1969 en el 29 Flamborough Rd, Ruislip, HA4 0DJ, Reino Unido, y desde entonces la causa exacta permanece rodeada de misterio. Eladio Nogueira era natural de San Miguel de O Couso, Coristanco, casado y con un hijo, y trabajaba en la construción como oficial. El día de autos, ya la madrugada del 29, salió al jardín trasero de la pequeña casa que ocupaba con su familia supuestamente a hacer de vientre. Las casas de Flamborough Rd son de esas que tienen un callejón trasero por que el que retiran la basura y corre el alcantarillado y las menos arregladas, cual era el caso, seguían teniendo el retrete en un chamizo al fondo del jardín. Unas casas más allá, en el 1A, vivía con su familia Charles “Charlie” McGighan, ingeniero mecánico y técnico de radar retirado de la cercana base de Northolt de la RAF. Charlie también falleció esa misma noche y, presumiblemente, por la misma causa que acabó con la vida de Eladio. La investigación policial desveló que Charlie trabajaba por su cuenta en un mecanismo antigravitatorio, un ingenio que posibilitaría, según las notas intervenidas por el Coroner, el desplazamiento sin propulsión de naves tripuladas. Lo que los sajones vienen llamando reactionless drive, uséase la maquinaria que equipa, según todos los indicios, a los platillos volantes. La esposa de Charlie, Margaret McGighan, de soltera Moray, era una escocesa alta, fea, con los dientes descalabrados y el pelo cardado a lo Jackie Kennedy o Brigitte Bardot, que no supo dar explicación alguna del incidente. Quizá, era escocesa, tampoco supieron entenderla bien, porque es extraño que una esposa no sepa en qué anda metido su marido a las tres de la mañana en el jardín. Y ello aunque esa esposa sea escocesa, gente tradicionalmente de pocas luces. No obstante quedó claro que Charlie era especialmente reservado con los experimentos que llevaba a cabo en el galpón que había construído donde Eladio tenía el retrete. No había comentado nada de sus maquinaciones ni a la familia, ni a los amigos, ni a los compañeros de trabajo.
La investigación sentó como ciertos algunos hechos pero sembró varios cientos de folios de muchas más incógnitas. Mr. McGighan estaba fabricando un ingenio electromecánico que por medio de complicadas palancas y pesadas ruedas que actuaban como giroscopios conseguía un empuje vertical modesto aunque claramente perceptible. Seis pulgadas y tres cuartos, según la última medición registrada en sus cuadernos de laboratorio. Esto no es una coña, son 17 centímetros al cambio. Las sospechas apuntan, si hacemos caso a la intuición de Ernesto Nogueira, hijo de Eladio, a que Charlie tuvo una revelación que lo llevó a levantarse de la cama donde dormía plácidamente con su esposa y a probar algo nuevo en la maquinaria que tenía montada en su pequeño taller. Del cobertizo del 1A, he visto las fotos borrosas en blanco y negro, fotocopias de fotocopias, salio propulsado en dirección EES un objeto de un tamaño y peso que se estimó igual o levemente superior a una máquina de coser. Dicho objeto llevaba una energía que no se llegó a precisar pero ciertamente enorme puesto que mató a Mr. McGighan en el interior del cobertizo destrozándolo a la altura del pecho. Atravesó luego la pared saliendo al exterior y a continuación otras dieciséis construcciones parecidas, algunas llenas de cachivaches, hasta alcanzar la letrina de Eladio donde acabó con su vida. Eladio, afirmó el forense, falleció por heridas incompatibles con la vida, mira tú qué listo, producidas por un objeto solido, pesado, moviéndose a alta velocidad que lo alcanzó de derecha a izquierda. Ese misterioso objeto destruyó a continuación otros seis cobertizos en las propiedades colindantes, la chimenea del 136 Dartmouth Rd. y descabezó un roble del cercano parque de Yeading Brook. Hasta ahí los datos inicialmente recopilados por la policía. No obstante Ernesto me muestra un combinado de noticias periodísticas, teletipos de agencias e informes civiles y militares que recogen avistamientos esa misma noche de un objeto luminoso, incandescente, moviéndose a una gran velocidad sobre las localidades de Brentford, Morden, Purley, Holtye y Crowborough. Ese mismo objeto, presumiblemente, fue visto cruzando el canal a la altura de la localidad costera de Normans Bay y los radadres franceses lo detectaron entrando en el continente entre Étalondes y Criel-sur-mer. Ernesto pasea por la vida con un expediente en varios tomos con todo tipo de documentación relativa al desgraciado incidente que lo dejó huérfano. Relata, de corrido casi, los diversos procedimientos que en su día se abrieron y casi de inmediato se cerraron, pretendiendo instilarme sutilmente, o quiza no tanto, la posibilidad cierta de una conspiración a todos los niveles para ocultar la verdad. En ocasiones, y no son pocas, los intereses de la Corona no se alinean perfectamente con los de sus súbditos. O sí, pero el bien de todos exige sacrificios individuales. El asunto penal murió como murieron Charlie y Eladio, rápida y misteriosamente. Y, es de señalar, nunca se llevó a cabo una reconstrucción de los hechos que, afirma Ernesto, habría resultado tremendamente esclarecedora. Ernesto quiere resucitar la investigación judicial y que se sepa la verdad, que se desvele la conspiración que sin duda enterró el asunto y que paguen los culpables. Todos ellos. Ernesto, me dice, vive de estas cosas, de desvelar oscuros secretos, y es consciente de las dificultades. Trabaja ahora para un texano que le ha encargado localizar a Elvis y se está acercando mucho, me dice bajando la voz. A Elvis, aclara, no al texano, con el que comparte muchos intereses pero no van por ahí las cosas. He encontrado el rastro bueno, dice y sonríe, misterioso como el expediente de su padre. También, pero no profesionalmente sino por afición, ha recopilado numerosa información relevante sobre la bala mágica de Dallas, el avión estrellado de Sa Carneiro y el asesinato de Olof Palme. Yo le digo, cariñosamente, que quizá buscar los cuarenta kilos de oro que faltan desde que unos polis corruptos le dieron matarile a Santiago Corella, El Nani, preste más por la parte económica. Pero Ernesto está más por las conspiraciones con un componente internacional, ya se ve, porque revuelve el café con leche sin lactosa y me mira como si hubiera dicho yo una locura. Su amigo, que no dice el nombre, me mira cómplice y hace un gesto que pretende natural, como estirándose o bostezando con mucho aspaviento, y aprovecha para llevarse disimulado un dedo a la sien y atornillarse un perno imaginario. Pues yo creo que cuarenta kilos de oro daban para un pasar, tapar huecos y ayudar a la familia y todo eso, insisto siguiéndole el rollo al amigo misterioso. Ernesto está de vuelta de esto y de mucho más, de que se burlen de él, de que lo ninguneen y de que lo tomen por loco y como tal lo traten así que nuestra burla inocente, que se repite a menudo, se la trae el pairo. Sale los martes y miércoles y pasea con su amigo por las rúas de Compostela. Los jueves también pero es día del espectador y se van a ver los estrenos. Les dejan salir juntos porque se llevan bien y se vigilan mutuamente. A las ocho están de vuelta en el psiquiátrico de Conxo clavaos como relojes, siempre con algún dato nuevo, algún detalle que abre las puertas a una nueva vía de investigación. En los locos delirantes, cuando salen inofensivos e ingenuos, habita una ternura especial, la de la poesía en su sentido etimológico, de creación de un mundo en el que los efectos tienen una causa, quizá oculta pero cierta, y el hombre, hijo de los dioses, encuentra su sentido desvelándolas. En los locos delirantes, cuando salen mansos y joviales, se topa uno con la imaginación del escritor, que no ve lo que hay sino lo que quiere ver, y lo cuenta con minucioso detalle e impostado aplomo, como es el caso.

CON EL DEDO GORDO

«Y si lo queréis ver, leed a Plinio, que trata de muchos; y así dice por autoridad de Crates Pergameno, que en el Helesponto hay unos hombres que llaman Ofrogenes, que sólo con tocar a los heridos de las serpientes los sanaban, y poniendo la mano encima de la herida echaban fuera la ponzoña. Y Varrón dice que en la mesma región hay hombres que con saliva sanaban las mordeduras de las serpientes, y podría ser que fuesen todos unos. Isígono y Nimfodoro afirman que en Africa hay ciertas gentes que aojan de tal manera, que todo lo que miraban y loaban con afición, perecía, y los árboles se secaban, y los niños se morían.
Y el mesmo Isígono dice que en los Tríbalos e Ilíricos hay cierto género de gente que en mirando a algunos con ojos airados, si se detienen mucho, los mataban, y que estos tenían en cada ojo dos niñetas;  y Solino cuenta lo mesmo de unas mujeres que había entre los Scitas.  De Pirro, rey de los epirotas, dice Plutarco en su vida, que tenía tal propiedad o gracia en el dedo pulgar del pie derecho, que a quien quiera que tuviese mal de bazo, tocándole con él, sanaba luego, y otros autores  dice que también sanaba de otras enfermedades.»
–Antonio de Torquemada. Jardín de flores curiosas.