EL TONTO AXIOMÁTICO

No debe ser confundido con el tonto infalible. El diagnóstico diferencial, importante en este caso, consiste en confrontarlos a ambos con la realidad. El tonto axiomático contiene en sí la semilla de la cual se puede derivar con sucesivos pasos lógicos toda la estupidez humana. Es por ello perfecto en su tontería.  Pitagóricamente esférico. El tonto infalible por su parte es siempre y en todo momento completamente tonto pero sin reglas o criterios a priori. Puesto en el disparadero de elegir me quedo sin dudarlo un instante con el tonto infalible porque desde Gödel sabemos que todo sistema axiomático recursivo y autoconsistente lo suficientemente poderoso como para describir la realidad es por naturaleza incompleto. Por contra el tonto infalible, como predicamos del Papa, no se sujeta a límite lógico alguno sino que responde sólo a la intuición para acertar en todas sus decisiones y serlo siempre y en todo momento. Como aventurada explicación diremos que muy probablemente “intuición” es uno de los 72 nombres de Dios, de lo que se deduciría que su explicación es cosa que atañe más a la teología que a la biología.

Braga, la ciudad de los pequeños prodigios.

Los lusos son muy de poner sus ciudades a la ribera de un rio, cosa que siempre tuve yo por un poco de bárbaros. Por no mencionar los ejemplos de Oporto o Lisboa se señala aquí que Ponte de Lima está a la ribera del Limia al igual que Viana do Castelo y que Amarante, ese pueblo que es una postal, a la del Támega. Braga, entre medias de una y otra, pasa completamente de situarse en una ribera porque fue fundada por los civilizados romanos que nunca se cortaron un pelo. Si necesitaban agua corriente la llevaban desde donde estaba a donde les convenía, sin ajustarse a los cursos de la naturaleza, que es, como se dijo, cosa bárbara y poco civilizada. Los romanos, en esto y en alguna otra cosa más, eran un poco como los americanos. Si les conviene una enorme ciudad en el desierto, como podría ser Las Vegas, embalsan ríos, construyen acueductos de centenares de kilómetros y colocan fuentes gigantescas y llenan miles de piscinas y se quedan tan pichis. Hay quien piensa que la naturaleza lo sabe todo y siempre acierta y hay quien, como los romanos y los americanos, que tal apriorismo no siempre es cierto, que lo que a la naturaleza le conviene no siempre le conviene al hombre. Yo que soy mucho de pensar así también soy mucho de ir a Braga que está en un alto, el rio le cae lejos y es romana y portuguesa y agradablemente civilizada desde su fundación. Uno, por todas esas razones y porque ya ha estado muchas veces, no va a Braga a ver nada en concreto, que lo que hay ya lo conoce aunque no siempre lo recuerde. Uno va a Braga a perderse y recordar o a caminar sin rumbo y redescubrir plazas, plazuelas y plazoletas con recoletos rincones, cafés con terrazas y restaurantes con encanto. Braga tiene catedral y palacio episcopal y universidad y termas romanas. Tiene palacios barrocos con y sin azulejos y sobre todo tiene una enorme calma en medio del bullicio, ese detalle indefinible que es la quintaesencia de lo portugués. Al anochecer, buscando no encontrar nada más que esa atmósfera inefable si no es en portugués, entramos en el jardín de la Capela dos Coimbrasen donde hay una agradable terraza entre viejos árboles. Allí unas autoconceptuadas operárias da cultura sentadas en una gran mesa iban recitando por orden sus poesías feministas y reivindicativas en la variedad de sotaques del portugués: el portuense, el lisboeta, el brasileiro y el para mí inaccesible azoriano. “O poeta e un profeta do seu tempo”, dice alguien y corre entre las mesas del jardín un rumor suave, elegante, asintiendo. La noche es templada, agradable; suave como los murmullos de las mesas. Entre los árboles centenarios, iluminados con luces igualmente suaves, no corre el aire y las palabras resuenan. En este remanso parecería que lo que uno dice tiene importancia, que las palabras importan. Que palabras escogidas dichas con intención de belleza por gente civilizada cambian el mundo para mejor, aunque sea levemente y por tiempo escaso. Unos niños juegan al pilla-pilla entre las mesas en completo silencio, pasando completamente del ritual de sus mayores pero respetándolo. Esto sólo pasa en Portugal, donde los niños se comportan mejor que los adultos españoles. La brasileira recita e interpreta moviendo los brazos, alzando la voz, como una auténtica rapsoda poseída por las musas o quizá por la ginjinha que trasiegan todas ellas despacio pero sin pausa. Así se llenan los embalses, pienso yo, con un chorro constante y no con avalanchas, que son una ordinariez. Operárias da cultura suena a mecánicos del swing, a obreros del amor o a oficina de sabores. Algo a priori cursi pero que en este contexto, en este bosquecillo urbano y levemente mágico, cobra todo el sentido, quién sabe por qué. “As minhocas da minha cabeça me tornar Medusa.“  Todas las rapsodas leen sus textos del móvil o en el iPad y eso, en la oscuridad del jardín, les da a sus rostros una palidez levemente fantasmal y les dibuja en la cara unas sombras extrañas. Quiérese decir que la nariz les hace sombras en la frente, algo de lo que hemos perdido la memoria pero que con certeza les ocurrió durante siglos a quienes recitaban historias alrededor de la lumbre; como le sucedía al tal Homero, un suponer. Lee una rubia un poema escrito cando era grávida, dedicado a una madre por una hija que va a serlo. Al final de cada pieza, antes de sentarse, la poetisa de turno eleva la voz y grita “¡A poesía é livre!” y todos los parroquianos reunidos en este jardín de la Capela dos Coimbras contestamos la letanía con un “¡Livre é o Poeta!”. Esto le da al aquelarre un aire muy S. XIX, muy de contemporáneos de Pessoa, de sociedad de culturetas con levita y sombrero trasegando en un palacio en Sintra. Entre el quinto y sexto una poetisa transmuta temporalmente de sacerdotisa a sacristana y pasa un gorro entre las mesas solicitando un óbolo que con gusto ofrecemos a las Vestales de este nuestro Parnaso. Se puede pagar con el móvil pero estamos hechos a los monaguillos de toda la vida y le descargamos la calderilla. A la segunda copa de vinho verde branco dejamos de entender las palabras pero nos dejamos llevar y empezamos a comprender. También las poetisas van entrando en trance y a la segunda botella de ginjinha el asunto se torna para todos levemente dionisíaco, educadamente dionisíaco. ¡Nengum home como unha mulher ama! Esto, posiblemente, ya lo leí yo en algún sitio; esto, posiblemente, ya lo escribió una señorita de buena familia en algún momento del pasado; esto, posiblemente, lo dejó escrito una muchachita usando el seudónimo de Myosotis, la flor humilde del amor eterno y desesperado. “¡A poesía é livre!” A veces me preguntan por qué me gusta tanto Portugal y nunca sé qué decir porque nunca sé muy bien por dónde empezar.“¡Livre é o Poeta!”

EL TONTO INTRÉPIDO

El tonto adolescente deriva en no pocas ocasiones en un tonto intrépido, osado o atrevido. Va en moto sin casco, salta desde los trampolines más altos, conduce sin cinturón de seguridad y bebe más de la cuenta. Por su vocación al peligro y ceguera al riesgo suele morir joven, aunque sólo en contadas ocasiones deja un bonito cadáver. El tonto intrépido es mayormente un tonto masculino con pretensiones varoniles, elevado nivel de testosterona y que sitúa el concepto de vida en una estrecha franja adyacente a la muerte. Si en lugar de ejercer de aplicados científicos padeciéramos la enfermedad de los poetas diríamos que el tonto intrépido vive haciendo castillos de arena en las playas de la laguna Estigia. Muchos la cruzan con bozo de membrillo y sin haber echado un polvo, lo cual es triste porque se presume que todas sus tonterías traen causa en una exhibición con intenciones de apareamiento.

Haggis Scotus y el Gatipedro

El gatipedro (un gato blanco con un cuerno negro) se reproduce por partenogénesis desde la noche de los tiempos, lo mismo que los biosbardos, los gozofellos y los gamusinos. Los haggis escoceses también se reproducen por partenogénesis no porque quieran sino porque no pueden follar. Viven en las montañas y para correr por las laderas tienen las patas de un lado más cortas que las otras, lo cual les proporciona una evidente ventaja. El problema surge porque las hembras tienen las patas derechas (las patas extrema derechas) más cortas y corren por las laderas en en sentido de las agujas del reloj y los machos, por contra, tienen las patas izquierdas más cortas y corretean por las laderas en sentido antihorario. Los haggis (haggis scotus) lo intentan pero se caen desequilibrados por las laderas y del calentón, y de la caída, les duelen las pelotas unos días. Los gatipedros son un poco cabrones y no se caen. Los gatipedros andan a cuatro patas y usan la lengua como una quinta para tener toda la estabilidad. Van arrastrándola y usándola para apoyarse. También puede ser que les pese el cuerno negro y brillante que llevan en el medio de la frente y se apoyen en la lengua para descansar la cabeza, como los vagos hacemos poniendo la palma bajo la barbilla. El gatipedro se cuela de noche en las casas en las que hay niños pequeños y hace ruiditos sin llegar a despertarlos y por el cuerno lanza chorritos de agua. Con todo esto se les cuela en los sueños y los niños se hacen pis en cama. La única solución es poner sal en el suelo al lado de las ventanas y las puertas para que cuando se acerque arrastrando la lengua se la encuentre, le sepa mal y se largue. Así no vuelve nunca más, hasta la vejez. El gatipedro, en cuanto se entera, supongo yo que mirando los archivos de los urólogos, de que andas mal de la próstata vuelve a rondar todas las noches por los dormitorios. Como ya casi no hay niños el gatipedro, ese gato blanco con un cuerno negro, es más un visitador de geriátricos que de guarderías, quién lo iba a decir.

EL TONTO INERTE

El tonto inerte. Los sabios que produce la ciencia y que a su vez producen la ciencia llaman tonto inerte a aquel que ni de suyo ni de resultas de provocación ad-hoc reacciona con la materia de su entorno. Los sabios más sabios de entre todos los sabios lo comparan con la materia oscura, ese enorme porcentaje del cosmos, casi el 90%, que sabemos que está pero ni idea de para qué o dónde. Antes las metáforas venían por el lado de los gases nobles también llamados gases inertes, pero la ciencia avanza que es una barbaridad aunque los tontos permanezcan y es mejor dejarlos atrás y obviarlos, los gases, porque han descubierto que en realidad en ciertas ocasiones sí reaccionan. El tonto inerte, antes sinónimo de tonto gaseoso, hoy ya no, nace, crece, se reproduce si las circunstancias se presentan idóneas y muere sin molestar mucho. Los tontos inertes podrían ser esa mitad de tontos oculta al ojo que se encarga de mencionar Don Francisco de Quevedo: “Son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen”. Cómo el poeta en el cada vez más lejano siglo de oro se las arregló para detectar esa mitad de tontos no aparentes queda el misterio. (Vid. infra tonto inactivo.)

LA RUMBA DE GARCILASO

En este nuestro blog, EyB, se abusa sobremanera del registro culto obviando y en ocasiones despreciando el popular con acusaciones de vulgar. No seré yo quien hable contra la torre de marfil en la que ocultar el alma sensible y alejarla de la vulgaridad y el ruido, del reggatón, por ejemplo. Pero de ahí al total olvido cuando no desprecio de todo lo que no sea jazz o rock anglosajón de los 70 media un mundo. Uno ha intentado remediarlo con poco éxito poniendo links a grandes temas que lo son por sus letras, sus músicas y lo que llamo armónicos culturales, léase las connotaciones, referencias y resonancias con otras artes, otras culturas y otros medios de exprsión. Todo, tristemente, ha sido en vano. Opto ahora, por ello, por una vía inversa a la utilizada por Mrs. Mary Poppins: “A Spoonful of sugar helps the medicine go down.” Es decir, en este caso revestir de áridas referencias culturales, incluso culturetas, las letras aparentemente fáciles y las melodías pegadizas de los mejores clásicos populares.

Es buen lugar para empezar el hacerlo por el único producto cultural de mérito surgido en la comunidad autónoma catalana desde que Serrat le puso música a Machado. Pareciera que obvio aquí a los Hermanos Cubero; nada más lejos de mi intención; su aparición ha sido posterior al tema de este estudio y quizá serán objeto/sujetos de otro posterior. Curiosamente, o no tanto, ese tema de mérito es una rumba y cantada en castellano por unos charnegos. Esto dice poco de la sardana, esa especie de muiñeira funeral. Yo, a veces, cuando estoy triste pongo sardanas y no se me pasa; siento incluso que se me agrava. No así con la rumba que le levanta a uno el ánimo y la paletilla.

La rumba “Tu Calorro” de los hermanos Muñoz, conocidos como Estopa, pese a su apariencia de periferia y extrarradio es un producto especialmente refinado, un destilado de lo mejor de la poesía clásica española adecuadamente actualizada a los tiempos modernos, a los tiempos que corren.

Actualizar el pasado, respetar las raíces reciclando, creciendo lo nuevo sobre lo viejo es la esencia de la cultura. A eso dedica mi convecino Fdez. Mallo su ultimo libro, “Teoría general de la basura”, a la tesis de que la basura de una generación es la cultura de la siguiente. Esto, que parece transgresor y que él cuenta muy bien, ya es viejuno y lo decía Isidore Isou, ese rumano postdadaista tan pirado y coñazo. Antes de crear, decía Isidore, Dios no era Dios. No obstante la propia creación, ese acto glorioso propio de dioses, alcanza su máximo y comienza decaer. Pero vida se encoge y retorna al cieno, se hace mierda vaya. Pero esa basura en la que toda creación se convierte más pronto que tarde es el abono desde el cual una nueva creación ha de despuntar, alcanzar su máximo y volver a decaer, en un interminable ciclo. Como el Rey León.

Expuesto lo anterior, que considero suficiente introducción erudita y coñazo como para haber despertado el interés del público al que me dirijo, podemos entrar en materia. Es por ello llegado el momento de afirmar que la rumba “Tu Calorro” es el mejor Garcilaso en el siglo XX. Garcilaso, guerrero y poeta, nos trajo de Nápoles las modernidades de la época, que ya eran viejunas cuando escribía Ovidio, y las hizo canon en las letras españolas. Garcilaso nos enseñó el locus amoenus, caracterizado por tres elementos: árboles, prado y agua. Dicen los que saben que si falta alguno de ellos el tópico no existe. Y vemos que la nuestra rumbita cumple perfectamente el canon: “Fui a la orilla del río”, “Vi que crecían amapolas”, “Los árboles tienen sueño”. El “locus amoenus”, el escenario ribereño, es el lugar propicio para el encuentro, el descubrimiento y el amor, tanto cortés como carnal. No debería ser necesario insistir y transcribir, pero en aras de la claridad, procedemos: “Y vi que estabas muy sola / Vi que te habías dormido / Vi que crecían amapolas / En lo alto de tu pecho / Tu pecho hecho en la gloria / Yo me fui pa’ ti derecho / Y así entraste en mi memoria / Tú me vestiste los ojos / Yo te quitaba la ropa”. Y es que el locus amoenus es ese sitio alejado de la ciudad, fuera de la civilización, en el que explorar pasiones eróticas y juegos sexuales, no siempre explícitos pero siempre presentes.

Quisiera recordarles que, como herencia de la literatura griega, la poesía amorosa, pastoril y bucólica abusó constantemente de la metáfora del amor como persecución y caza; el varón cazador y la hembra presa. Eso, en ocasiones, acerca la anécdota de las composiciones poéticas a la violación.  A la consumación violenta del deseo. La flecha del amor que une y mata. Aquí, no obstante, y de ahí gran parte de la modernidad del texto, el autor sin renegar de la tradición se aparta claramente de la interpretación más brutal: “Yo te quitaba la ropa / Todas las palomas que cojo / Vuelan a la pata coja”. Léase que aquí la presa, la paloma, vuela a la pata coja; y que todas lo hacen. Es decir, que “se dejan” cazar, que simulan debilidad siguiendo el juego para los meros efectos erotizantes. Se añade a ello que, si de ordinario es el varón quien abandona y la hembra la abandonada, en este caso, en una evidente inversión de roles, es el varón el abandonado. “Después me quedo dormido / Y en una cama más dura que una roca / Soñando que aún no te has ido / Soñando que aún me tocas”. Corresponde esta inversión al hecho evidente de que en el Siglo XXI el control de lo amoroso y sexual ha cambiado de orilla. Evidente la metáfora del sueño como tregua de la pasión y los sueños como aspiraciones, no quedan sin mencionar en nuestra rumbita todas las demás metáforas más tópicas de la lírica griega clásica, recibidas luego por la literatura romana y rescatadas en renacimiento, del amor/fuego, –fuego que agosta el corazón del hombre–, la del amor/locura, –la shakesperiana Romeo y Julieta–, y la que asimila la insensibilidad o el rechazo con la oscuridad/negrura.

Destaca especialmente, por popular y bien tirado, el doble sentido en el uso del término calorro –soy el calorro que te arropa– ya que sus dos significados son el de piel de oveja que sirve de abrigo y el de gitano joven y alegre. El calorro representa de un lado el cariño y el cuidado del enamorado y del otro el deseo carnal y la consumación apasionada del amante pastoril. Es imprescindible el uso de ese término, dado el origen de extrarradio de los compositores e intérpretes y del público objetivo al que va dirigida la rumba, también periférico y periurbano. Si uno presta atención es el único que, además de servirle de título, hace de espejuelo brillante que nos distrae del evidente clasicismo formal y de contenido de la letra. Es decir, sólo el uso de la palabra calorro chirría y nos distrae de lo que es una evidente composición renacentista. Pero háganla sonar a todo volumen y vayan resiguiendo la letra con el dedo y pregúntense luego si Garcilaso, Cervantes o Lope no la aprobarían y aún bailarían su música.

Entiendo que con todo lo anterior quedaría justificado, sirviendo este caso como un simple ejemplo, que es necesario abrirse a lo más popular prestándole la debida atención y evitando el inicial rechazo cultureta.

El bozo del membrillo

Las cosas más difíciles sobre las cuales escribir, dejando aparte a Dios, son la comida y el sexo. De Dios ya tenemos asimilado que sólo se pueden decir metáforas enloquecidas o tonterías sin fundamento pero sobre lo otro, sobre lo de comer y follar, la idea de callar no termina de calar. Así en las bibliotecas viejas los más de los metros los ocupaba la teología, y con el tiempo llegó el momento en el que los libros eran sólo vehículo de tórridas escenas de erotismo o directamente sexo. Luego el vídeo, que sabemos que mató también a la estrella de la radio, mató completa y definitivamente a la literatura erótica. De ella quedan una docena de clásicos para nostálgicos y un par de epígonos despistados como el ex ministro González-Pons; gente que sigue mentalmente en el XIX e insiste en escribir turgente, violáceo, bálano y ebúrneo. Es por ello que los inasequibles, los que insistimos en hablar de los temas inefables, aquellos de los que mejor callar, nos vemos reducidos a la comida o, los más osados y que más han vivido, a las experiencias con las drogas.

Don Alvaro Cunqueiro, obispo lego de Mondoñedo, no hablaba mucho de sexo, ni en alabanza ni en execración. Si acaso, así levemente y de pasada, podía comentar los amores de un Caballero con una Sirena. Pero al Sr Obispo de la Literatura le gustaba comer y de la comida sí hablaba. Es más, cuando Cunqueiro hablaba, estuviese donde estuviese, el mundo a su alrededor se convertía en una sobremesa; en una agradabilísima sobremesa de esas en las que saciados los apetitos se habla de cosas, casos y gentes lejanas, se evocan instantes vividos, leídos o simplemente imaginados y se recuerdan amigos perdidos y conjuntas hazañas pasadas.

El otro día, alargando una sobremesa comiendo pipas, acabamos viendo en el móvil un fragmento de entrevista a Don Alvaro en la que contaba lo mucho más sabrosa que resulta la nécora si sabe uno que su linneano nombre es portunus puberPortunus por el dios romano protector de puertas y puertos, representado siempre con una llave en la mano; y puber porque la nécora viene recubierta de un pelillo que recuerda el bozo de los mozos púberes. Efectivamente saber ese tipo de cosas inútiles pero bellas añade el misterio de lo antiguo y de lo siempre repetido al sabor marinero, portuario, de esos por otra parte anodinos cangrejos peludos de las rías. 

Añadía Cunqueiro en esa entrevista de sobremesa la historia del melocotón y del libro sobre los conocimientos inútiles del señor Russell y lo mucho más sabrosos que resultan todos los alimentos si sabe uno sus sorprendentes historias. Contaba el mindoniense con esa voz ilusionada de prosodia pausada cómo tras una batalla contra los muchos chinos el rey Janyska de la India mandó plantar los huesos que llevaban en el zurrón unos prisioneros; huesos que andando el tiempo dieron en madurar melocotones. Y cómo de la India pasaron al Oriente Medio, al pérsico, desde donde llegaron a Grecia, es decir a Europa, y que por eso acabamos llamándolos albérchigos o pejigos, del griego persikon, los pérsicos. Hay quien dice que la palabra melocotón viene del latín malum cotoneum, manzana algodonosa, pero esto más bien parece un goropismo porque cotoneum es el membrillo. Quince, coing, membrillo, la fruta del amor que las muchachitas griegas, con esas insinuantes túnicas pegadas al cuerpo, entregaban a los mozos púberes que marchaban a la guerra medio en pelotas. El melocotón sería así para los romanos algo como un híbrido de membrillo y manzana, parecido que tiene sentido porque el membrillo y el melocotón, y ya puestos también la nécora, comparten el bozo de los púberes enamorados que marchan animosos a las Termópilas, a sitiar Troya o a conquistar el mundo con Alejandro el Magno. Como el membrillo en griego es melimelón o manzana dulce eso nos deja, tras el típico ir y volver de las palabras más bellas, en que el melocotón sería la manzana-manzana-dulce.

Después, en nuestra alargada sobremesa de pipas, saqué yo a colación la historia del parentesco entre el melocotón y la almendra, frutos distintos pero prácticamente hermanos, quién lo iba a decir, y el misterio de la domesticación de almendra por otro nombre la amígdala. Dicen los de la ciencia que el Himalaya, en su imperceptible pero continua elevación, separó una población de arbustos asiáticos que evolucionaron a un lado de esos altivos montes en almendras y en el otro a melocotones. Si uno bien lo mira la almendra encerrada en su cáscara y el hueso del melocotón son idénticos y con los ojos cerrados, sólo al tacto, sería difícil distinguirlos, como mutatis mutandis sucede con los garbanzos y las avellanas. Las almendras cuando son amargas llevan algo llamado amigdalina que, llegado al estómago, produce un compuesto de cianuro que es venenoso y que en las novelas de Agatha Christie nos asegura un cadáver amoratado y un caso interesante y misterioso, por ejemplo en Matar es fácil. El almendro, un día cualquiera, un día ya olvidado, varió un solo gen y dejó de ser venenoso y empezamos con sus semillas a hacer turrón y tartas. Y hasta hoy.

Luego la mayor trajo a cuento la película Call me by your name, una historia de verano, piscina y descubrimiento del sexo, en este caso homosexual, por parte de un púber con bermudas, bicicleta y bozo de nécora, en la cual el melocotón y los albaricoques tienen una evidente función simbólica. El protagonista, excitado sexualmente por un discípulo de su padre, fantasea con un melocotón, su parecido con un culo y su leve vello que se hace visible brillando al sol de la Toscana. El discípulo, a su vez, obtiene la aprobación del padre-maestro al no caer en una trampa y saberse la correcta etimología del albaricoque, otra fruta deliciosa con cianuro en el hueso. El púber de está historia es tentado por mozas que le ofrecen sus membrillos pero se decanta, cada uno es como es, por los albaricoques del joven guerrero. El nombre del albaricoque, nos explica como si nada, proviene del latín pruna praecocia, ciruela precoz o temprana, que se ve que las había serótinas. Este nombre pasó luego al griego como praikókion, que en su forma tardía y bizantina, berikokkíā, pasa al árabe como al-barquq y de ahí al castellano, albaricoque, desde donde salta al francés aubercot-abricot, para hacerlo luego al inglés como apricot. Esta erudición de quien llega como discípulo en asuntos de libros y acaba siendo maestro en asuntos de emociones y experiencias sensuales-sexuales es un poco el meollito del asunto: cuánto mejor se saborea todo sabiendo que ignorando y qué bello un maestro que te guíe. Todo ello muy griego. 

Como se ve por culpa de Don Alvaro acabamos hablando de comida y sexo, de melocotones y almendras, de membrillos y manzanas, del bozo de las nécoras y el vello de las ciruelas precozmente púberes. Dejamos pasar así despacio el tiempo sintiéndonos un poco cunquerianos de absurdos conocimientos, que es un modo, creo yo, sabio y hermoso de estar en el mundo y saborearlo.

Saint Andeol-de-Eireux

JM escribe reseñas y noticias falsas con nombre supuesto en revistas de viaje y turismo. Esto, dicho así, a algunos les parecerá censurable o poco ético pero a mi me parece el summum de lo literario. A JM le dan el nombre de un hotel en la Riviera Maya, un suponer, y desde su cuarto escribe en un portátil sobre la llegada, el recibimiento, la experiencia en el resort, la playa anexa, los restaurantes de los alrededores y alguna escapada de un día a puntos de interés en las proximidades. JM se documenta para todo ello mirando en Google, Goggle Maps y con la imaginación de quien ha leído mucho. JM hace por pocas pesetas, como Salgari, lo que hacía Salgari por pocas liras; hablar de los sonidos de la selva, de la amabilidad y las sonrisas de los nativos, de los atardeceres ecuatoriales, el olor del mar y las arenas blanquísimas que al sol de mediodía hieren la vista. JM, yo que lo conozco un poco lo sé de cierto, preferiría fabular en el tono de Conrad en El Corazón de las tinieblas, darle a todo un aire algo más tenebroso, ominoso. Yo lo imagino imaginándose a sí mismo cínico y algo perverso, como el sudoroso y alcohólico Reverendo Dr. T. Lawrence Shannon de Tennesee Williams, guía turístico pufo para ingenuas e incautas maestras de mediana edad.

 

Lo cierto es que recrear realidades es más difícil que inventarlas desde cero, sin cortapisas o limitaciones. No es lo mismo sentarte y fabular sobre Laputa, isla asentada sobre un diamante que flota en el aire por la influencia de un gigantesco imán, que sobre la Casa Iguana Hotel, Avenida Cinco de Mayo No. 455, Mismaloya, Jalisco, tres estrellas, dos piscinas, vistas a la bahía, y conseguir darleal relato un toque cálido y personal. Te reciben Isaías y Belmira, los propietarios, una pareja encantadora que hace cinco años abandonaron sus respectivas carreras en las finanzas y el derecho corporativo en México DF para darle a sus vidas un nuevo rumbo. La felicidad de esa nueva vida, que se advierte en sus miradas, tiene directo reflejo en el trato cercano que dan a sus huéspedes: de amigos. Ya se advierte que la libertad absoluta en un caso trueca en prisión en el otro, lo cual, si se asume, no es tan grave. Sujetar la creatividad desbocada con el arnés del soneto siempre ha producido mejor cosecha que el verso libre.

Los viajes falsos, empezando con la Odisea y continuando con lo de Marco Polo, son un género de larga tradición. Aún diría más, lo de ir a los sitios para contarlos es una modernidad a la que nos han acostumbrado pero tan inútil y ridícula como la supuesta necesidad de ser mujer joven y negra para hacer la traducción de una poetisa joven y negra. A un buen libro de viajes no le quita nada el no haber viajado ni, por supuesto, le añade nada el haber vivido realmente las penalidades que se relatan. ¿serían mejores los libros de Kapuscinski si realmente hubiera vivido todo lo que cuenta? Mi respuesta es, por supuesto, un no rotundo. Que los ojos de polaco no hayan visto una masacre o que un enano de la corte del Negus no haya existido o, de haberlo hecho, no fuera exactamente un enano no suponen alteración alguna del texto.

En el XVII y XVIII los jóvenes europeos de buena familia hacían en Grand Tour, un viaje iniciático por los lugares supuestamente más importantes de Europa. París, Ginebra, Génova, Milán, Venecia, Florencia, Roma y Nápoles eran paradas obligatorias. Algunos libros relatando las maravillas del viaje por ejemplo el “Viaje a Italia” de Montaigne contribuyeron a poner de moda entre la nobleza lo que ya era una costumbre de intelectuales, artistas y filósofos desde el Renacimiento. Eso desencadenó una avalancha de libros llamados “Viaje a Italia”, hasta el punto de constituir un subgénero en sí mismos. Para qué ir si no te puedes chulear. Charles de Brosses, Chateaubriand, Goethe, Moratín y varios centenares de jóvenes lords ingleses escribieron a su vuelta un Viaje a Italia en el que relataban en un par de tomos las maravillas vistas y vividas y en ocasiones incluso recuento y explicación de las baratijas y antigüedades compradas en cada lugar. Esto, como ha venido a demostrar el erudito Boscoe Pertwee en su libro “Imaginary geography in Grand Tour literature”*, dio lugar a un floreciente negocio de escritores en la sombra, lo que diríamos negros, que ponían en literatura las experiencias casi únicamente alcohólicas y cortesanas de jovenzuelos abúlicos y desinteresados tergiversándolas todo lo necesario hasta hacerlas pasar por sublimes. Esto, hoy, en tiempos del turismo en masa, sin presupuesto para negro literario, lo hacemos nosotros mismos tomando selfies sonrientes en lugares insalubremente calurosos, insoportablemente fríos o desagradablemente ruidosos y masificados porque para qué ir si no te puedes chulear.

Mentir sobre la felicidad o, si me apuran, sobre la infelicidad, carece de interés; todos lo hacemos. Lo curioso, y así lo demuestra Pertwee, es que no habiendo viajado los negros a Italia y teniendo poca o ninguna ayuda de los cansados viajeros, tomaban todas sus referencias, descripciones, distancias y paisajes de otros libros anteriores o de los clásicos romanos. Y en ocasiones fantaseaban sin arnés ni remordimiento. Ello llevaba a enormes errores y tergiversaciones que, en muchas ocasiones, parecen deliberadas. Caso paradigmático que cita Pertwee es la descripción que se hace hasta en 23 distintos relatos de viaje y diarios publicados de la Villa de Saint Andeol-de-Eyrieux. Se situaría a unas veinte leguas en el camino de Lyon a Valénce y todos la describen como fuertemente amurallada y de planta octogonal, con una capilla medieval en cada vértice y una bellísima basílica casi en el centro desde cuya torre, también octogonal, se divisa todo el ameno Val de Glandage y sobre el horizonte, al oeste, se recorta un enorme farallón de roca llamado Treschenu-Creyers. Saint Andeol-de-Eyreux, tristemente, no existe. Tristemente, decimos, porque las sucesivas elaboraciones de su privilegiada situación, idílico paisaje, armoniosa arquitectura y la bonhomía de sus habitantes la convertirían en un lugar en el que hacer una parada aún hoy en día.

Boscoe Pertwee, después de un ingente trabajo de búsqueda y cotejo, propone una genealogía De la Villa inexistente y rastrea sus orígenes hasta las falsas memorias de viaje de Henry Scott, tercer duque de Buccleuch, encargadas a un tal Walter Bower, reputado escritor de sermones por encargo para clérigos de la iglesia de Escocia. Bower se sacó de la manga un mundo que, a diferencia de la Laputa de Swift, la Vetusta de Clarín o la Utopía de Moro, mil viajeros juraron haber visitado después, haber comido en sus figones y dormido en sus posadas. Hasta la llegada de Disney y sus parques de plástico nadie había conseguido que la gente viviese, de verdad, en un lugar imaginado.

JM, por ahora, escribe sobre lugares que existen y sólo les añade un brillo especial, el brillo que tuvo Saint Andeol-de-Eyreux y Boscoe Pertwee ayudó a robarle, ese brillo que sólo tienen las cosas que no se conocen, las cosas que se imaginan. Espero que un día se deje llevar por su lado oscuro y empiece a llenar las revistas de hoteles, cascadas, playas y paisajes maravillosos e inexistentes y la gente llame a sus agencias de viajes haciendo reservas en hoteles puramente literarios.

 

*University of Strathclyde Publications Services, Glasgow, 2011.

 

HESITANDO

I used to think I was indecisive, but now I’m not so sure.

-Doubtful authorship.

Las citas las carga el diablo que es un desconsiderado además de un hijoputa. No hablo de las citas románticas o las de trabajo, hablo de las otras citas, de esos pequeños argumentos de autoridad que resultan de la mención de las palabras de otros. Las citas son un poco como los refranes de la gente leída, de los que nos las damos de intelectuales. Si lo miras así es siempre mucho mejor llenar un texto de las palabras que nos llegan rebotadas de, verbigracia, un sabio griego que de refranes salidos de la boca de sabe dios qué arriero, qué sacristán, qué jugador de brisca con boina roscada. Usando y abusando de lo primero podríamos, a ver por qué no, acabar garabateando los Ensayos del Sr. de la Montaña porque si bien se mira poco puso de lo suyo más que un tono agradable y quizá demasiado optimista de erudito superficial. Si abusamos de lo segundo, por contra, acabaremos indefectiblemente en el Calendario Zaragozano o Juicio Universal meteorológico, calendario con los pronósticos del tiempo, santoral completo y ferias y mercados de España”de Don Mariano Castillo y Ocsiero, que no fue señor de nada y no escribía para estreñidos culturetas sino para los otros españoles, los Sancho Panza que fueron y son. 

Sin lanzarse a uno u otro extremo cabe el uso moderado de las palabras de otro porque es cierto y es verdad que las ideas son limitadas, las historias pocas y los modos de expresarlas, aún siendo muchos, quizá no son tantos como pensamos. Esto justifica usar palabras ajenas cuando ya vas tú viendo que no te alcanza para decirlo mejor, más condensado o con más gracia. Si caemos en los refranes, sabiduría popular, diríamos que son como copyletf, public domain, etc.; queda uno excusado de citar origen, fuente, contexto. Los refranes, como las piedras del camino, ahí están para que todos tropecemos libremente en ellas sin pagar peaje ni portazgo las veces que sea menester. Y tienen la ventaja añadida, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todas son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas.

En su día escribí mi admiración por Ennio Flaiano, un señor italiano, bajito y con bigote que estudió para ingeniero pero se ganó los ceci escribiendo guiones para el cine. Flaiano, que parece un Vazquez Montalban en elegante y con pelo, es recordado por las muchas frases ingeniosas que nos dejó; tantas que pareciera que no se comunicaba sino por medio de chascarrillos con moraleja. Una de ellas, supuestamente, sería la aguda respuesta a la pregunta sobre la situación de la política italiana: La situación es grave pero no seria.”En su día busqué dónde y cuándo dijo esa frase, a preguntas de quién, aludiendo a qué situación y no conseguí averiguar nada.  Lo cierto es que todos los que hablan de Flaiano la mencionan y la repiten como summum de su estilo cínico y desencantado y, claro, yo lo mismo hice. El caso es que unos meses después revisité, como dicen los cursis, la película One, Two, Three de Billy Wilder, esa en la que la hija del presidente de la Coca-Cola se enamora de un comunista en el Berlín anterior a la construcción del muro. En ella se pronuncia exactamente esa misma frase. Wendell P. Hazeltine recién llegado desde Atlanta pregunta al prometido de su hija, Otto Ludwig Piffl, antes comunista sin calzoncillos por convicción revolucionaria y ahora conde por simonía, que cómo ve él la situación política en el Berlín ocupado. El prometido contesta Actually, the situation is hopeless, but not serious.” 

Llegado este punto podría parecer que la cuestión es saber si Flaiano habló antes del estreno de la película, en 1961, por confirmar o descartar que Wilder y Diamond, guionistas, le hubieran plagiado. Pero resulta que Wilder &co escribieron el guión basándose en una obra teatral llamada «Egy, kettö, három» de un húngaro llamado Ferenc Molnar, y había sido mil veces representada por toda Europa desde los años 30. Y quién sabe si esa frase no se pronuncia ya allí. Y digo más, quién sabe húngaro. Se vende en Iberlibro una copia del guión donde se podría consultar per ver de salir de dudas pero yo hasta aquí llego.

Umberto Eco, el universalmente reconocido rey de la semiótica, la referencia culta y la cita erudita, comienza su libro “Kant y el ornitorrinco” (1997) con una cita preciosa, la misma que encabeza este texto: “Hace tiempo estaba indeciso pero ahora ya no estoy tan seguro”. Se la atribuye a un oscuro autor del XVIII, Boscoe Pertwee, y manifiesta haberla tomado de un tal Gregory. Un tal Nigel Rees, periodista, tiene en la BBC4 un programa llamado “Quote… Unquote”, un concurso consistente en contestar con acierto de quién es una determinada cita. Se ve que el asunto les gusta a los brits porque empezó en el 1976 y en 2021 sigue en antena. La cita fue emitida en un programa en 1977, remitida por un oyente quien afirmó en su carta que el autor era un tal Bosco Pertwee, desconocido y minoritario escritor del XVIII. Como se ve la cita hizo fortuna porque se replicó hasta el infinito. Lo que viene siendo un meme. Si se busca en Google sobre “Kant y el Ornitorincotodo el mundo, en todos los periódicos, en todos los blogs, menciona a Bosco Pertwee y su frase sobre la duda y lo muy leído y muy estudiado que era Eco, un monstruo que manejaba referencias desconocidas para los simples mortales. La vueltita de esta historia, lo que llamaríamos el plot twist, se produce cuando en el 2005 desde el programa de Rees, después de casi 40 años sin ser capaces de acreditar la veracidad de la atribución, se puso en contacto con el oyente que les remitió la cita y este, sin cortarse un pelo, les explicó que era una coña. El tipo usaba el nombre de Bosco Pertwee para burlarse de los culturetas que lo saben todo. Bosco servía para lanzar el anzuelo diciendo ¿Sabéis que el trompetista de jazz de culto Bosco Pertwee toca el jueves en el Paradise? Y luego esperar las reacciones; quienes dicen tener grabaciones de Pertwee, en qué club minoritario lo escucharon hace ya muchos años. Si Eco, el grande Eco, cayó en el hoyo de Bosco siento que es menor el ridículo por haber caído yo en el de Flaiano.

¿Hay enseñanza o moraleja? ¿Hay una regla sobre qué hacer con todos estos malentendidos, estas malatribuciones, estas trampas para culturetas? Los intelectuales, esa gente que sabe quién es Bosco Pertwee, nos consuelan algo recordándonos que Alessandro Manzoni escribió que “Es menos malo agitarse en la duda que descansar en el error” y nos afligen con las palabras de Benjamín Franklin: “La peor decisión es la indecisión”. Yo, llegado este punto, confieso que ya no sé si vale la pena creer ciegamente o dudar sistemáticamente y pienso “Qué desasosiego cuando, inseguros de nuestras dudas, nos preguntamos. ¿serán verdaderamente dudas?

Del libro de Brema

Pensamos que los libros empiezan de repente, pimpam, pimpam, una palabra, otra, una frase, la siguiente, y en realidad no es así. Los libros empiezan antes, mucho antes de la primera palabra, con un malestar, una ansiedad, un rumor lejano que un día de pronto se concreta en melodía no se sabe bien cómo. Las cosas interesantes son así, no suceden de pronto, suceden porque venían sucediendo imperceptiblemente desde mucho antes, algunas de toda la vida. Una vez imaginé una película de la cual sólo rodé el tráiler, cosa que tiene su justificación que ahora no voy a dar, y uno de los personajes, asesino de niñas, contestaba a la pregunta de cómo se llega a eso: “Al principio, poco a poco; después, de repente”. Esa es la única explicación de lo inevitable, de la repentina manifestación de lo que lleva ahí desde siempre y quizá estará ahí para siempre. Matar niñas o ir al baño, que igualmente empieza con un malestar difuso y de improviso se encuentra uno en un apuro, girando la cabeza en busca de una puerta rotulada. Quizá escribir, cagar o matar no tengan similitudes aparentes, quizá tampoco la cara de preocupación de Charlton Heston en Cuando ruge la marabunta, pero a todas las preceden signos imperceptibles de que algo inminente e inevitable va a ocurrir. Un runrún, un tamtam, un tictac.

Yo, que conozco un poco al Brema, he leído su libro En el muro de Berlín y aventuro y no yerro que esas cuartillas llevaban años por ahí, por algún sitio que quizá ni él sabía; sin poner en un papel pero ya escritas. Uno, cuando lee En el muro, el escritor, ese señor tan serio y estudioso, se le presenta como un visillo que transparenta al Brema que hay detrás. Un visillo que más que velar desvela, como los trapos húmedos ¿paños mojados? del tal Fidias et al. A Brema, como a toda la tropa del ChopSuey, lo sigo de cerca y al leer su libro creo oír el runrún de algo que empezó a escribirse hace muchos años. Veinte dizque lleva en el Berlín que conoce mejor que Camba y quizá esos veinte llevaba cociéndose.

Han de saber todos que si yo tuviera lo que es necesario escribiría, al rebufo de Arroyo-Stephens, un “Contra los alemanes”. Los alemanes, así en abstracto, no me caen bien. Si descendemos al caso concreto, por el contrario, nada malo puedo decir de ninguno de ellos. Si lo cortes no quita lo valiente lo concreto no impide lo general: los alemanes, como pueblo, hace mucho que me parecen el origen de todo el mal de este mundo quitando, quizá, el islamismo radical. Suena terrible esto que digo, pero allí se originaron el protestantismo, el comunismo, el nazismo, el ecologismo, el psicoanálisis, la ortorexia, lo antinuclear, la homeopatía, el nudismo, el orgón de Wilheim Reich. Y podría seguir hasta cansarme; y perder la vida juntando evidencias de esta terrible afirmación. 

El tamtam de Brema puesto en libro, esa historia ordenada de villanías, y heroicidades, cobardías y tristezas, asesinatos y accidentes todos alrededor, debajo y encima de una vergüenza, todos con nombres y apellidos y fechas, si no me ha convencido de amar a los alemanes sí ha hecho que los vea con otra luz. Esa gente ha pasado en cuarenta años de tener que tragarse la absoluta vergüenza de haber sido nazis a digerir la absoluta vergüenza de haber sido comunistas. En los muertos, ordenados, que cuelgan del muro, he creído ver una pauta. Si los primeros huidos y causa de su construcción eran jóvenes obreros especializados, gente con esperanzas, a partir de un cierto momento quienes empiezan a morir como estampados contra un cristal son caracteres asociales, rebeldes patológicos, fracasados bebidos; gente ya desesperanzada que quizá más que huir se arrojaba a morir contra el muro. La vergüenza de los alemanes es, curiosamente, su neurótica eficacia; la pasión desmedida por el exterminio industrial en un caso y por el minucioso control de las vidas en el otro. La eficacia, tan grata en lo industrial, es mortal en lo social, porque en nos es completamente ajena. La eficacia no permite resquicios por los cuales pudiera entrar la luz, el aire, la vida.

Brema apila minuciosamente muertos, uno, y otro, y otro, y otro, con sus nombres, circunstancias, historias, y el relato abruma como abruma el de las muertas en el capítulo La parte de los crímenes de 2666, la novela de Roberto Bolaño. El detalle y el número, que siente uno cercano al infinito, crean un clima, el del horror y la convivencia con el horror; las historias de la Santa Teresa inventada y la del Berlín del muro son como esas iglesias en las que de pronto adviertes que el pavimento son lápidas; pisas muertos con normalidad impuesta por las circunstancias. Ni en el de Bolaño ni en el de Brema esos muertos permiten la más mínima esperanza; son muertos casi anónimos pese a ponerles nombre y circunstancias porque el protagonismo es siempre del mal, un mal esencialmente inexplicable que en ambos casos es un ente abstracto, y del lugar, el muro y el desierto.

Se adivina el interés de poner en orden el horror, los muertos, las mentiras, las esperanzas frustradas, pero se intuye la ineficacia a largo plazo. El recuento del horror, incluso como en este el caso el recuento brillante del horror, nunca lo ha evitado. Su utilidad es la de la memoria, la de evitar, al menos, el olvido que el criminal y sus secuaces pretenderían. El olvido, la bruma del tiempo, la confusión, son en sus efectos similares al perdón porque dejan el juicio a la conciencia del criminal, y no a la valoración del otro. Ahí la utilidad de este libro; leer y contar una y otra vez los horrores quizá no logre evitar su repetición pero sirva al menos para juzgar todos los días, y cada vez más duramente, a quienes los cometieron y a quienes los cometerán.

Me ha gustado el libro porque me ha conmovido. Porque bajo esos mil datos precisos, como ladrillos de un muro, hay empatía en el modo de presentarlos, de colocarlos, de explicarlos. Me ha gustado porque el poco Berlín que conozco es ese moderno en el que la arquitectura es lo más parecido a un impersonal concesionario de automóviles y aquí la geografía es otra, la de una ciudad descompuesta, rota, traumatizada. Sólo espero que ese runrun del libro inevitable guarde el germen de muchos más. El de Bolaño comienza con una cita de Baudelaire que, creo yo, le viene al pelo al Berlín del muro, rodeado de la mediocridad comunista: “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”. La culpa de Brema es haberlo hecho interesante y ameno.