CUATRO TREINTA Y CINCO

Uno se piensa libre, bohemio, desordenado y algo pasota y de pronto, con un escalofrío, se descubre la costumbre de meter las monedas en la máquina de tabaco por estricto orden jerárquico de valor. La de dos, las dos de uno, la de veinte, la de diez y por último la de cinco. Cuatro treinta y cinco, ducados rubio en paquete blando. Y me doy cuenta, además, de que lo hago siempre y desde hace mucho. Desde que dejé de ir al estanco. Un día a la estanquera le hice el chiste, que no rió, de que tanto pedir en voz alta paquete blando al final iba a producirme indeseadas consecuencias. Posiblemente me engaño al decirme que paso de las estanqueras sin  sentido del humor, cuando en realidad se trata de que no quiero repetir una y otra vez en voz alta paquete blando. Sólo por si acaso.
Así que debería aceptar que soy exactamente lo contrario de lo que pienso, un hombre de orden, maniático y neurótico.

ETÍLICOS Y ESTREMECIDOS

El otro día, uséase el sábado próximo pretérito, estuve viendo a Malevaje en concierto. Algo así como un regreso al pasado desde un futuro alopécico que es hoy mismo. El tiempo, me han explicado, pasa normal o inexorablemente. En las películas francesas y las reuniones familiares pasa normal. En las que hay una bomba a punto de explotar y en los revivals inexorablemente. Sólo los había visto una vez antes, en los 80, sobre el 84, sobre poco más o menos, en algún garito cutre de Madrid cuyo nombre he olvidado. Hay segmentos de tiempo en los que bien por vacíos, bien por colmados de emociones las cosas se confunden. Bartrina, un pié en lo normal, otro en lo inexorable, mantiene el pelo, si bien ralo, ha perdido la figura de matador sin llegar a la de apoderado y la voz se le ha vuelto profunda y rasposa. Usándola como un estropajo viejo y sabio saca brillo a las letras de siempre y alguna nueva. El público tenía una media de edad elevada, como era de esperar, se sabía las letras y reía en los momentos adecuados, algo inesperado. La movida de los 80, si divertida, era una feria de pueblo, con caballitos, norias, música alegre y muchas bombillas de colores. Toda diversión es pasajera salvo que diga algo interesante y así que todos aquellos colores brillantes se han desvaído. Sin embargo esa mezcla de garufa y pichi es la Internacional de la Chulería y apoyada en esas letras maravillosas se vuelve intemporal. Malevaje es el churrero, el puesto de las rosquillas que seguirá en todas las ferias cuando los vendedores de algodón de azúcar rosa sean sólo un recuerdo. Cuando se largaron, a cenar, dijo, quedamos unos pocos, nos pusieron tangos y bailamos, etílicos y estremecidos. Para que luego digan que los perros viejos no aprenden trucos nuevos. Ja.

OLAS MÍNIMAS

Algunas horas pasan y uno se siente inocentemente poderoso porque ni le afectan ni le trastornan. Pasan acercándose y se van como vinieron, silenciosas y transparentes, como las olas mínimas de esos mares de aguas calmas y cristalinas que besan playas de arenas blancas. Son horas anodinas, horas standard que se dejan vivir amablemente, sin sobresaltos. Horas que no exigen la atención de la selva o la ciudad, que permiten devaneos con pensamientos brumosamente positivos, bruñidamente satisfechos; horas en las que, sin planearlo, un futuro de moderado entusiasmo se hace posible.

ES HORA

Es hora de planchar manteles, brillar la plata, sacar la vajilla, abrir el vino, enfriar el champán, calentar el horno, encender las velas, avivar la chimenea, poner la mesa, elegir la ropa, limpiar los zapatos, perfumar el sobaco, lavar los dientes, alijar el hielo, preparar el whisky, hacer balance, cerrar los ojos, querer a los que quieres y decírselo al oído.

MUY HUMANO

Cumplir años es, con el alto grado de certeza de los impuestos, morirse un poco. Yo los cumplo en plena campaña del IRPF y siempre acabo dándole vueltas al borrador de mi vida. También es verdad que al final lo confirmo un poco desanimado, con ese convencimiento de la desgracia inevitable, con la certeza de que ahorrar un euro o mejorar una pizca exige un esfuerzo para el que no estoy dotado. ¿Por qué razón habría yo de darle vueltas si no voy a hacer nada? La respuesta está en que preocuparse y no actuar reúne la racionalidad que nos hace humanos con el merecido descanso que la civilización promete. Y yo soy muy humano y civilizado, si lo miramos con esa vara de medir.
Recordar cosas las distorsiona, lo cual también es muy humano. No sólo se van detalles y se añaden otros, lo cual ya es cabrón, sino que también se empeña en funcionar como las influencias literarias. Cualquier cosa de cualquier tiempo pasado es antecedente e inspiración. A un fracaso o una alegría de hoy encontramos causa no sólo en lo que ocurrió ayer sino en el más remoto pasado. Así la razón de éste dolor de cabeza puede estar de las muchas copas del sábado o aquella caída de bicicleta en el instituto en la que te golpeaste la cabeza. Depende un poco, un poco, de lo delirante del día.
Otra cosa que es muy humana es hacer y decir tonterías. Eso es lo que nos une a los delfines y a los monos, que se dedican a hacer tonterías en el mar y en los árboles y sentimos, de inmediato, un no sé qué interior. Un reconocimiento mutuo en la estupidez interespecies, un no estamos solos. Si bajaran o bajasen los extraterrestres como los pintan en novelas y películas seguiríamos pensando que no hay vida inteligente en el universo. Al menos hasta que probaran cumplidamente ser unos memos medio retrasados llegando aquí por casualidad, perdidos por culpa de un piloto que restó donde había que sumar, o en un aterrizaje de emergencia, porque se quedaron sin combustible. Ahí si, veríamos claramente a la humanidad.
Es muy humano, también, no decir las cosas claras. No decir, por ejemplo, tengo hambre, quiero más, sube al coche, bájate las bragas, estamos perdidos, vete, ven, me gusta, no quiero, yo ya. Y así.

SENTIMENTALMENTE HERÓICO

Un signo de la decadencia de Occidente ha sido el refinamiento y la posterior desaparición de los Petacos. Aquellas máquinas electromecánicas se fueron convirtiendo en electrónicas y perdieron todo su encanto. Es la diferencia entre conducir un kart o entretenerte con el videojuego de un kart. No hay color. Los ruidos eran reales y no grabados, se encendían bombillas y uno podía sentir los muelles y palancas y relés bajo el tablero moverse convulsos como la maquinaria de un reloj. De un reloj loco. Poco a poco se fueron convirtiendo en enormes mandos de un videojuego anodino con sonidos de nave espacial en los que la puntuación parecía un reloj Casio.
Alrededor de aquellos chismes pasábamos las horas con unos cubatas que, evidentemente, amenazaban nuestro desarrollo, mermaron nuestras capacidades y nos convirtieron en la generación que pudo ser pero no fue la más preparada de la historia. Como tenían ceniceros en las esquinas hasta fumábamos y ya se ve el desperdicio en que aquellas promesas de juventud se han convertido. Alternábamos con las chicas pavoneándonos nosotros y exhibiéndose ellas y a veces hasta las invitábamos. Aquellas máquinas eran uno de los centros de la elipse de perdición en la que nos sumergíamos en cuánto podíamos. El otro era la máquina tocadiscos. Read More

LOS DÍAS VACÍOS

Todos los días son lunes uno de enero si no tomas determinaciones y consecuentes acciones para evitar tamaña desgracia. Los peores días son los que preceden o suceden a los aciagos o los felices, los días vacíos, los ausentes, los en nada memorables. En esos días de anhelo, desasosiego, luto o resaca se nos va la vida como espacios en blanco entre las notas de una melodía desconocida.

ESA HORA FRÍA

Vacío, como el vaso de un moribundo, como el espacio entre dos estrellas, como la mano de un mendigo. Como el alma de un asesino, las horas de un náufrago o la apariencia de un nuevo rico. Triste, como el muerto en su entierro, como un grumete en puerto, como una playa en invierno. Como un poeta adolescente, una novia abandonada o una flor cortada. Solo, como un gitano en Oslo, un alpinista en Holanda o un panda en el zoo. Como el guardia en su garita, la puta una noche de nevada o el condenado a muerte en esa hora fría antes del alba.