Días como éstos las metáforas y la retórica se desparraman, así como las recetas milagrosas. Los atentados de los milenaristas islámicos brindan a muchos la oportunidad perfecta para exhibir su brillante plumaje moral.
El plural mayestático, ese aberrante nosotros singular, es un modo de darse importancia suficientemente conocido por viejo. Quien lo usa es tan grande, tantas son sus plumas, que necesita un espacio colectivo para que habite su ego. El Rey, para dar cabida a su majestad necesita para él solo un avión en el que caben 200, todas las habitaciones de una planta del hotel y ocupar ese nosotros del que ha sido expulsada la chusma.
Hay otro nosotros en el que quien se da importancia, al contrario que el Rey en el suyo, no se encuentra. Es un nosotros en el que habitamos todos excepto quien lo usa. Él se ha bajado de ese colectivo algunas paradas antes. Sus plumas destacan porque las vemos de lejos. Este es un recurso en boga, es eficaz y, como la estupidez o la flojedad de ideas, curiosamente en la actualidad pasa desapercibido, vuela por debajo del radar.
Yo escribo, por ejemplo, “somos esa especie que, abrazada a sus prejuicios, nunca piensa racionalmente sobre sí misma“, y ahí que os quedáis todos, apretados en ese lugar oscuro y maloliente donde se apilan los prejuicios. Resulta evidente que yo, quien eso escribe, ha pensado racionalmente y, al contrario que vosotros, no se abraza a prejuicios. Yo soy quien ha descubierto tal cosa y el plural no me incluye; aunque formo parte de la especie y del nosotros, milagrosamente quedo fuera, deslumbrándoos con la antorcha de la racionalidad. Podría usar el vosotros y exhibir con normalidad mis plumas, pero la chusma busca culpabilidad al tiempo que rechaza los modelos. Usando el nosotros permanezco, para los poco avisados, entre ellos, sigo formando parte del pueblo, y con ello inmune a las críticas. Obtengo el status de modelo moral intentando evitar los riesgos que esa posición comporta. De esta retórica, propia de líderes de pandereta, políticos populistas, intelectuales bienpensantes, moralistas de suplemento dominical y agudos críticos políticamente correctos, se llenan periódicos y blogs cada vez que hay una tragedia.
“Atendemos a los problemas del tercer mundo sólo cuando nos afectan“.
“No deberíamos olvidar la influencia, en ocasiones nefasta, de nuestra política exterior“.
“Damos por buenos los controles a los pilotos descansándonos en obsoletas regulaciones del siglo pasado”.
En todos estos casos quien empieza expresándose así continúa en tono moralizante, extendiendo culpas colectivas, responsabilidades que por ser tan ampliamente compartidas, por inconcretas, ni tienen destinatario ni son acusaciones. Sirven solamente a un propósito, excluirse él, dárselas de moralista, de avisado, de perceptivo y atento. En definitiva, el opinador de saldo sale de esas andanadas que le incluyen como un autoproclamado sabio lúcido con profundo sentido moral. Esta gente, vergonzosos ellos, usan el plural que les distingue, cuando lo que les gustaría es hablar de sí mismos en tercera persona, como los raperos: “50cents cree que la peña no lo da todo en cada concierto”.