BESOS INCONCRETOS

Perder el tiempo es, como fumar, levemente autodestructivo, sutilmente autocrítico. Perdemos el tiempo como rebeldía contra la imposible carga del vivir, que se manifiesta en la necesidad de actuar. Si lo definitorio de estar vivo es esforzarse en persistir en el ser, en seguir siendo, el perder el tiempo es abandonarse. Cosas así dice Gabriel, en la terraza, mirando llover, con un cigarrillo que no aspira y se consume entre sus dos dedos. Gabriel es un diletante, como tantos otros, pero con una voluntad estética de serlo. Fuma, cuando fuma, como los rusos en las películas de blanco y negro, sosteniendo el cigarrillo entre el corazón y el anular. Al llevarlo a la boca el gesto es el de quien recoge un beso y te lo envía con un soplido, que en su caso es humo de Ducados. Alto, enjuto, con barba descuidadamente recortada y una gorra azul de franela saca pinta de marino mercante o nihilista de novela barata. Disfruta perdiendo el tiempo y eso se le nota porque o habla de esas cosas esenciales, vivir, morir, libertad, justicia, o se calla. Hablar de lo esencial, que es invariablemente difuso e inconcreto, no es más que la voluntad de huir de lo importante, que es siempre pura apariencia y forma. Eso te lo reconoce, pero no con esas palabras. Aún lo complica más, que quien tiene tiempo para derrochar perdiéndolo elabora frases redondas, suaves y rítmicas, como el andar de un gato. Gabriel, que vive con su madre en un piso de renta antigua, tiene las preocupaciones leves de un tipo de su edad que tiene tiempo, son afanes pequeños, minúsculos, que jamás llegan a ser agobios o urgencias. Recoger en la farmacia un medicamento para su madre, comprar una cajetilla de tabaco, leer los editoriales y artículos de opinión y, antes de subir a comer, comprar el pan. Esa vida sencilla, contemplativa pero urbana, de anacoreta de acera y terraza, lejos de todo y cerca a la vez, lo convierte en un agradable conversador. Muestra sobre cualquier tema un interés aparentemente sincero pero distante que hay quien confunde con hipocresía y desgana y seguramente lo sea. Gabriel te saluda si lo saludas y se alegra si lo encuentras, pero nunca te buscará porque eso no está en su ser. Gabriel deja que el tiempo gotee lentamente, mientras fuma y lanza besos inconcretos a la gente que va y vuelve de sus preocupaciones mientras piensa en sus cosas. Va dejando que el tiempo lo destruya, como a todos nos hace, pero sin oponer resistencia. Gabriel no se gusta, él sabrá por qué, pero no se hace mala sangre y deja que el tiempo, que a todo problema da adecuada solución, termine lo que hace mucho ha empezado.

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