A + B

Hay dos clases de tontos, que podríamos llamar tontos Tipo A y tontos Tipo B. También podríamos decirles tontos Número A y tontos Número B, como una profesora de derecho penal que me torturó en su día y que nos vendía los apuntes de la asignatura rotulados con esa maravillosa numeración. Uno, en su inocencia juvenil no piensa que todos los mayores son tontos, máxime si ocupan ciertos puestos que se presuponen resultado de algún tipo de mérito, aunque en qué consista éste sea cosa que, hasta adquirir más conocimientos, permanezca un poco en la nebulosa. Pronto llegué a la conclusión, quizá fruto de mi soberbia, de que si no le entendía nada no era por algo que yo hiciera o no hiciera, sino por causas ajenas a la voluntad de ambos. Ella quería pero no podía y yo, y otros conmigo, la seguíamos voluntariosos a ninguna parte. Finalmente le dio algo al cerebro y quedó definitivamente tonta. Su ayudante, muy parecido en fondo y forma, servidumbres de la cooptación propia de los departamentos universitarios, nos explicó que no volvería porque un virus le había producido “reblandecimiento cerebral”. Aun hoy dudo si es que los médicos dieron tal explicación porque no lo creyeron capaz de entender más o la eligió él por darle la categoría de sufrir el mal que supuestamente mató a Nietzsche.

Por ir aclarando, los tontos Número A serían aquellos que, yendo todo perfecto, son tontos. Son irremediable e inevitablemente tontos. Son tan tontos que si acaso tuvieran hijos estos serían como ellos, tontos a su imagen y semejanza, genéticamente tontos, desde el inicio hasta el fin. El gen es cabrón y de él no escapas porque el gen eres tú. Nadie es mas de lo que puede ser y de donde no hay no se puede sacar. Esos tontos en ocasiones son adecuadamente funcionales y aparentan que Salamanca algo les ha prestado, pero como préstamo que es nada dejan a sus hijos, si acaso deudas.
Los tontos Número B serían, por contra y en oposición, aquellos que lo son porque algo ha sucedido. Un mal parto, un mal golpe en la cabeza, un virus que reblandece el cerebro y así. No son esencialmente tontos sino por destino, como esos tipos brillantes que acaban atendiendo el ultramarinos de la familia. Algo salió mal y allí están tratando con viejas maleducadas pero podrían estar en cualquier otro sitio, proyectando puentes, dirigiendo una multinacional o planeando el futuro de una nación próspera. Los tontos Número B, los que lo son por destino o desgracia, no dejan huella y se les perdona. Caso de tener descendencia no se les parece sino que, los genes otra vez, saldrán como él podría haber sido y no fue.
El caso de la profesora de derecho penal es extremo y triste y mueve, luego de estas reflexiones sobre los tontos y sus categorías, arbitrariamente establecidas con números y letras, a conmiseración. Poca gente reúne en sí, al tiempo, la cualidad de tonto Número A + B.

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