RUNRUN, TAMTAM, TICTAC

Pensamos que los libros empiezan de repente, pim pam, pim pam, una palabra, otra, una frase, la siguiente, y en realidad no es así. Los libros empiezan antes, mucho antes de la primera palabra, con un malestar, una ansiedad, un rumor lejano que un día de pronto se concreta en melodía no se sabe bien cómo. Las cosas inevitables son así, no suceden de pronto, suceden porque venían sucediendo imperceptiblemente desde mucho antes, algunas de toda la vida. Una vez imaginé una película de la cual sólo rodé el tráiler, cosa que tiene su justificación que ahora no voy a dar, y uno de los personajes, asesino de niñas, contestaba a la pregunta de cómo se llega a eso: “Al principio, poco a poco; después, de repente”. Esa es la única explicación de lo ineludible, de la repentina manifestación de lo que lleva ahí desde siempre y quizá estará ahí para siempre. Y esto sirve para matar niñas o ir al baño, que igualmente empieza con una molestia difusa y de improviso se encuentra uno en un apuro, girando la cabeza en busca de una puerta rotulada. Quizá escribir, cagar o matar no tengan similitudes aparentes, quizá tampoco la cara de preocupación de Charlton Heston en Cuando ruge la marabunta, pero a todas las preceden signos imperceptibles de que algo inminente, inevitable y espantoso va a ocurrir. Un runrún, un tamtam, un tictac.

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