LOS CHINOS NO SE PIERDEN

Es perfectamente posible encontrarte a un japonés perdido. Sabes que es un japonés porque los chinos no se pierden, los chinos siempre caminan como para un mandado urgente. Los japoneses perdidos exageran su natural mirada de pasmo, ponen la boquita en o y buscan en un cruce, plano en mano, el nombre de una calle. Hay que tener un corazón de piedra para no sentir una congoja absurda al verlos sufrir así, tan lejos de casa. Mucha gente adoptaría japoneses perdidos en lugar de gatos si los funcionarios de inmigración no fueran tan cansinos. Son callados, limpios y despiertan ese no sé qué que los llevarías al veterinario y les pondrías un plato de leche o de sushi. Los orientales en general y los japoneses en particular son muy de pasmar y tienen muchas formas de decir no y casi ninguna de decir sí. Son gente infrecuente, pese a su elevado número, porque saben que un sí les compromete y un no, debidamente modulado, es un quizás que queda ahí al albur de sus caprichos. Los occidentales, cuando se trata de evitar el conflicto, decimos sí y luego ya se verá. Los hijos del sol naciente y sus primos los chinos dicen un no entre modoso y coqueto, uno de esos noes que en secundaria son la promesa de un beso que luego nunca llega. Tú ahí te quedas, pensando en que ese no es casi con seguridad un sí, pero siempre te queda la duda, resquicio por el que el chino te la cuela. Yo, desde mi ignorancia, imagino al chino como un idioma en condicional, algo así como un esperanto inventado por un gallego. Esto tanto podría ser verdad como una tontería sin fundamento, quién lo sabe. Si de los poetas chinos que traducía Cunqueiro cabe fiarse, que ya sabemos que no porque eran inventados, son el pekinés y el cantonés hombres suaves en los afectos, de un lirismo breve y abstracto y pasiones rectas, serias y posiblemente funcionariales. Eso seguro que tiene una explicación hermosa y concisa, apenas dos ideogramas, dos garabatillos en el centro de una hoja enorme con un cordelito para colgar. Yo una vez vi escribir a un chino. Me pidió una hoja y un boli y se puso afanoso a lo que me pareció una prueba concienzuda de que funcionaba correctamente, previa al acto en sí de la escritura. En realidad no era una prueba y había anotado en la superficie de un post-it lo que él entendió de una reunión de una hora. El chino, luego se supo, o bien no pilló nada o, también puede ser, le dio la vuelta al papel al leerlo y entendió los garabatos todos al revés. Queda la duda, el resquicio, de que en realidad fuera un auténtico hijoputa. Los poetas chinos son muy de campo y montaña, de ramas de árboles, pájaros trinando y lunas en plácidos estanques en los que peces de colores con ojos saltones hacen las ondas necesarias para que ésta pueda rielar con la parsimonia que viene al caso. Los poetas chinos, si acaso se perdieran en un bosque de bambú, es un suponer, se los encontraría uno circulando con el trotecillo vivaz y afanoso que uno imagina en la mula de Sancho, cuando un asunto urgente. Les sale siempre un no sé qué laborable y comercial que, en mi descarriada opinión, invita a leer los versos como comandas de un restaurante que, quien sabe, llegarán o no llegarán. En definitiva, que si se encuentra usted a un oriental perdido y parece perdido casi con certeza es japonés; si por contra ese oriental actúa como si el perdido fuera usted, apueste a que es chino.

3 thoughts on “LOS CHINOS NO SE PIERDEN

  1. Este fin de semana conocí a un japonés guapísimo al que le expliqué cómo se preparaba una tostada con tomate y aceite. Se pierden hasta en eso. Y sí, me dieron ganas de llevármelo a casa, lástima que acababa de empezar un viaje se tres meses por Europa.

  2. A los gatos les ocurre igual. Se van y vuelven cuando les presta. Eso sí, siempre con un regalo; un pájaro muerto, por poner un ejemplo.
    Gracias por comentar.

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