EL AROMA DE LA PRIMAVERA

Al llegar a una ciudad lo que hay que hacer es salir del hotel, quizá con hambre, y caminar sin rumbo. Parece contranatura buscar perderse pero ese es el inicio del éxito de un viaje, lo cual es de general conocimiento de los señores exploradores que en el pasado han sido. Una vez perdido, asunto que lleva su trámite que no conviene apresurar, es el momento de levantar la cabeza y, ahora sí, como diría una guía de viaje, que para algo han de valer a más de impresionar a las visitas, en unión de otras,  desde su plúteo en el salón, flanear por las callejuelas tomando la temperatura de la bulliciosa urbe. O todo lo contrario si el viajero ha encarado el norte, hacia donde mean los perros, porque todos sabemos que el bullicio es asunto que aumenta en razón inversa a la latitud. Es ese el momento de reencontrarse, tomando como guía las pistas que lo urbano va dejando, como miguitas que orientan el camino a casa, porque esa es la definición de perdido. Pongamos que, de pronto, se encuentra uno en la Calle del Divino Misterio, concretamente en el 52-duplicado, planta baja, Bar Cascabeles. No cabría la menor duda, caso de que eso se hubiera o hubiese producido, de en qué ciudad está, provincia arriba, provincia abajo.

—¡Ese fenotipo tuyo, Aurora, me la pone como el sable de un dragón!
—¿Tú estás seguro de eso, Orestes?, los dragones no llevan sable.
Orestes busca en el Google la imagen de un dragón, esos soldados, también extintos, de casaca roja y sable brillante y caballo galopante. Aurora se aquieta y entiende, o intuye, mientras mira la pantallita, la poética ferocidad del deseo de Orestes, que le mira las tetas a las oficinistas que pasan buscando dónde almorzar. Orestes, eso se ve, es un tipo feliz que le ha encontrado el sentido a la vida, oculto tras las cosas pequeñas y aparentemente banales, como las lagartijas y los escorpiones, que se esconden bajo las piedras que el sol calienta. Yo, que le veo la calvicie y la barriguita y la carpeta con el logotipo del ayuntamiento, creo que Orestes es, pese a la aparente doblez de su juego, más poeta que vividor, donde poeta viene de poiesis, uséase, que se va inventando las cosas según van siendo necesarias, a su conveniencia, lo cual no le quita ni le pone defecto alguno, que esas trochas las andamos todos. Aurora, a la que el requiebro no solicitado pilló a contrapié y me temo le llevó a pensar en Dragón Ball, parece un poco sorprendida y revuelve el café, que sirvió la rubísima camarera ucraniana, con la mano izquierda, con la que, efectivamente, se la ve algo torpe. Daría la impresión al observador poco atento que el uno piensa en ciertas cosas y la otra en otras; quizá, sólo quizá, en las tetas, así en general y abstracto él y en una Pokeparada concreta y cercana ella.
—¿Nos vamos?
—Si, ya son horas.
La terraza del Cascabeles sin Aurora y Orestes parece otra. El amor, siquiera sea un amor imperfecto, desacompasado o incluso imposible, pone en el aire aromas a primavera que se van, por la Calle del Divino Misterio, cogidos de la mano. Yo quedo un poco triste con su marcha, porque soy de alma sensible, y pido otro café y tomo nota mental de que es el peor que he tomado en mi vida, pero con mucha diferencia, por si pudiera servirme en el futuro para un cuento o algo.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.