EUTANASIA

Mi tía Eutanasia, la del pueblo, es muy piadosa, algo bizca y ludita para las cosas del vicio y se hacía las pajas a mano y no con esos maquinillos, inventos del diablo. Tenía un medio arreglo clandestino con un tal Budiño, un cimarrón de Trasmundi que vivía de la pesca furtiva. Tenía dos perrillos Astrid y Sigrid, creo recordar, que se ponían río arriba y río abajo y ladraban solo si venían los fluviales lo cual que era una ventaja competitiva fruto de la explotación especista pero a él, que era un tipo recio, se la pelaba. A otros se la bufa, se la suda o se la refanfinfla y con esa riqueza de vocabulario acaban en Madrid de diputados donde para pillar truchas no hay que mojarse el culo. La Chica del 17 lleva zapatos de tafilete sombrero de gran copete y abrigo de pedigrí y las vecinas murmuran que de dónde saca para tanto como destaca y ella les dice al pasar que el que quiera coger peces que se acuerde del refrán. Pues eso. Budiño el cimarrón le daba mala vida clandestina a mi tía Eutanasia y cuando bebía en demasía o cuando simplemente bebía le tundía los lomos para arrepentirse de inmediato y ofrecerle una docena de truchas ensartadas en una vara de mimbre, como rosquillas de feria, y bajarle la luna que en las noches claras se refleja en el río. Budiño decía mal Sanxenxo y pronunciaba Sanjenjo, Sangenjo según otros, defecto que a Eutanasia, piadosa como era, la animaba a pedirle por él a San Drogón, patrón de los feos, las comadronas, los mudos, los pastores y los rebaños en la creencia de que quien puede lo más puede lo menos. Las ovejas de Eutanasia parían como conejos pero el cimarrón de Trasmundi seguía erre que erre rascando con la jota como si de Albacete. Estas cosas dan mucha rabia y según quién y dónde ni se perdonan ni se olvidan y más si vas por ahí repartiendo estopa como si fueras alguien y no un muerto de hambre que no tiene vocabulario para concejal de fiestas. Budiño además de la cosa de las truchas hacía palletas para gaita con rara habilidad, esa que tienen algunos retrasados para ciertas cosas inútiles como sumar y restar llevando, algunos incluso con decimales. Pero Eutanasia, una cosa por la otra, debió decidir que aquello no le compensaba y se le metió en la cabeza que aquello del Sanjenjo, otros dicen que Sangenjo, estaba haciendo sufrir a Budiño aunque él no lo supiera. Defectos así hacen que la vida no merezca la pena, la convierten en un infierno, así que le dio matarile compasivamente un sábado de primavera, va ya para dos años, a esa hora entre lusco y fusco, ahorcándolo en la palleira usando la lanza del carro para hacer palanca y levantarlo hasta la viga. Luego le dio de comer a las perras, se puso una copita de aguardiente, se lavó bien las manos y se dio al alivio de la cosa ludita. Budiño, como todos los cimarrones, hizo un muerto muy bonito y la gente venía de lejos con merienda y porrón a verlo bambolearse con una elegancia que no tuvo en vida antes que empezase a encarroñar. Se iban todos muy satisfechos de la visita porque mi tía, que es algo bizca y muy piadosa es también persona de buen trato y explicaba con emoción y detalle la historia. Cambiando algún detalle, eso sí.

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