PONERSE DE PERFIL

Qué bonito el tedio, qué fino. Qué sutil en sus detalles. Qué mortal. Porque no es el mismo el tedio de un día soleado que el de un nublado y, ni uno ni otro, se parecen en nada al que provoca esa cara inexpresiva que te habla y no te alcanza. Ese tedio que llamaron spleen y se transforma en hastío de cosas y gentes. De lugares y tiempos. Este tedio que todo lo inunda es lluvia fina, gotas que son instantes en los que descomponemos el tiempo, enorme, informe, gris y profundo como un océano insoportable. Diletantes y superficiales nos tumbamos en la playa en lugar de navegar y miramos al monstruo con lentes de sol y en la imaginación lo trituramos de puro temor. Hacemos con él bellos momentos como gotas que deberían reconfortar el alma y por el contrario se nos escurre entre los dedos, como la arena y el mar, y en las rendijas entre instante e instante nos perdemos y acabamos perdiendo el sentido. Y si el monstruo gris sin cabeza atemoriza hasta el día de la muerte el juego de vencerlo con sutilezas mata en vida. Hay cosas que son de brocha gorda y no acuarela, de rotulador grueso y no plumilla, de stencil y no sfumatto, de grito y no gemido. Hay cosas, como el mar o el tiempo, que permiten ser osado, chulo o inconsciente pero no perdonan la sutileza, la duda o el sarcasmo; ponerse de perfil es el fin, elegante quizás, pero el fin.

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