EL HIATO – Uno

Empiezo a estar hasta los cojones, vulgo harto, de este confinamiento. Nada grave, nada preocupante, sólo que las molestias leves las llevo con peor ánimo que las graves y la repetición de malas noticias las desluce, las deforma, las minimiza. La foto de un virus acojona, redondo y verde lo pintan, como un balón del que surgen apéndices como vuvuzelas, como narices de marcianos del TBO. La foto de miles de millones de virus en el fondo de una placa de Petri deja indiferente, es sólo suciedad, piensa uno. Porquería, mierda, a la espera se una buena limpieza. La cercanía, la convivencia con el mal que supone su repetición lo deforma. Ni de lejos vemos ni de cerca enfocamos; cada cosa necesita una distancia que la ponga en perspectiva y el asunto del virus se me está yendo del punto focal. Me alegra estos días tristes el asunto del meteorito que se acerca a la tierra.

Recuerdo a Maistre estos días, pero no al que todos pensamos al decir Maistre sino a su hermano el general. Xabier escribió el delicioso “Viaje alrededor de mi habitación”, cuarenta y dos capítulos que se corresponden con cuarenta y dos días de encierro. Un encierro así así, un encierro con alguna visita porque era la condena por un duelo. Cuarenta y dos días de la mesa al sillón, a la cama. Escribiendo, recordando, fabulando. Se complace en sentarse en su butaca, que imagino un sillón orejero como el del Marqués, como el mío, como el que hay en toda cada de bien. Cuando no tiene prisa en viajar por su cuarto de Maistre se sienta en su sillón orejero, se reclina hasta que las patas delanteras se levantan del suelo un par de centímetros e inicia sobre las traseras un leva bamboleo, izquierda, derecha, izquierda, derecha y así va lentamente avanzando hasta el otro extremo de su habitación. En ocasiones el placer del viaje lo encontramos en un avance parsimonioso, bamboleante, procesional. Un avance que se recrea en el propio avance más que en el destino. Yo lo de viajar por casa lo tengo desentrenado por lo mismo que el virus, demasiado cercana. Todos los días la paseas del salón a la cocina, de la tele al despacho y nunca hay grandes novedades, el paisaje es siempre el mismo y dejas de verlo. Si acaso algún pequeño accidente como machacarte el meñique en un viaje nocturno de la cama al baño más producto de la infortunada mixtura de desatención y urgencia que de novedades geográficas.

Creo que, como Maistre con sus grabados y su sillón y sus pinzas de atizar el fuego, así el Marqués con su orejero y sus bolas de marfil, estoy, estamos, cayendo en viajar por la casa con parsimonia y evocando los recuerdos de las cosas. Y ni tan mal, oiga. Por ejemplo ese libro descoyuntado del plúteo, hola Brema, es el Código Penal de 1870 que prevé la pena de confinamiento, la que nos hemos impuesto, que consistía en ser trasladado a un pueblo de las Canarias o las Baleares donde permanecer en libertad vigilado por las autoridades. Se ve que antes Ibiza o Lanzarote eran a tomar por culo, un castigo en sí mismas, y sus vecinos delincuentes de nacimiento. Supongo que si se condenaba a un canario lo mandarían a las baleares y viceversa, y el condenado era un peninsular lo echarían a suertes o algo. En todo caso el tribunal debería, atendiendo a la educación y formación del reo, prever la posibilidad de en el vertedero que eran las islas, pudiese con ellas ganarse la vida. El Código, que se promulgó con carácter provisional hasta la vuelta de vacaciones porque cerraban las cortes, estuvo en vigor hasta el 1932. Supongo que en España hacemos así las cosas, un poco apresuradamente para siempre. Pues recuerdo cuándo y dónde compré ese tomo viejo. Un comentario leído en Twitter el otro día me llevó a hojearlo, cosa que nunca había hecho, porque yo asumo con naturalidad y sin culpa que hay libros que son cosas hasta que un día transmutan en textos, y verificar que efectivamente el Art. 116 prevé estas cosas tan chuscas. Arriba los corazones.

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