EL HIATO – Tres

Estos días de pandemia muchos se han puesto a escribir Diarios de la Pandemia, Diarios de la Peste y así. Remar es un coñazo, esto es una evidencia. Remar con todos, por cojones amarrado al duro banco de una galera turquesca, ambas manos en el remo ambos ojos en la tele, además de un coñazo es una condena. No obstante me he propuesto remar, como todos, condenándome a escribir algo diariamente, a ser posible por libre, sin seguir el ritmo del grupo. Ser voluntariamente como todos y al tiempo distinto es, ya lo sé, un imposible metafísico. Me lo tomo pues como un reto gozosamente abocado al fracaso.

Me he dado cuenta de que vivo en un hiato, en un tiempo vacío a la espera de que la vida, el discurso, se reanude. Vivo en un domingo, ese día extraño y vacío desde que dejamos de cumplir el precepto que lo llenaba. Ese día en el que la mejor opción es dejar pasar el tiempo a la espera de que llegue el lunes. Los protestantes llegaron antes al vacío del domingo, quizá porque llegaron antes al ateísmo, que no es más que una variante asintomática del cristianismo. Un cristianismo leve, aceremonial. Así los domingos vacíos, si cito bien a Ciorán, llevan al aburrimiento que es malísimo: el aburrimiento de las tardes de domingo llevó a De Quincey a probar el láudano y a los muchachitos indolentes a inventarse el surrealismo. Son horas propicias para fabricar bombas. El hiato tienta al diligente a caer en la molicie del ocio, tan acertadamente denostada en las escrituras. En todo trabajo hay ganancia pero el vano hablar aboca sólo a la pobreza.

Advierto, no obstante, que es mejor que, como desiderátum, no se abandone uno al ejercicio del puro ingenio. Eso sería, admitámoslo, muy parecido a fabricar bombas si no lo mismo. Tengo a mi lado una pequeña pila de libros –Las gafas del diablo, Sobre casi nada, El sepulcro sin sosiego– y en él un ejemplar muy ajado, en papel ya marrón, como de envolver los clavos en las ferreterías, de la revista “LA NOVELA UNIVERSAL”. Este número contiene cinco novelas cortas. La primera se titula “Los dos soles de Toledo – Novela Primera escrita sin la letra A”. Le siguen “La carroza con las damas”, “La perla de Portugal”, “La Peregrina Hermitaña” y “La Serrana de Cintía”, escritas sin las correspondientes siguientes vocales, e, i, o, u. Escribir una novela, aunque sea mala, sin una determinada letra es un poco una gamberrada, una trastada infantil sin grandes consecuencias pero que denota un estado de aburrimiento y la búsqueda de emociones. Tengo también en algún sitio “El secuestro” de Perec,  otro que era prono a estos juegos y escribió en su francés natal “La disparition”, novela sin la letra E que tradujeron al castellano sin usar la letra A. Perec hacía lipogramas, listas imposibles, novelas en las que los personajes se movían como el caballo del ajedrez y cosas así. Se ve que no fue el primero y tampoco lo fue un tal Wright que escribió la novela “Gadsby” sin la letra E. 

Anterior a estos fue el autor de los dos soles, un tal Alonso Alcalá, según me informa el Cervantes Virtual, que las publicó en 1641 en Lisboa. Si a “Los dos soles de Toledo” que tienen en su web les pasas en el navegador una búsqueda de la letra A va y resulta que aparece una vez. “Y porque se divirtiese de sus tristes suspensiones e inquietudes -que muchos dijeron ser hechizos, siendo sólo un intrínseco y vehemente incendio, procedido de lo refino de un bien querer, desentendiólo de su objeto y sin ánimode recíproco tributo- le trujo don Pedro, su tío, por eminente doctor un egipcio de éstos que sin serlo con invenciones y embelecos y con título de pobres corren todo el mundo.” Hay que joderse, el mejor escribano echa un borrón. En mi edición, que siendo tan pobre y hasta cutre ni autor ni referencia al mismo contiene, este borrón, este baldón, no aparece, gracias a Dios. La frase es bastante distinta en su forma más no en su inteligencia y llegado el punto del yerro dice: “…procedido de lo refino de un bien querer, desentendiendo de su objeto, y sin logro de recíproco tributo”. Un parche, vaya, de alguien con tiempo y ganas.

Pienso que Alonso, Georges, el anónimo corrector, los ignotos traductores así como en su día el autor del Gadsby, se aislaron en un tiempo tontorrón, un poco al margen de los que corrían, en un hiato buscado de propósito en el que consumieron el tiempo porfiando contra las palabras y los sentidos para lograr su pequeña gamberrada, su venganza quizá contra todo, poniéndolo patas arriba con lipogramas. Haciendo la revolución en una cisura entre dos jirones de vida, una revolución con palabras vanas que, ya se escribió, aboca a la pobreza. Arriba los corazones.

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