EL TABACO

Aunque es cierto que al final todo se precipita, el tabaco mata lentamente. Suavemente, incluso. Yo, que tiendo a compulsivo y fumaba tres paquetes, tosía levemente. El tabaco me sacaba de entre el pecho y el bajo vientre un cof cof que me daba un aire de persona ocupada, interesante y viajada. Vivida. Levemente viciosa y un poco de vuelta de todo. Hacía de mí un dandi del siglo XX con un masculino olor a cenicero. A pesar de lo bien que me sentaba estéticamente, yo deje de fumar porque quise ser, de una vez por todas, mayor de edad. Es que uno ya va teniendo sus años y no vas a jubilarte sin haber madurado. Y es que los que mandan, o sea, los médicos, si saben que fumas te tratan como si aún no te hubiera venido el sentido, que dicen en los pueblos de España. ¡Diciembre y en camiseta! ¡Aún no le vino el sentido! Dicen en los pueblos. Los médicos, cuando confiesas tu pecado te miran con cara de incomprensión y, como si se lo dijeran a un retrasado mental profundo, te explican que es mejor que dejes de fumar, porque provoca enfermedades. Se nota que les jode que fumes, porque en el fondo les gustaría tener los cojones que tenemos los fumadores de encender la mecha y chupar de esa ruleta rusa. De vivir peligrosamente, en la frontera. También creo que se sorprenden mucho y les fastidia no acertar. Cuando te ven entrar piensan: éste es el primero de hoy que no tiene cara de oligofrénico profundo, seguro que no fuma. Y vas tu y oliendo a colilla les dices que tres paquetes. Eso les chafa mucho porque en cada médico, allá al fondo, hay un frenólogo que se jacta de conocer a sus pacientes por la forma de la cabeza, la constitución física, la forma de dar la mano y dios sabe qué otras chorradas decimonónicas. Porque los médicos aunque al principio sean humildes y se precien de atender y tratar a la gente con cariño, delicadeza y respeto, pronto han tenido tantas muestras de agradecimiento de ex-pacientes que creen que no se han muerto gracias a su sabiduría que ellos mismos terminan creyendo su infalibilidad. Así cada médico novato es un capullo soberbio y cada veterano un soberbio en floración. Quiérese decir con esto que les jode no acertar siempre. Y es que los médicos, ahí donde los ves, la mayoría creen en magias y brujerías y milagros. Ellos mejor que nadie saben que sus manejos son poco efectivos curando enfermedades. Y aún así los pacientes tenemos la costumbre de curarnos en un porcentaje muy alto. Enfrentados a esa contradicción concluyen en la existencia de la magia. Razón ésta por la cual si pueden no dan explicaciones, se muestran evasivos si estas les son pedidas y escriben conjuros en klingon o élfico en papeles pequeños. Como mensajes secretos de un druída a otro. Por las mismas razones mágicas el de las radiografías y el de los análisis cierran el sobre en que meten el resultado de analizar tu sangre, que les llevaste tu, que acabas de pagar tu y que estas recogiendo tu. Yo los abro siempre. Así cuando lo entrego ya se dan cuenta de que estuve toda la noche mirando en google y no le queda más remedio que explicarme de qué va lo mío. Se ponen temerosos de que me lance a automedicarme de un tumor o lo venda todo y pille un vuelo a Las Vegas y me dan una clase de veinte minutos para tranquilizarme. Pues yo, para que no me dieran la lata continuamente, deje de fumar. Ya sé que es una mala decisión, que debía de haber aguantado hasta el final, pero uno es débil y no lo pude resistir. Yo creía que la siguiente visita, cuando me preguntara si fumo y cuanto y yo contestara nada, él se sorprendería de mi decisión. Y luego, al comprobar efectivamente por mi olor que era así, en un papelito de esos de receta me iba a escribir algo que una farmacéutica esforzada terminaría traduciéndome como “El portador de la presente ya es mayor de edad, dejad de tratarlo como un idiota”. Pues nada de eso. Me explicó, como si fuera un subnormal severo ingresado en una institución reeducativa, lo malo que es haber fumado. Y cómo, a medio plazo, me voy a morir por ello. Lentamente. Suavemente. Cof cof..

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