ESE CULO

La magia de la fotografía me permite mirar un culo, ése culo, mientras escribo. Antes escribir mirando un culo era privilegio de unos pocos. Quizá algún rico libertino podía permitírselo. Trabajar así estaba reservado a pintores y escultores. Entonces llegó la fotografía para revolucionar la civilización y democratizar el culo esparciendo miles de copias, poniéndolo al alcance de cualquiera. En ocasiones llega esto a un punto en el que es imposible evadirse de la contemplación de algún culo, de tantos que se han retratado y reproducido.
La democratización del culo, que se vean por todas partes a todas horas, pudo llevar a pensar que se iba a quitar hierro al asunto. Que nos íbamos a acostumbrar a enseñarnos el culo los unos a los otros continuamente. Pero no ha sucedido así. Porque los culos retratados casi siempre son culos estupendos, excelsos y superlativos. Redondos, tensos. Culos que se alzan, orgullosos pero serenos, sobre dos piernas de campeonato. Culos de curvas perfectas trazadas a compás y bigotera. Culos de concurso y premio. Y lo que se ha producido es el efecto contrario. Nadie enseña el culo porque andamos todos temerosos de salir malparados de la comparación.
Antes sólo había culos pintados. Y los pintores pintaban toda clase de culos. Bonitos, feos, grandes y pequeños y tal. Y es que los pintores suelen ser individuos atrabiliarios, informales y por lo general mal pagados y malos pagadores; y esto en más que muchas ocasiones les lleva a pintar cosas feas a conciencia. Por otro lado no todos los pintores son excelsos en su oficio y aún deseando dibujar uno bonito, bonito, lo mismo les salían culos normales o incluso feos.
Los fotógrafos no son del todo artistas. Son medio químicos e industriales, como peritos en algo. Vendrían a ser estudiantes de ciencias metidos a artistas. Gente que busca la perfección de la técnica, la precisión, el detalle y de rebote la belleza. Gente, en general, sin alma. Gente que si bien nos han mostrado el culo perfecto en el momento idóneo y en al ángulo más adecuado, nos han hecho perder la magia del culo real. Gente que nos ha llenado la imaginación de culos seriados, retocados, maquillados e iluminados. Culos irreales e inciertos, culos falsos.
Así, ese culo que quiero mirar mientras escribo, sólo puede verse cerrando un poco los ojos. Un poco casi del todo. Lo bastante como para abrir el de la imaginación y no tanto que se deje de ver el papel en el que dibujarlo con palabras. Sólo así salen culos pintados, unas veces redondos y otras algo descolgados; culos con su aquel y su qué se yo. Culos artesanos, hechos a mano, levemente imperfectos pero reales. Culos que, según el día o la noche, según el ánimo y el gusto, el alcohol presente o ausente, salen favorecidos o malparados.
Miro, malabarista del guiño y la mueca, con un ojo entornado la foto de ése culo hasta que se de desdibuja. Miro con el otro, algo más abierto, el papel en el que describirlo. Y recuerdo su tacto en la punta de los dedos al pulsar con delicadeza las teclas que deberían describirlo.

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