SE DESVANECE

He cruzado el otro día, otra vez, la España vacía, o vaciada, que me malicio se ha convertido en un eufemismo de Castilla usado por los que no son capaces de decir España sin añadirle el condimento de un mote. España, hay que joderse, es grande de cojones; y larga como un día sin pan o un viaje en bus sin mear. De enorme que la siente uno diríase eterna y por lo desarbolada inabarcable. Adelanto a buen ritmo camiones que quién sabe a dónde van, zumbando por el asfalto como si fueran automáticos aunque llevan, todos ellos, a un tipo solitario, como yo hoy, al volante. Camiones de Estrella de Galicia, Zara, Gerineldo Castro, el transportista de Pidal, se multiplican idénticos y se diría que gozan del don de la ubicuidad, carisma que en la España vaciada pasa desapercibido. Me adelanta un Twingo con cuatro jovenzuelos grandotes haciéndome la maniobra de los pilotos en el circuito; se me acerca mucho y en una levísima cuesta abajo acelera a fondo saliéndose del rebufo y me rebasa. Bendita juventud. La radio acompaña mucho y la radio que más acompaña es la radio de las desconexiones territoriales y locales, que es la más conectada con el paisaje y el paisanaje. El Palacio de las Zapatillas. Somos especialistas en zapatillas desde hace más de noventa años. Más de doscientos modelos de zapatillas a su disposición. Estamos en la Calle del tinte, 3. Reformas Hermanos Conejero. Reformas en general. Cocinas, baños, terrazas, salones, pasillos, habitaciones. Confíenos su reforma, no se arrepentirá. Trabajos garantizados. Calle Valdóniga, frente al buzón de Correos. Pasan los pueblos al lado de la carretera, Rabanal del Camino, Murias de Rechivaldo, Gallegos de Hornija, Pozal de Gallinas, todos con nombre y apellido, como si fueran alguien, que quizá lo hayan sido. Mientras, me voy acercando a Madrid como se acercan las naves estelares a los planetas en las películas, a coger impulso. Antes de llegar, notando apenas la atmósfera del extrarradio, cojo la M-50, rodeo el ombligo de las Españas y salgo despedido, con impulso, en dirección sur. Hace mal día y el cielo de Madrid, de Madrid al cielo, dicen, es gris y plomizo y quizá llueve. Me acuerdo de Camba: «Y, en efecto, Berlín es hermoso. Von Berlín zu Himmel; es decir, de Berlín, al cielo; a este cielo de Prusia, que ni es azul, pese a ser de Prusia, ni es cielo». Todos podemos tener un mal día. Habla en la radio Leonor, la bellísima Princesa, mientras en el noreste unos bárbaros disienten a pedradas de no se sabe muy bien qué. De sí mismos, quizá. Ambas cosas me emocionan si bien en direcciones diametralmente opuestas. Les deseo a ella y ellos, de corazón, que la vida les conceda lo que se merecen. A veces se siente uno Kowalsky en Vanishing Point, conduciendo con un propósito claro que se desvanece según pasan las horas y acaba siendo un simple seguir huyendo. La radio, ya digo, acompaña, como le acompañaba a él, porque el asunto cansa. Kowalsky le daba a las anfetas y llevaba un coche blanco. Los coches blancos son muy de huir, los rojos, como el mío, de apresurarse a un destino. Esto es así y nadie sabe muy bien decirme por qué. Yo, huérfano de anfetas, confío en los cafés de las gasolineras, una droga que se parece más a la ayahuasca, léase ineficaz y vomitiva. El peor momento es ese en el que, entre lusco e fusco, sale a comer insectos Abrenoite, el murciélago de Wenceslao, y hacen clic los automáticos que encienden los neones de los puticlús de los que habla Sífilis. Ese instante en el que le sube la fiebre a los niños y bostezan los mayores. En la teoría de los biorritmos ha de tener un nombre que desconozco, un nombre que describa la inflexión entre alerta y atorrijado. Gasolina, pis, café. Rumbo a Daimiel, pueblo adoptivo del Marqués y ya cerca del destino. Conduciendo de noche se agudiza más, si cabe, la sensación de escaparte de algo y le entra a uno la desazón de llegar. De que esas horas de falsa huída se desvanecen al tempo que lo hace la luz. Todo se acaba.